Semita, árabe , judio
En estos momentos de confusión y de ceguera por la pretensión de controlar las fuentes de los hidrocarburos y establecer un enclave de obediencia norteamericana en Oriente Medio, nos inundan con propaganda dirigida a minusvalorar, y hasta a despreciar la civilización árabe-musulmana. Es hora de reconocer la enorme aportación a la historia de la humanidad de la gran civilización árabe-musulmana así como a las incalculables aportaciones de las tradiciones y culturas judías que han contribuido al progreso y a la civilización. Son imprescindibles para desenmascarar un pretendido antisemitismo que no existe pero del que llevan décadas intentando aprovecharse algunos sectarios judíos que se han apropiado del concepto de “semita”.
Los árabes, los nabateos y otros pueblos son tan semitas como los judíos. Nosotros, muchos occidentales europeos y americanos, también tenemos un rico componente semita sin el cual perderíamos nuestras señas de identidad. Tanto los elementos greco romanos, como judío cristianos son inseparables de los aportes árabe musulmanes sin los que sería incomprensible la verdadera naturaleza de muchas culturas europeas, y por extensión de toda América. No estamos hablando de los israelíes que son, exclusivamente, los ciudadanos del Estado de Israel, desde 1945, cuando Ben Gurión creó ese Estado bajo los auspicios de la ONU. Antes no había israelíes, y desde entonces, entre los ciudadanos del nuevo país, nación o Estado, muchos eran judíos, otros musulmanes y otros cristianos. Poco a poco, el pensamiento sionista, en su disparatada aventura de crear Ersetz Israel, el Gran Israel, que nunca ha existido en la historia salvo en la fantasía de una serie de iluminados, pero que lleva explotando sin tregua el victimismo por las persecuciones que los judíos han padecido a lo largo de la historia, pero sobre todo desde la persecución nazi que alcanzó su culmen en el Holocausto.
Por motivos no siempre justificados ni transparentes, por el mundo existen muchas personas influyentes que poseen dos pasaportes, el de su Estado de origen y el del Estado de Israel. Es una pretensión, cada vez menos defendible, de disfrutar de las ventajas de su país de origen y de una pretendida supranacionalidad que les podría permitir actuar financieramente desde Jerusalén, convertida en capital de un paraíso fiscal con numerus clausus y, a la vez, formar parte del poderoso lobby judío. Estos aventureros, que no el pueblo judío ni el pueblo de Israel, son responsables de muchos de los malentendidos y de las incomprensiones que padecen honorables y justas personas. Hoy en día ya no se puede hablar del componente religioso como fundamental ya que una gran parte de estos propagandistas sectarios no profesan más religión que la del dinero, la del poder y la de una pretendida superioridad que sin rubor enlazan con el mítico concepto de pertenecer a un pueblo elegido, ¿por quién?
Por eso es preciso desenmascarar a estos arribistas y considerar las circunstancias de los ciudadanos del Estado de Israel distinguiéndolos de los millones de judíos que viven desde hace siglos en los más diversos lugares del mundo, pagando sus impuestos, sirviendo en sus ejércitos, respetando sus leyes y cooperando en el progreso de esas naciones, que son las suyas. La confusión querida por personas sin escrúpulos nos ha llevado a la situación actual. Sólo el mutuo conocimiento y respeto podrá llevarnos a un mañana más justo, libre y habitable.
El Estado de Israel ya es un hecho refrendado por la comunidad de naciones y que debe merecer todo nuestro respeto, comprensión y ayuda. Lo inadmisible e injusto es que los palestinos no puedan disfrutar de los mismos derechos dentro de un Estado de Palestina reconocido. ¿Por qué les temen? ¿Por qué no han respetado y cumplido las repetidas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que les obliga a reconocer y a retirarse a las fronteras de 1976? ¿Por qué esa injustificable, agresiva y contra todo derecho construcción del Muro en muchos tramos sobre tierras que pertenecen a los palestinos? ¿Por qué se han apoderado de las aguas que regaban sus campos y de la libre circulación entre naturales de unas mismas tierras mediante la construcción de ese muro que no puede generar más que reacciones de legítima defensa por parte de los despojados y exiliados en campos desde hace más de cuarenta años? ¿Es que los más de cinco millones de palestinos desterrados no tienen derecho a defenderse y a recuperar sus tierras? ¿Han cumplido los israelíes las resoluciones de la ONU que les obliga a retirarse de las tierras ocupadas en Cisjordania, los altos del Golán y Gaza? Se han emperrado en construir colonias ilegales en tierras que no les pertenecen. No es de recibo el pretexto de que lo hacen para garantizar su seguridad. Ese es el criterio de los dictadores, déspotas y tiranos que pretenden aplicar la teoría del espacio vital y la guerra preventiva, en espera de proclamar la teoría de las fronteras naturales. ¿Establecidas por quién?
Ante este dolor, en el que padecen civiles, niños, mujeres y enfermos hay evidencias de la utilización de bombas de fósforo contra civiles. Son bombas prohibidas y que el ejército israelí dice que lanza con fines de orientación estratégica. Hemos visto las fotos que dan la vuelta al mundo.
Y ante todo esto, nos declaramos semitas, mestizos descendientes de judíos y de árabes y exigimos el alto el fuego sin condiciones porque ninguna víctima civil es un daño colateral. Como hizo el rey de Dinamarca al ver sus tierras invadidas por las tropas nazis. Estos impusieron leyes racistas por las que los ciudadanos daneses judíos tenían que llevar una estrella amarilla cosida a sus ropas. El rey salió una mañana a caballo, sin acompañamiento, en un silencio que quitaba el aliento en Copenhague, llevando dos estrellas amarillas cosidas a sus ropas en el pecho y en la espalda. Que no tengamos hoy que ponernos la media luna como infamia porque las acompañaremos con la cruz y con la estrella de David.
Profesor de Pensamiento Político y Social (UCM)
Director del CCS