Será por eso que del todo no me fui [i]
«Quienes quieran analizar la política o la historia en términos ideológicos, sólo estarán contemplando el espectáculo de un teatro de títeres». Carlos Manfroni
Que ya no hay ideologías en la política argentina no es una novedad, pero donde más se nota es en la violencia política. Con toda mi profunda repugnancia por el accionar de los terroristas de los 70’s, que tantas víctimas cobró, no dejo de reconocer que actuaban convencidos de ser el «hombre nuevo» popularizado por el Che Guevara, acompañado por muchos curas extraviados, y se sentían mesiánicamente destinados a conducir la revolución socialista. Pretendían replicar en la Argentina el genocidio comunista (el propio Santucho dijo que, al triunfar, fusilarían a un millón de argentinos) y contaban con el apoyo militar y financiero de países como Cuba, Libia, Argelia, Líbano, etc..
Si bien quienes vivimos aquella trágica época recordamos claramente qué sucedió entonces, ya convivimos al menos con dos generaciones que lo ignoran o están confundidas, engañadas por la exitosa acción psicológica que permitió que la historia fuera tergiversada completamente, calificando a aquellos asesinos como «jóvenes idealistas».
Hoy, cuarenta años después, esa demencial violencia que resurge de la mano de los militantes kirchneristas -algunos de ellos ex integrantes de organizaciones como Montoneros, Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Movimiento Todos por la Patria (MTP)- y busca la desestabilización o caída del actual gobierno, tiene como único objetivo impedir que la Justicia envíe a la cárcel a Cristina Elizabet Fernández y al resto de los integrantes (funcionarios y empresarios) de la asociación ilícita que encabezó, como antes lo fue el asesinato de Alberto Nisman. Mañana Jorge Lanata, que mostrará en su programa cuentas bancarias extranjeras, con sus saldos, procedencia del dinero y titulares, seguramente incrementará la inquietud que los embarga.
Todo comenzó, el 10 de diciembre, cuando la viuda de Kirchner se negó a entregar los atributos del mando a su sucesor, y continuó con la resistencia en organismos y cargos por parte de ñoquis sembrados como virus malignos en toda la administración pública (¿qué es de la vida de Milani y Berni?). Siguió la masiva distribución del manual de procedimiento para la concreción de micro acciones destinadas a promover el descontento social, y una feroz actividad en las redes. Así, lograron instalar la sensación de desempleo masivo, que nunca existió, o una hambruna generalizada, pese a que todos los planes sociales han aumentado, incluyendo la distribución de alimentos.
Aunque no les sería posible ahora reunir una tropa ideologizada para la subversión, no es menos cierto que hay mucha mano de obra disponible para asumir ese rol. Me refiero, naturalmente, a elementos de la Policía bonaerense, a pseudo organizaciones sociales -como Barrios de Pie, Quebracho, Miles TTT, Tupac Amaru, Hijos, Corriente Clasista y Combativa, etc.- para invadir violentamente el espacio público y alterar el orden y, en especial, a otro tipo de personas, vinculadas al narcotráfico, como los «ni-ni», dispuestos a todo por algunas dosis de paco, o los barrabravas, que se venden al mejor postor. Si a esa inestable mezcla explosiva le sumamos la actitud de los sacerdotes de «Curas en Opción por los Pobres», declaradamente kirchneristas y prohijados por el Papa Francisco, tendremos delante un escenario por demás inquietante.
Me preocupa la actitud del Presidente y su entorno, que minimizan este rebrote de violencia y se resisten a enfrentar, con todo el peso de la ley, hechos que van escalando en gravedad y que, de no ser cortados de cuajo, seguramente acarrearán consecuencias terribles. No fue menor que el automóvil en el que se trasladaba Mauricio Macri fuera apedreado ni que se optara por modificar locaciones de actos para evitar confrontaciones callejeras; tampoco lo fueron las reiteradas amenazas implícitas en las invasiones al despacho de María Eugenia Vidal o a la casa de alguno de sus ministros, cometidos en el marco de la resistencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires a la limpieza que la Gobernadora está encarando en sus filas.
Parte de lo que sucede en la Justicia fue desnudado por el Juez Alfredo López, de Mar del Plata, que denunció que la Fiscal Laura Mazzaferri se había negado a recibir la denuncia que formulara la propia Policía y entorpecía la investigación de la agresión al Presidente y, sin pelos en la lengua, instó a éste a promover juicio político a todos los integrantes de la nefasta organización autodenominada «Justicia Legítima», a la cual pertenece la funcionaria en cuestión, creada por la Procuradora General, Alejandra ¡Giles! Carbó, para servir al innoble propósito kirchnerista de colonizar al Poder Judicial; el magistrado fue clarísimo cuando explicó que, mientras esa organización subsista, resultará imposible gobernar.
Es demostrativo de una cobardía visceral o de una complicidad dolosa que ningún fiscal del país haya denunciado -el Título VIII del Código Penal reprime los delitos contra el orden público- a siniestros personajes como Luis D’Elía, Fernando Esteche, Hebe de Bonafini, Roberto Perdía, Gabriela Cerruti, Guillermo Moreno, Cristóbal López y sus medios, etc., que desembozadamente han dicho que buscan, incluso recurriendo a la violencia, la renuncia o la destitución de Macri, a quien han llegado a comparar con Hitler. En este tema, como sucede con la corrupción, la impunidad está reñida con la gobernabilidad.
No voy a explayarme sobre el tema de las tarifas, puesto que ya he fijado mi posición en otras notas, pero sí voy a insistir en que, más allá de las repercusiones financieras que el fallo de la Corte Suprema produce, el impacto más grave ha sido sobre la posibilidad del arribo de inversiones extranjeras, que el país requiere más que un vaso de agua para un perdido en el desierto.
Considero que la culpa de lo sucedido corresponde al Gobierno, que torpemente se negó a informar oportunamente a la sociedad la magnitud de la crisis heredada, responsabilidad luego amplificada por el magnífico aparato comunicacional del kirchnerismo, que logró instalar la idea de un inexistente tarifazo salvaje. Si el Ministro Aranguren hubiera convocado antes a los ocho ex secretarios de Energía, que tienen diversas filiaciones políticas pero llevan años proponiendo unánimes soluciones al problema fabricado por don Néstor y doña Cristina, casi con seguridad se hubiera conducido mejor el proceso.
Espero que los jóvenes que hoy están a cargo de la administración nacional dejen de usar como libro de cabecera el «Diario de la guerra del cerdo», del inolvidable Adolfo Bioy Casares, y por lo menos escuchen a quienes, por edad y experiencia política, podrían haberles evitado sufrir esta derrota que nos afecta y que pagaremos todos, en especial los más pobres.
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[i] De «El corazón al sur», de Eladia BlázquezE.mail: [email protected]
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