Mugabe y Venezuela
Durante las décadas de los ’60 y ’70 del siglo pasado, Zimbabwe (antigua Rhodesia) era el granero de África y uno de los países más ricos del continente. Robert Mugabe fue el líder de la independencia y logró, con el apoyo de los países democráticos, incluyendo Gran Bretaña y EEUU, destronar al gobierno racista de la minoría blanca, capitaneado por Ian Smith. Después de 27 años de gobierno populista, autoritario y «socialistoide», Zimbabwe es ahora un país «desastrado», caracterizado por una hambruna permanente, un desempleo que ha llegado al 80%, una inflación de 1.730%, la más alta del mundo, fraudes electorales descarados, graves violaciones a los derechos humanos y tres millones de refugiados en los países vecinos (de una población de 13 millones). Zimbabwe es un Estado forajido, en camino de convertirse en Estado fracasado, es objeto de sanciones internacionales y sus gobernantes no pueden viajar a casi ningún país democrático. En estas semanas, la situación en Zimbabwe se ha deteriorado considerablemente. Las manifestaciones pacíficas de la oposición fueron reprimidas violentamente. El líder de la oposición democrática Morgan Tsvangirai fue arrestado y salvajemente golpeado, mientras se encontraba bajo custodia policial. El colapso económico está haciendo mella entre los sectores, cada vez más minoritarios, que apoyan al régimen. Hay «rumores de sables».
En una de sus últimas visitas al exterior, Mugabe viajó a Venezuela, como invitado de honor del presidente Chávez, quien le entregó una réplica de la espada del Libertador. El «camarada» Mugabe es uno de los nuevos «amigos» de Venezuela, como lo fue Saddam Hussein y ahora Ahmadinejad, recientemente sancionado, unánimemente, por el Consejo de Seguridad de la ONU, contando con los votos favorables de Rusia y China, por no respetar el tratado de no proliferación nuclear. Además la Fiscalía argentina, contando con el apoyo del gobierno de Kirshner, ha acusado a funcionarios iraníes de estar involucrados en el atentado terrorista contra la asociación judía argentina. Para el gobierno chavista, declararse antiimperialista y enemigo de los EEUU, es condición suficiente para ser amigo y aliado de Venezuela. No importa su conducta en materia de derechos humanos, terrorismo, democracia y Estado de derecho. Efectivamente, el nacionalismo «antiyanki», ha sido la cortina de humo con la cual los más truculentos sátrapas, como Pol Pot , Noriega e Idi Amín Dadá , han tratado de ocultar sus nauseabundas políticas.