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Hace 25 años, un golpe fallido en Moscú anunció el fin de la URSS

Fue el llamamiento desesperado del presidente ruso Boris Yeltsin lo que llevó a Guennadi Veretilni a las barricadas que rodeaban la sede del parlamento de la Rusia soviética en el centro de Moscú, aquel 19 de agosto de 1991.

«Yo no era partidario de Yeltsin ni liberal, ni comunista: no apoyaba a ningún partido», explica Veretilni, por aquel entonces un joven investigador de policía de 22 años. «Pero el llamado de Yeltsin, la libertad, la democracia, todas esas nuevas palabras… el pueblo las había creído realmente. Y yo también».

Pocas horas antes, un grupo de golpistas dirigido por partidarios de la línea «dura» en el seno del partido comunista soviético entraron con los tanques en Moscú.

Los golpistas, dirigidos por el vicepresidente soviético Guennadi Yanáyev, el jefe del KGB, Vladimir Kriuchkov, y el ministro de Defensa, Dimitri Yazov, consideraron que el presidente de toda la URSS, Mijail Gorbachov, era «incapaz de asumir sus funciones por motivos de salud» y proclamaron el estado de emergencia.

Su objetivo era paralizar la Perestroika y la Glasnost iniciadas por Gorbachov para renovar y liberalizar la URSS, unas reformas que amenazaban el poder del partido comunista y habían llevado a la URSS al borde del colapso.

Pero lo que los golpistas no habían previsto era el gran apoyo con el que contaba Boris Yeltsin, presidente de la Rusia aún soviética, y los miles de moscovitas que responderían a su llamado de defender las reformas.

«Más de 20.000 moscovitas vinieron a apoyar a Yeltsin. Les había pedido que vinieran a defenderlo y formaron una cadena humana» alrededor de la Casa Blanca (el parlamento de la Rusia soviética) en la que se refugiaba el presidente, recuerda Veretilni.

Cansados pero felices

Para construir las barricadas, los manifestantes emplearon trolebuses, arrancaron vallas, recogieron tuberías. Cualquier material era bueno para prepararse para el asalto de las fuerzas del orden fieles a los golpistas.

«En la noche del 20 al 21 de agosto, estábamos particularmente ansiosos», recuerda Lev Ponomarev, en la época diputado y desde entonces, conocido defensor de los derechos humanos. «La gente estaba realmente preparada para sufrir un asalto».

Pero el temido ataque nunca se produjo. Los golpistas cometieron una serie de errores fatales, al no lograr convencer a oficiales clave para que se unieran a ellos y no conseguir acallar a Yeltsin, cuya foto subido a un tanque ante la multitud enfervorecida dio la vuelta al mundo.

Tres manifestantes murieron en enfrentamientos con los soldados pero el 21 de agosto, quedó claro que el golpe había fracasado.

«No habíamos dormido en tres días y estábamos agotados. Pero también estábamos muy contentos», recuerda Lev Ponomarev. «Era una extraña mezcla de fatiga y alegría».

‘La gente fue ingenua’

El fracaso del golpe supuso la estocada final a 70 años de comunismo soviético.

Yeltsin, convertido en el verdadero poder, prohibió el partido comunista, apartó del poder a Gorbachov y firmó un acuerdo con los dirigentes de Ucrania y Bielorrusia que disolvía de facto la URSS.

El 25 de diciembre de 1991, Gorbachov dimitió y la Unión Soviética dejó de existir oficialmente.

Pero entre quienes defendieron la democracia aquel agosto de 1991 queda un regusto amargo.

Sus esperanzas de un mundo mejor se rompieron con la irrupción de una economía de mercado acompañada de privatizaciones en masa en los años 90, época en la que nivel de vida de la población rusa se desplomó.

«La gente fue ingenua», declara Veretilni, que hoy vive en Kiev. «No sabíamos que en lugar de obtener la libertad y la democracia, acabaríamos con este capitalismo salvaje».

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