El etanol y los cuernos
Según recomiendan los especialistas, las relaciones internacionales deben ser frías y pragmáticas. Deben basarse en los intereses del país, con amistades firmes pero sin estridencias. Sin embargo, nuestra revolución ha caído durante estos largos ocho años en grandes apasionamientos, tanto en los odios como en los amores. Así, a la lucha permanente contra el imperialismo hemos sumado peleas con México, Perú, Costa Rica, República Dominicana y pare de contar, por no mencionar a Colombia, que nos ha dado unas cuantas clases sobre relaciones internacionales y ha logrado soportar con bastante prestancia una vecindad frecuentemente tensa. En la cuenta de los amores, al matrimonio formal con Cuba, hemos sumado idilios con varios países de la región, muy especialmente Argentina, Bolivia y Brasil, porque con Chile no hemos logrado profundizar las pasiones, y ahora se agregan las incipientes revoluciones que aparecen en Ecuador y Nicaragua, sobre las que volcamos nuestro amor, ardiente e incondicional.
Nuestra forma de amar se ha hecho famosa. Los países saben que en nosotros no tienen al novio cicatero que busca excusas para no invitar a la novia a cenar. Nosotros nos prodigamos en regalos y fiestas. Cuando nos enamoramos somos como la española cuando besa, lo hacemos de verdad. Por eso hay que entender que nos enfurezca la traición, hay que comprender que nuestros celos ante los desaires y las ligerezas casquivanas están plenamente fundados. Por eso nuestra revolución está de duelo ante el desaire adultero que nos acaba de hacer Brasil, con el agravante de que se mete en la cama con nuestro peor enemigo. Provoca gritarle “Yo hubiera preferido otra muerte”. Esa foto de Lula abrazando al cadáver insepulto y apoyándole la cabeza en el pecho nos ha partido el corazón.
No obstante, nuestra revolución debería tener un poco de sindéresis y manejar los cachos con mayor dignidad. Los guayabos se quitan en los botiquines, emborrachándose calladitos, por no caer en aquella vieja solución de un clavo que quita al otro. Pero lo que uno nunca debería hacer, por estar reñido con la lógica y con el buen gusto, es salir por allí a exhibir los cachos delante de todo el mundo, casi con orgullo. En esta gira presurosa, persiguiendo al galán que nos manoseo la novia, hemos cometido desafueros a granel. Más allá de pelearnos con el cadáver nos hemos metido con todo el pueblo norteamericano por intermedio de George Washington, que es algo así como que alguien viniera por aquí a hablar mal de Bolívar.
Pero en el tema en que estamos cometiendo los mayores desafueros es el del etanol. Aquí si es verdad que estamos botando el sofá. Hace apenas dos años, casualmente el 14 de febrero de 2005, día de los enamorados, cuando estaban más encendidos nuestros amores con Brasil, firmamos un acuerdo bilateral de integración en el marco del ALBA. Allí se sentaban las bases para lanzar un programa de etanol en Venezuela, lo íbamos a producir con azúcar y con yuca. Entre las previsiones estaba generar un millón de empleos, sembrar 300.000 hectáreas y construir 14 centrales. Ya nuestro titular del Menpet, el ministro rojo rojito, le había encontrado eslogan “Vuelve al campo con etanol”. En aquel entonces hacíamos discursos contra el calentamiento global y compartíamos la necesidad de reducir la dependencia del petróleo.
Ahora, ofuscados por la traición, decimos que es anti ético desarrollar el etanol, que significa quitarle la comida de la boca a los pobres para alimentar a los carros de lujo, que habría que sembrar todo el planeta y que no alcanzaría y hasta le decimos a Colombia que sembrar caña en la orinoquia nos puede degradar el río madre, cuando nuestro plan no lo degradaba. El rencor nos hace perder la coherencia.
De modo que yo imploro desde aquí que alguien cercano a nuestro Líder se le acerque con una botellita de anís y le brinde unas maraquitas, que es lo que toma nuestro pueblo. Seguro que si no se le quita el guayabo por lo menos se esconde y lo sufre en privado. ¡Por ellas, aunque mal paguen!