Una Yihad Incomoda
El campo de batalla es el planeta.
En Afganistán los Talibanes vuelven al ataque contra las tropas de la OTAN; en El Líbano fundamentalistas palestinos del grupo Fatah al Islam intentan controlar campos de refugiados mientras el Hezbolá chiíta espera el momento oportuno para hacerse con el poder del país; en Gaza Hamas celebra una victoria militar mientras bloquea toda posibilidad hacia la creación de un futuro Estado Palestino.
En Irak las milicias radicales islámicas sunitas apoyadas por Al Qaeda y la chiítas, con ayuda iraní, asesinan a centenares de civiles de su mismo credo; Irán continúa enriqueciendo uranio, sigue amenazando a Israel con su destrucción y recluta a más niños – los Basiji – para inmolarse, en caso de guerra.
Al Qaeda condena a muerte al presidente francés Sarkozy por “sionista” y “cruzado”, bajo la “lógica” de su identidad cristiana europea y sus ancestros judíos. España y Gran Bretaña detienen a islamistas sospechosos de preparar próximos ataques contra población civil.
El régimen islamista del dictador Omar Bashir, en Sudán, continua perpetrando un genocidio contra cristianos y animistas; los tribunales islámicos de Somalia intentan retomar el poder, y hay temor de nuevos ataques de Al Qaeda, como los recientes de Argelia y Marruecos en el norte de África.
En América Latina, se alerta sobre la proliferación de grupos radicales islamismos en la Triple frontera del sur y posiblemente, en Venezuela.
Este es el panorama de un mundo que peligra, no por el Islam como religión, sino por la ideología fundamentalista de una minoría de sus practicantes – el islamismo – que genera este tipo de mentalidad violenta y totalitaria.
El islamismo radical nació pocos años después del colapso del último imperio musulmán, el Turco Otomano, cuando surgió La Hermandad Musulmana de Egipto en 1929 y desde entonces, diversos grupos sunitas, sobre todo en Arabia Saudita y Pakistán y luego chiítas, tras la revolución Irán que estableció su régimen en 1978, han proliferado suplantando a las ideologías militaristas y socialistas que prevalecieron hasta la caída de la Unión Soviética en muchas naciones árabes y musulmanas.
Desde entonces, diversos grupos islamistas ejecutan una “guerra santa” o Yihad, contra todo aquel que se oponga a sus objetivos de reestablecer un imperio y de detener la “nociva influencia” de occidente – en términos de pluralismo, no de tecnología – sobre los musulmanes del mundo.
Los primeros ataques de Al Qaeda contra población civil ocurrieron en 1993 con el fallido intento de derrumbar las Torres Gemelas con un coche bomba y los atentados en las embajadas de Estados Unidos de Tanzania y Kenia en 1993.
Luego islamistas con vínculos con Hezbolá e Irán hicieron volar la sede de la comunidad judía en Buenos Aires en 1994 y tras el 11-S, Al Qaeda realizó atentados en naciones musulmanas como Túnez, Indonesia, Turquía, Marruecos y Argelia. Hoy la violenta Yihad es proclamada por lugartenientes de Bin Laden, dirigentes de Irán, y hasta un Mickey Mouse islamista que en una emisora del Hamas palestino recientemente enseñaba a los niños “su deber exterminar a los judíos como comienzo de la supremacía islámica en el mundo”.
Bajo el tergiversado lema de Yihad guerreros islamista amenazan a musulmanes moderados y a toda la “hereje” humanidad. Esta es una verdad incomoda que no todos los gobiernos aun asumen para detener su avance