La guerra no convencional
Un funcionario de importante figuración en el entorno de Maduro acaba de declarar que “Venezuela es ejemplo mundial por su resistencia ante la guerra no convencional”. Y en esas declaraciones agregó que: “Venezuela es un ejemplo por la resistencia estoica, por el vigor y por la profunda moral de nuestro pueblo”. Lógicamente, mi primera impresión es que dicho funcionario, el vicepresidente de Planificación, Ricardo Menéndez, estaba mirando el espejo de los desastres de la hegemonía que representa.
Para Menéndez, la “guerra no convencional” es la que promueve el “imperio yanqui”. Argumento de lo más curioso, por no decir estrafalario, dado que Barack Obama es el nuevo mejor amigo de Raúl Castro, quien, junto a su hermano Fidel, son los patronos de Maduro, y por la tanto de la referida hegemonía a la cual pertenece, en posición destacada, el ministro Menéndez. Pero tiene razón el referido funcionario al denunciar una guerra no convencional contra Venezuela, sólo que esa guerra es la que libra con saña el poder establecido contra el conjunto de la nación venezolana.
En el siglo XXI, por ejemplo, nuestro país pasó de ser una potencia petrolera a nivel internacional, a convertirse en un país petrolero de muy segunda o tercera fila. Tanto en capacidad efectiva de producción, como de condiciones técnicas, como de administración profesional. Eso no fue de gratis. Eso fue consecuencia de la guerra no convencional de la llamada “revolución” en contra de la industria petrolera nacional. Al respecto los datos que aporta el experto petrolero José Toro Hardy son, sencillamente, escalofriantes.
La economía productiva nacional está destruida. Esa realidad es pública, notoria y comunicacional. Fue destruida en estos largos años de “política económica bolivariana”. ¿Quién la destruyó? ¿La Casa Blanca, Uribe, el “fenómeno de El Niño? No. La destruyó el poder concentrado en manos del predecesor y después del sucesor. Tal cual una guerra no convencional.
Las guerras convencionales suelen ser de dos tipos: guerra entre países o guerras civiles. Ninguna de las dos hemos tenido en Venezuela, pero hemos padecido una más insidiosa pero no menos cruel y devastadora. La guerra de la comandita que ostenta el poder en contra de la Venezuela democrática, del sector privado, de la educación independiente, de la cultura crítica, de la tradición pluralista, e incluso en contra de la propia Constitución de 1999, ya convertida en un guiñapo.
Esa y no otra, es la guerra no convencional que ha transmutado a Venezuela en uno de los países más violentos del planeta, con unos de los peores indicadores económicos y sociales del planeta, y con una avanzada crisis humanitaria a pesar de la bonanza petrolera más prolongada y caudalosa de la historia. La “lógica” de esta guerra no convencional no es complicada de entender: mientras más postrada esté Venezuela más posibilidades hay de despotizarla y de depredarla. Y en estas ejecutorias la “revolución bolivarista” puede que tenga un récord mundial.
Sí. En Venezuela ha habido y hay una guerra no convencional. El comando operativo de donde salen las ordenes de confrontación y destrucción del país, está en Miraflores. Pero el comando supremo de la guerra no convencional contra Venezuela está en La Habana. Como se dice y repite: el que tenga ojos que vea, y el que tenga oídos que oiga…