Opinión Internacional

Las declaraciones no son suficientes

El mensaje unívoco de los gobiernos en sus relaciones internacionales es indispensable para generar confianza. La coherencia entre sus declaraciones oficiales y entre éstas y las acciones es absolutamente necesaria.

En materia de paz y seguridad internacionales y de terrorismo, los problemas que más preocupan a la comunidad internacional en su conjunto hoy en día, la necesidad de ese mensaje único es aún más importante, particularmente cuando se pretende ingresar a un órgano de tanta relevancia política, como lo es el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

En estas materias y en el contexto del Consejo de Seguridad, las ambigüedades no tienen cabida. Sólo la transparencia y la franqueza la tienen.

Somos todos conscientes de la importancia cada vez mayor que la comunidad internacional otorga a la lucha contre estos actos que han provocado decenas de miles de muertos en el mundo. Los actos perpetrados cobardemente contra las torres gemelas, más tarde en Madrid y en Londres, constantemente en el Medio Oriente y en Irak, tantas veces en Colombia, hace unos días en la India, para recordar sólo algunos de estos abominables hechos, no pueden sino generar indignación y la reacción concertada de la comunidad internacional, es decir, Estados, instituciones internacionales y la sociedad civil.

Los gobiernos tienen la responsabilidad primordial de luchar y erradicar esta abominable práctica que nada puede justificar, como lo afirma el Secretario General de las Naciones Unidas en su informe más reciente sobre esta cuestión: Unidos contra el terrorismo: “ …ninguna causa, por más justa que parezca serlo, puede ser excusa para el terrorismo (…) jamás debe permitirse a los terroristas crear un pretexto para sus actos. Cualesquiera sean las causas para pretender defender, cualesquiera sean las injusticias a las que afirman responder, el terrorismo no puede justificarse….” (Doc. A/60/825).

La sociedad internacional, los pueblos del mundo, exigen a los gobiernos posiciones y acciones decididas y serias, sin ambigüedades ni retórica. No se trata de hacer declaraciones políticas vacías, sin convicción, divorciadas de las acciones.

Los gobiernos deben evitar transmitir mensajes de odio, de intolerancia, de confrontación que de alguna manera estimulan el terrorismo. Ellos deben excluir a los grupos terroristas de sus relaciones, al mismo tiempo que no prestarles apoyo directo o indirecto y abstenerse de apoyar, financiar o alentar actividades terroristas, apoyarlas por cualquier otro medio o proporcionar adiestramiento para ellas. Los territorios de los Estados no pueden ser cedidos por los gobiernos para llevar a cabo estas actividades. Además, lo que es realmente relevante, los gobiernos deben impedir a los terroristas el acceso a los medios de comunicación, inclusive el Internet.

Demás está recordar que los Estados deben ratificar y respetar los instrumentos internacionales adoptados para combatir el terrorismo, desde el adoptado en Tokio del 14 de septiembre de 1963, relativo a las infracciones y ciertos otros actos cometidos a bordo de las aeronaves, hasta el más reciente de estos instrumentos, adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 13 de abril de 2005, sobre la represión de los actos de terrorismo nuclear. A la vez, los Estados deben además respetar cabalmente las resoluciones del Consejo de Seguridad y de todos los órganos internacionales encargados de la lucha contra el terrorismo y de todo lo relacionado con el financiamiento y el control de los grupos terroristas en el mundo.

Desde Washington se han hecho insinuaciones delicadas sobre los vínculos de Venezuela con el terrorismo. Ante ellas, por supuesto, respuestas inmediatas, señalando que las reacciones de desespero de los Estados Unidos responden al éxito de la candidatura venezolana.

Algunos han afirmado que grupos terroristas operan el país. Igualmente, que algunos terroristas han encontrado refugio y protección en nuestro territorio. Son evidentes las declaraciones formuladas por algunos destacando las “virtudes” de algunos terroristas como el tristemente famoso venezolano Carlos El Chacal. También ha sido notoria la facilitación de los medios para que algunos de esos personajes se muestren al mundo y envíen mensajes peligrosos.

Acciones que de ser ciertas contradicen las declaraciones oficiales, lo que genera una enorme desconfianza entre los gobiernos que son cada vez más conscientes de la necesidad de luchar sin ambigüedades, con decisión y con una profunda vocación contra el terrorismo y a favor de la paz en el mundo.

Mantener relaciones con terroristas, entrevistarlos, inobservar las resoluciones internacionales, no cooperar francamente compromete a los gobiernos en su imagen internacional.

Se ha considerado que la presencia de Venezuela en el Consejo de Seguridad podría alterar su funcionamiento. Ante esta preocupación se oye la respuesta inmediata de funcionarios del más alto nivel, descartando que Venezuela pueda ser un factor perturbador. Estas declaraciones, sin embargo, no son suficientes. Ellas no coinciden con la actitud constante y clara de confrontación e intolerancia que muestra el régimen adentro y afuera. Las afirmaciones siempre desproporcionadas de los bolivarianos contradicen cualquier intento de mostrar sus bondades. Para muestra, lo afirmado con motivo de la gira internacional que inicia el presidente Chávez esta semana por el mundo para buscar los votos para llegar al Consejo. Este nuevo periplo sería, según declaraciones oficiales “un esfuerzo para salvar al mundo de tantas amenazas y guerras, de tanta hambre y miseria.” No hace falta su interpretación.

El régimen debe mostrar coherencia y declarar y mostrar con acciones concretas su apego a las normas internacionales y su voluntad franca de cooperar en la lucha contra el terrorismo internacional y a favor de la paz internacional. Un reto difícil en el que la voluntad y la sinceridad no emanan con la facilidad deseada. El régimen debe disipar las dudas que crean sus declaraciones y sus actitudes intempestivas muchas veces provocadoras. La comunidad internacional observa, evalúa y en definitiva tiene la palabra.

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