Opinión Internacional

Una sola interpretación

La interpretación es un ejercicio intelectual útil para la determinar el sentido, el alcance y la naturaleza de un término o de un concepto. La democracia, un concepto básico a las relaciones en sociedad es interpretada por los demócratas de una misma forma, siempre en beneficio de las personas protegidas, de sus derechos y de la libertad.

Hasta ahora, se había dado una sola interpretación de la democracia como sistema político, como conjunto de reglas para vivir en sociedad, como expresión de tolerancia y de libertad, como marco indispensable para el disfrute pleno de todos los derechos humanos. Así se refleja en los numerosos textos e instrumentos regionales, como la Carta Democrática Interamericana, adoptada en septiembre de 2001, un texto íntimamente relacionado con los instrumentos más importantes adoptados en materia de derechos humanos, en particular, con la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre y la Convención Americana sobre Derechos Humanos.

La democracia y los derechos humanos son inseparables. En el Preámbulo de la Carta, un instrumento regional de un incuestionable valor jurídico y político, se tiene presente que “la Declaración (…) y la Convención (…) contienen los valores y principios de libertad, igualdad y justicia social que son intrínsecos a la democracia.” Se reafirma en la misma parte preambular de la Carta que “la promoción y protección de los derechos humanos es condición fundamental para la existencia de una sociedad democrática.”

Esta visión es lamentable y vergonzosamente ignorada hoy por el nuevo liderazgo de la región, improvisado y populista, que encamina a nuestros países hacia un espacio hasta ahora desconocido por los latinoamericanos. Esta dirigencia estimula interpretaciones que tergiversan el alcance y el contenido del concepto, ignorando que la democracia es una sola y que resulta inaceptable cualquier interpretación que excluya sus valores intrínsecos, como el respeto pleno de todos los derechos humanos.

Algunos acontecimientos muestran esta posición de alguna dirigencia regional. La presencia del dictador Fidel Castro en la reunión del MERCOSUR celebrada en días pasados, aplaudida con gran entusiasmo por los presidentes de los países que integran el grupo regional, no puede pasar desapercibida. La asistencia del desgastado dictador caribeño a esta reunión choca abiertamente con los principios democráticos más elementales y las normas en las que se funda la misma organización regional. Se ignora la Cláusula Democrática. Una bofetada a la libertad y a la dignidad y, por supuesto, a la promoción y al respeto de los derechos humanos.

Los presidentes reunidos en la Cumbre del MERCOSUR la semana pasada parecen interpretar a su manera la democracia, desvinculándola de los derechos humanos en general, al igual que el régimen bolivariano que excluye, en su interpretación del concepto, los derechos civiles y políticos, las libertades fundamentales, otorgando prioridad a los económicos, sociales y culturales que no son más que un espejismo.

Las declaraciones de los representantes del régimen en los foros internacionales, hechas en forma clara para no dejar dudas, son completadas por las declaraciones y las acciones del presidente de la República durante sus viajes al exterior.

Las acciones son muchas. Todas se traducen en el fortalecimiento de las relaciones con países cuestionados por sus rasgos claramente totalitarios como Cuba, Irán, Bielorrusia, Corea del Norte, entre otros.

Estas acciones externas, parte de una política partidista y no de Estado, que no responde a los intereses nacionales, sino a los de una minoría, son completadas por las declaraciones del presidente Chávez, formuladas especialmente durante sus viajes al exterior.

En días pasados, durante su primera visita al último dictador en Europa, Alexandr Lukashenko, cuya legitimidad es cuestionada por todos, en Europa principalmente, el presidente Chávez hizo una serie de declaraciones muy preocupantes.

El presidente elogió a su “amigo” Lukashenko por “salvar a su país del caos que supuso la desintegración de la Unión Soviética” al mismo tiempo que alabó su gestión económica y su «modelo social» que sirve de ejemplo para Venezuela. El presidente venezolano osó felicitar a su homólogo, el “patriota” Lukashenko, como le habría llamado, “por haber neutralizado las revolución de colores”. Aunque grave, la afirmación no resultaba suficiente para identificarse con el “hermano” bielorruso. El presidente lanza desde Minsk una nueva amenaza a la oposición venezolana cuando dice que también esta dispuesto a “neutralizar esas revoluciones en el país.”
Se fortalecen las relaciones con la “democracia” de Lukashenko. Durante su visita a Minsk se suscribieron varios acuerdos, entre ellos uno de cooperación militar, mientras se anunciaba una nueva alianza estratégica, igualmente alarmante, que se agrega a las ya selladas con organizaciones regionales, como la Organización de la Unidad Africana (OUA) y la Liga Árabe; y con instituciones interregionales unidas por un sentimiento particular, como la Conferencia Islámica, a las cuales el bolivarianismo se une en su estrategia externa para “derrotar el imperialismo” y salvar el mundo.

La nueva concepción de la democracia por los bolivarianos y las relaciones con regímenes como el de Lukashenko, así como las disparatadas alianzas anunciadas y selladas los últimos meses, síntoma de desesperación, evidentemente, debilitan la posición internacional de Venezuela, aunque la dirigencia revolucionaria piense lo contrario. Se acaba, simplemente, la autonomía de la política exterior de Venezuela que había dado sus frutos en épocas anteriores cuando la independencia y la soberanía nacionales eran cosa seria para nuestros hombres civiles y militares.

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