Opinión Internacional

Morir a tiempo

«Desgraciado el país que necesita héroes»

Bertolt Brecht

La historia de Venezuela registra casos notables de muertes perfectas, aquellas que hacen coincidir el pleno cumplimiento del ciclo vital con el máximo logro histórico del personaje. Bolívar muere cuando su obra política y militar ha alcanzado el cenit. La independencia de cinco naciones. Fracasado su magno proyecto de la Gran Colombia por la acción de Santander y Páez -obedientes a los designios de sus pueblos, hartos de tanto sacrificio y sedientos de paz-, no tenía nada que buscar que no fuera asistir a su propia e inútil supervivencia. Muere en el momento perfecto, a los 47 años, antes de convertirse en el lastre insoportable que llegaría a ser post mortem, cuando décadas después la irracionalidad reinante lo convirtiera en santo patrono de nuestros desvaríos.

Siglo y medio después algo análogo sucede con Rómulo Betancourt. Si bien su muerte política no coincide con su desaparición física. Ni le sucede el desvarío republicano. Deja enrumbada la Venezuela civil y democrática, se retira a un exilio autoimpuesto y espera se cumpla su ciclo vital apartado de los desvaríos de un país desnortado por el delirio y la ambición de sus herederos. Cuando lo sorprende la muerte en Nueva York, Venezuela va cuesta abajo, derechamente a su perdición. El mal ya estaba consumado. Su secretario privado, Carlos Andrés Pérez, se había dedicado con fortuna y eficiencia a trastocar todos los órdenes morales y culturales de un país modesto pervertido hasta la médula por su grandilocuencia petrolera.

Cuba recuerda varios casos semejantes: Martí, Camilo Cienfuegos, Ernesto Guevara. Mueren cuando ya habían agotado el tiempo de su acción. Les sobrevive quien cumple el signo inverso: vivir más allá de toda medida soportable, esclerosar con su acción castradora toda la energía histórica desatada por el proceso revolucionario, frustrar las potencialidades de desarrollo democrático de una sociedad que tenía todos los ingredientes para haber asumido un papel protagónico y de vanguardia en el concierto regional cuando ya repicaban las campanas de la modernización. Fidel Castro pasará a la historia como el caudillo desaforado, ambicioso, cruel y delirante que lo impidió a fuerza de su descomunal egolatría, gangrenando el cuerpo social cubano y necrosando todas sus células vitales.

Poco importa el curso futuro de la transición a la Cuba democrática. Puede tardar años o décadas, dependiendo de la gravedad de la esclerosis que sufre su sociedad. Y tanto más tardío será el resurgimiento mientras más tarde proceda la ruptura. Una sociedad no despierta de la catalepsia por efecto de un simple funeral. El caudillismo castrista está tan inoculado en la vida cubana, que sacudírselo será tarea de generaciones. Un solo ejemplo comparativo: el tirano Juan Vicente Gómez gobernó a la Venezuela rural durante 27 años. Murió en su lecho, como Lenin, como Stalin, como Mao, como Ho y como lo hará Fidel Castro. Diez años después hubo un primer remezón para sacudirse el mal de su herencia, frustrado por Marcos Pérez Jiménez tras tres años de intentos renovadores. Y otros 10 más debieron transcurrir bajo la férula del dictador desarrollista para que por fin la Venezuela democrática viera la luz. Fueron 23 años de avances, tanteos y retrocesos en las tinieblas del postgomecismo.

¿Serán dos, tres décadas las que requerirá la Cuba postcastrista para volver al redil de las naciones democráticas?

El tiempo, el implacable, tiene la palabra.

2

Los países son como las personas. Ya puede el vecino agonizar en buena o mala hora, que el de al lado inmutable, como quien oye llover. Y luego se asombra de ver pasar el cortejo. Hasta suele permitirse una discreta lágrima. ¿Cinismo? La fuerza de las cosas.

Así fue, así es y así será. Los judíos pudieron haber sido exterminados de raíz si Hitler no hubiera rebasado lo imaginable enfrentándose a la U.R.S.S. y a los Estados Unidos. No mienten quienes aseguran que un Hitler menos contaminado por el delirio y satisfecho con la hegemonía sobre la Europa conquistada por sus divisiones motorizadas en 1940, hubiera podido consumar la aniquilación del pueblo judío sin levantar más escándalo que algunas inocuas protestas. Si Fidel Castro puede celebrar sus 80 años acompañado por las fanfarrias de las democracias occidentales, que no les hacen asco a sus 47 años de dictadura, sus millones de desterrados, sus decenas de miles de asesinatos y un pueblo hundido en la miseria, nada de lo cual vivieron los alemanes hasta el holocausto, ¿por qué no imaginarse un nonagenario Adolf Hitler celebrado urbi et orbe por el pangermanismo planetario?

Lo asombroso no es la complicidad del vecindario. Es la cobardía de las propias víctimas, que en lugar de enfrentarse a los monstruos que los amenazan se refugian bajo el instinto del avestruz. Chávez ha aparecido en La Habana para apropiarse el show del año, robándole cámara nada más y nada menos que al mayor histrión del universo, y logra imponer su imagen en las portadas de los más importantes periódicos del mundo, con el desplante y la desvergüenza de quien cree que también llegará a los 80 años gobernando una autocracia semejante a la de su comandante. Ninguno de los jefes de redacción de dichos periódicos sospecha siquiera que en términos estrictamente constitucionales no le quedan más de cuatro meses de gobierno y que ningún mandatario en sus cabales andaría jurando alianzas eternas con tan débil piso legal.

Pero si el mundo ya se tragó la píldora de la invencibilidad del déspota sabanero y cree que gobernará per secula seculorum -como el tirano al que se aferra como un parásito- se debe a esa oposición desorientada, cobarde y pusilánime que en lugar de plantarle caras y doblegarlo con la fuerza de las calles, se presta al juego de unas elecciones amañadas. Si hoy los venezolanos, en lugar de dudar entre apoyar a un político de circunstancias o a un impresentable cómico de feria estuvieran unánimes en la exigencia por condiciones electorales, Chávez no se hubiera podido presentar tan suelto de cuerpo apropiándose el despojo maltrecho del castrismo. Estaría desesperado buscando comparsas que le garantizaran su espuria legitimidad.

Estamos solos ante nuestra desgracia. Lo que tampoco es inédito ni tan grave. Lo verdaderamente grave es que seguimos hundidos en nuestra soledad por la acción inconsciente o cómplice de una clase política incapaz y cobarde. Y de una corrupción espiritual que parece infinita. Venezuela debe liberarse de sí misma para librarse del tirano. Por ello, no al 3D. Y habrá que repetirlo hasta el cansancio: no se trata de tener elecciones para salir de Chávez. Se trata de salir de Chávez para tener elecciones.

Todo lo demás es cuento. Así haga reír a los estúpidos y cómplices del patio.

3

Ambos hechos me causan una honda desazón: la indiferencia e incluso la silente complicidad del mundo ante la tragedia de los totalitarismos musulmanes y/o de izquierdas, por una parte, y el abandono o el desconcierto de las víctimas de tales totalitarismos frente a los causantes de sus desgracias. Ejemplarmente publicitados por un convaleciente Fidel Castro asombrosamente parecido al hermano de la Reina Fabiola, Don Juan de Mora y Aragón, un noble ibérico decadente, putañero y negociante que hiciera las delicias de la revista Hola en los años de la transición.

Los he vivido a la distancia de una ausencia impuesta por razones profesionales, en esta veraniega y calcinante España del joven Rodríguez Zapatero. Una España de fuego y humaredas causados por la irresponsabilidad de una nación que prefiere olvidar y consumir, bajo un gobierno de olvido y consumismo. Una España rosa y nueva rica, aprisionada en la cursilería de las revistas del corazón, el ocio estival y el socialismo de los señoritos del P.S.O.E. Al olvido ayuda una televisión estatal hedionda a tocineta, cocido madrileño y atufados escándalos de tonadilleras, toreros, putas y condesas. Un verdadero milagro de la hispanidad: hacer convivir la Academia de la Lengua con los conventillos del corazón en pantalla gigante.

Mientras, Israel se debate en solitario contra el terrorismo talibán del Hezbolah, criatura de Irán, Siria, la Rusia de Putin y los extremismos orientales. Libra una lucha denodada por el derecho a existir en un mundo hipócrita y estúpido, que eleva gritos contra las acciones de la única nación democrática de la región mientras ensalza bajo cuerda los atropellos de una guerrilla terrorista armada hasta los dientes y más allá de toda medida que espera el momento menos pensado para liquidar al Occidente democrático y judeocristiano que hoy la protege y glorifica. Pues Europa sigue acogiendo en su seno a quienes vienen a mamar de sus entrañas para odiarla y asestarle una puñalada trapera. Cría cuervos. La Gran Bretaña comienza a conocer las consecuencias. Comienza a perder sus ojos.

Mientras mauritanos, senegaleses, marroquíes y otros africanos subsaharianios náufragos de las miserias de pueblos primitivos y subdesarrollados arriesgan sus vidas en embarcaciones suicidas para poder desembarcar en España, y ésta hace tripas corazón acogiéndolos en su perturbado seno, el P.S.O.E. propone ampliar el derecho a voto a inmigrantes recién llegados. Siguiendo el ejemplo que Miraflores dio: abultar el registro electoral con carne de cañón electoral fácilmente comprable. Es la otra cara de la moneda: aviones que explotan o votos que deciden. ¿O vamos a olvidar que Rodríguez Zapatero le debe su presidencia al golpe del terror desatado en Madrid un 11 de marzo?

Cosas veredes, Sancho. Cosas veredes…

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