Opinión Internacional

¡Deconstruyan a Khadaffi!

Érase una vez, no hace mucho, que el dictador de Libia, el general Muamar Khadaffi intentó durante más de tres décadas posicionarse como sucesor del ex presidente egipcio Gamal Abdel Nasser como líder emblemático de la ideología pan-arabista para unir a los países del Medio Oriente y los de África en un bloque político-militar, y también aspiró a ser el sucesor de Tito y Nehru – presidentes de la ex Yugoslavia e India, respectivamente – como adalid de los Países No Alineados, incluso después del desmembramiento de la Unión Soviética.

La reciente apertura de relaciones diplomáticas y comerciales entre Estados Unidos y Libia, luego de más de 20 años de ruptura total entre ambos países, luego de ganarse gradualmente la confianza de naciones europeas desde 2003, parece ser la prueba final de que el cambio pregonado por Khadaffi en los últimos años va en serio y que el otrora precursor de Bin Laden como principal “exportador” de terrorismo internacional – y paria de la llamada “comunidad internacional” – se ha conciliado con la idea de ser una voz moderada y un aliado de las grandes potencias, que – “cosas veredes Sancho” – ahora pide a insurgentes iraquíes liberar rehenes occidentales y recomienda a Irán someterse al control internacional en asuntos del desarrollo de su poder nuclear.

¿Se puede decretar, entonces, que Muamar Khadaffi claudicó a sus políticas expansionistas y delirios de grandeza o hay todavía cabida para sospechar que sus concesiones a Occidente se tratan de una estrategia para ganar un cierto estatus internacional antes de dar un “zarpazo” – como en los viejos tiempos – e intentar ganar terreno geopolítico y económico buscando un segundo respiro como líder del llamado “Tercer Mundo”?

Todo parece indicar que sean cuales sean las razones del gran giro que ha emprendido este experimentado caudillo, el gobierno de Libia ha decido entrar de manera planificada y calculada al concierto de las naciones más avanzadas del mundo – a pesar del desconcierto que causa esta metamorfosis – sin ocultas intenciones ni razones para torpedear lo que se vislumbra como una etapa de progreso y bienestar para los habitantes de ese país.

Del Libro Verde a la Bandera Blanca

Khadaffi nació en el seno de una familia beduina y fue educado bajo una estricta formación islámica, pero luego ingresó a un colegio militar en donde adoptó también un concepto secular nacionalista que sería parte de la peculiar ideología que impuso gradualmente en su país, a partir de 1969, cuando junto a un grupo de compañeros derrocaron al Rey Idris e instauraron un Consejo Revolucionario que pronto dominó, convirtiéndose en el jefe indiscutido del gobierno.

Su famoso Libro Verde, publicado en 1973, esboza una doctrina esperpéntica que proclamaba a su país como socialista, democrático, nacionalista, pan-arabista, islámico y militarista – algo digno de los personajes de “1984” de Orwell con eslóganes como “la guerra es la paz” – que bien ilustra su estrafalario subtítulo: “La solución del problema de la democracia: el poder del pueblo; La solución del problema económico: el socialismo, y el fundamento social de la Tercera Teoría Universal”. En 1977 también introduce el concepto de la Jamahiriya o “Estado de las Masas”.

El Khadaffi de hoy nada tiene que ver con aquel que estableció uno de los regimenes más opresivos del mundo tratando de erigirse el líder alternativo de los países menos desarrollados por medio de la manipulación de la riqueza petrolera de su país como instrumento geopolítico, la intervención militar en conflictos africanos como el de Chad – bajo dominación francesa – y el apoyo a terroristas del IRA, ETA, la OLP contra objetivos israelíes en Europa, y a otros extremistas entrenados por su propio ejército como los que ejecutaron el atentado que hizo estallar un avión de Pan Am sobre los cielos de la ciudad escocesa de Lockerbie en 1988. Fue este el punto límite de permisividad de Occidente hacia su política de patrocinio de terrorismo internacional que se tradujo en sanciones de la ONU desde 1992.

El Khadaffi de hoy, recibido con alfombra roja en El Cairo, es irreconocible cuando se le compara al que rompió relaciones con Egipto cuando en 1977 su presidente, Sadat visitó Jerusalén y luego llamó a boicotear a ese país por firmar con Israel los acuerdos de paz de Camp David en 1978, y al que se mantuvo por años en un estado potencial de guerra con Marruecos, país vecino, con quien hace un tiempo colabora en la solución de conflictos africanos. Su relación con Yasser Arafat fue de altibajos, y se distanció de él cuando el líder de la OLP reconoció – al menos de palabra – al Estado de Israel y firmó los Acuerdos de Oslo con el gobierno de Rabin en 1993.

El otrora amigo del sanguinario Idi Amin Dada en Uganda – a quien ayudó enviando solados libios a mantenerse en el poder para islamizar a la mayoría negra cristiana de su país – y el efusivo colaborador de los regímenes islamistas de Irán y Sudán; tutor de tiranos como Hafez el Assad en Siria y de los dictadores brutales de Somalia, Liberia y Burkina Faso, entre otros países – comenzó poco a poco a espaciar sus acciones provocadoras contra naciones vecinas y lejanas y eventualmente renunció a sus ambiciones expansionistas y a sus delirios de grandeza.

Algo ocurrió un día – un buen día, podríamos decir – de 2003, cuando el hasta entonces intemperante y locuaz dictador libio aceptó su responsabilidad en el atentado de Lockerbie, ofreció compensaciones económicas a los familiares de las víctimas y anunció su renuncia definitiva a desarrollar armas de destrucción masiva. Khadaffi, entonces, dio un giro espectacular que bien merece muchas obras para descifrar el código de su transformación: ¿Se debió al trauma del bombardeo que le hizo Ronald Reagan a su Palacio en 1986? ¿A síntomas de una dócil vejez? ¿Algún medicamento? ¿Efectos de una diplomacia internacional acertada? ¿La influencia del prudente Seif al-Islam Khadaffi, hijo y posible sucesor del general, sobre su padre? ¿Un proceso gradual de reflexión sobre la herencia que le dejaría a su pueblo sumido en pobreza y aislamiento?

El enigma persiste pero lo cierto es que Khadaffi ha cambiado tanto el “rostro” de su país que el secretario de Estado adjunto norteamericano, John Bolton, recientemente anunció que Libia ha suspendido sus intercambios militares con Irán, Siria y Corea del Norte, y por lo tanto, no solo se ha alejado del famoso “Eje del Mal” al cual se refiere Bush, sino también, ha sido bienvenida a la comunidad de las naciones que trabajan diplomáticamente en la resolución de conflictos en el planeta.

Teorías, Especulaciones y Escenarios.

Son muchas las teorías para explicar el cambio radical de Muamar Khadaffi para dejar de ser eso – radical – y la favorita, para aquellos que predican la guerra preventiva luego de los atentados del 11 de Septiembre de 2001, es que el bombardeo norteamericano sobre Trípoli y Bengasi en 1986 le hizo comprender que no podía y no era conveniente seguir desafiando a los países poderosos del mundo. Sin embargo, el dictador libio mantuvo después del ataque, su tradicional actitud desafiante contra Estados Unidos, Europa e Israel. El cambio fue gradual y por eso, algunos analistas piensan que hubo otros factores que influyeron para sosegarlo
Según medios británicos como el Daily Telegraph y el Observer lo que llevó al régimen libio a renunciar a la posesión de armas de destrucción masiva fue consecuencia de acuerdos pragmáticos entre Khadaffi con Londres y Washington. El primer diario asegura que servicios secretos británicos y norteamericanos interceptaron un supuesto cargamento de armas no convencionales en su posesión y negociaron con Khadaffi abortar acciones militares a cambio de una “voluntaria” decisión de despojarse de esta municiones, mientras que el segundo periódico presentó una serie de reportajes que atribuyen la decisión del dictador libio de estrechar relaciones con estos países si le prestaban ayuda de inteligencia para sofocar el intento de grupos extremistas islamistas – incluyendo a Al Qaeda – de derrocarlo. Si bien estas versiones no han sido comprobadas podrían explicar por qué se quebró el hielo entre Libia y estos países, y sin embargo, la mayoría de los analistas consideran que el cambio de estrategia geopolítica del régimen libio se debe a la creciente influencia de Seif al-Islam Khadaffi, hijo del dictador y según varias fuentes, candidato preferido de su padre para la sucesión en el liderazgo del país, interesado en desarrollar a su país con una visión pragmática y moderna de la gestión gubernamental.

Libia pasó de ser el cuarto productor mundial de petróleo en los años 80 a sufrir un severo estancamiento en le exportación de crudo que la imposibilita a cumplir sus actuales cuotas de producción fijadas por la OPEP debido al embargo comercial de la ONU y el poco interés de inversión de empresas extranjeras en un país que nacionalizó sus hidrocarburos. Ahora que el país vuelve a abrirse política y económicamente al mundo, se especula que en los próximos años se podría implementar un agresivo programa para su infraestructura energética y empresas como Exxon Mobil, Chevron Texaco y otras europeas, ya han comenzado a negociar posibilidades de explotación petrolera.

En todo caso, cualesquiera sean las razones de la metamorfosis que impulsaron a Khadaffi a desarmar a Libia y detener el financiamiento a grupos terroristas, es un hecho que su gobierno ha reestablecido buenas relaciones con sus vecinos africanos, se ha ofrecido como país mediador de conflictos regionales – tomando la iniciativa desde el 2000 de reforzar la Unión Africana de Naciones – e incluso, interceder en conflictos de naciones musulmanas como hizo cuando contribuyo a la liberación de rehenes europeos en manos de una organización separatista filipina pagando un millón de dólares por cada uno de los doce secuestrados.

¿Dará también el paso Libia, en reconocer al Estado de Israel? ¿Importa mucho el rol geopolítico de ese país en otras naciones del mundo? ¿Puede convertirse el cambio de Khadaffi en un ejemplo a seguir para varios dictadores y dirigentes populistas en el mundo?

Es difícil contestar estas preguntas, porque aun en los tiempo cuando Khadaffi comenzó a dar los primeros síntomas de moderación no dejó de hacer algunas escenas teatrales como su decisión de ausentarse de la cumbre extraordinaria convocada por la Liga Árabe en 2000 en Egipto para debatir la crisis de violencia entre Israel y la Autoridad Palestina de ese año, argumentando que no tenía sentido la reunión porque no se tomarían respuestas enérgicas contra Israel. Sin embargo, su reciente acercamiento al Rey Abdahla de Jordania, luego de 17 años de distanciamiento – uno de los líderes más moderados del Medio Oriente – y también a la familia real saudita tan cercana a los Estados Unidos, podría ser un indicativo de que quizás ha comenzado alguna negociación entre delegaciones de Israel y Libia, cuestión que se ha especulado en la prensa europea, a pesar de que ambas partes niegan los rumores.

De concretarse un acuerdo que formalizara relaciones diplomáticas entre Israel y Libia, esto podría tener repercusiones positivas para otros países árabes geográficamente distanciados del Medio Oriente, tomando en cuenta que sea Khadaffi, el acérrimo enemigo de Israel, quien diese semejante paso. En todo caso, los gobiernos de Estados Unidos y la Comunidad Europea aprovechan su “buena conducta” para dar señales a regimenes como el de Siria, Irán y Corea del Norte de los beneficios que les significarían llegar a acuerdos con Occidente a cambio de renunciar a sus programas bélicos o nucleares. Sin embargo, no hay que caer en la tentación de la euforia porque muchos ven a quien fue el hombre fuerte de Libia como un dirigente viejo y fracasado que simplemente se ha rendido, más que a una visión pragmática de la política, al implacable paso del tiempo.

Si bien no hay respuestas contundentes al acertijo sobre la metamorfosis de un hombre con el historial, o prontuario, de Muamar Khadaffi, sería conveniente realizar una investigación global, exhaustiva y expedita para hacerle una deconstrucción y de acuerdo a las claves y códigos que se descubran, aplicarlos para transformar a tantos fanáticos y jinetes de “guerras santas”, a zares y a cowboys, y a la prole de dictadores “revolucionarios” que proliferan poniendo en peligro a nuestro inestable planeta.

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