Genocidio a la moderna
Jugando a un perpetuo proceso de paz, Omar Bashir, el dictador islamista de Sudán desde 1989, negocia con los ejércitos rebeldes representantes de las minorías negras y cristianas animistas de su país mientras siguen falleciendo decenas de miles de personas desplazadas de sus hogares por sus milicias.
La misteriosa muerte en un accidente aéreo del ex líder rebelde, John Garang, quien tras 20 años de lucha fue vicepresidente del país por poco tiempo gracias a la mediación de la ONU y con incesantes masacres por parte de fundamentalistas vinculados al gobierno, más de un millón de refugiados apenas logra sobrevivir consolidándose gradualmente la política de limpieza étnica de Bashir en la provincia de Darfur.
El dictador, mientras tanto, logra zafarse de su responsabilidad de ordenar la masacre de más de 200 mil personas y de haber permitido la muerte, por hambre y enfermedad, de más de 1 millón y de unos 6 a 7 millones de desplazados, cumpliendo los protocolos internacionales mínimos de los acuerdos de paz -reuniones, promesas, asistencia a cumbres- mientras continúa la guerra.
El caso de Darfur, una enorme región de Sudán, es quizás el más emblemático de cómo perpetrar un genocidio manteniendo un velo de aparente buena voluntad sin detener un plan de exterminio masivo. Mientras funcionarios de la ONU y misiones de paz de la Unión Africana asisten humanitariamente a quienes pueden, las milicias Janjawwed del Gobierno siguen matando en donde quieren.
La «comunidad internacional» apoya las negociaciones sin siquiera amenazar con el uso disuasivo de la fuerza para asegurarse de que el régimen cumpla cabalmente sus compromisos. Pasamos, así, de sofisticados métodos de exterminio al uso y abuso de la diplomacia para ultimar un genocidio.
* Este artículo fue publicado en la revista Perú 21 el martes 7 de marzo de 2006