Estupidez e inacción
El conde de Ségur fue un militar, político, académico y diplomático francés que llegó a Puerto Cabello en la arribada forzosa del buque en el cual iba formando parte de una fuerza expedicionaria en contra de Inglaterra. Pasó en Venezuela unos dos meses y visitó Valencia, La Victoria y Caracas. A Puerto Cabello no lo alaga mucho y lo describe en una carta a su esposa como un lugar «desagradable que ardo por dejar para ir a reunirme contigo». A Caracas, en cambio, la delinea como “un pequeño paraíso terrestre, donde desearía pasar mi vida contigo; no se conoce el invierno ni el caluroso verano, la primavera reina eternamente”. Muy distinto a lo que es hoy. En relación con sus habitantes, por un lado afirma que muchos son: “instruidos, honrados, hospitalarios” pero que hay otros que “no conocen otros placeres que la estupidez y la inacción». O sea, que la cosa no ha cambiado mucho en dos siglos y pico.
Quizás eso explique las diferencias tan notorias entre lo que sugieren mentes tan preclaras y bien formadas como las de los miembros de las academias de Ciencias Económicas, Historia y Ciencias Políticas y Sociales, entre otras, y lo que opinan y, ¡peor!, hacen los capitostes del régimen y sus cómplices de otros poderes que se supone que debieran ser autónomos. Solo la estupidez puede disculpar al maestro Istúriz —alguien que debiera haber aprendido bastante de la verticalidad ética de Luis Beltrán Prieto— cuando sigue reconociéndole cualidades de líder a Platanote “pese al asedio económico de la burguesía”, y cuando se hace parte en esa patraña inventada por los cubanos de la Sala Situacional y achaca el actual estado de cosas a los “planes conspirativos de la derecha”. Menos mal que actualmente ni los mismos crédulos de siempre se tragan eso de la “guerra económica”. Ya, hasta ellos entienden que la crujía que sufren (sufrimos) se debe a la megalomanía del muerto difunto y sus incapacidades como administrador, regalando el tesoro nacional, comprando amigos foráneos, creyendo que nunca tendría años de vacas flacas. Y a la imbecilidad del ilegítimo, que sigue en ese mismo rumbo, tratando de privilegiar al sector marxista-leninista de su partido; desoyendo las recomendaciones de los pocos que tienen algo útil en la cabeza y le quedan alrededor, y claudicando sus responsabilidades de gobierno y sus atribuciones en materia económica en las manos de alguien como el general Padrino, quien las ejercitará a través de la brigada de generales que tiene. Con ello, se corre el riesgo de que por aquí tengamos que parafrasear a Mirabeau: “los Estados tienen ejércitos, pero en Prusia, el ejército tiene un Estado”. Una cosa sí deberemos tener en cuenta y rechazar constantemente es la frase que los mismos prusianos acuñaron: “el soldado es el primer hombre del Estado”. Eso es no solo una mentira; es más: es una aberración. Y lo digo yo que usé uniforme 34 años, y que al final de mi carrera lo colgué sin una mácula, sin siquiera una sola amonestación en mi historial. El militarismo es una enfermedad, no una característica. Y de ella adolece este régimen.
La estupidez supina, y la inacción en el descargo de las funciones públicas por parte de los altos funcionarios —sumadas a la rapacidad de muchos de ellos— han conducido a Venezuela a la postración. Un país que los entendidos vaticinaban como el primero en Iberoamérica que iba a salir del tercer mundo y saltar al primero, ahora va embalado a lo más oscuro de nuestro siglo XIX. Y cuidado si más atrás, porque volvimos a ser colonia. Pero no de una potencia, sino de un país que no tiene más habitantes, más extensión ni más recursosque nosotros; que solo nos aventaja en avilantez y trapacería. Alguna vez le escuché decir a Orlando Ochoa que los países se hacen ricos por su recurso humano y por el ahorro nacional, y que estos constituían nuestras dos exportaciones no tradicionales en la actualidad: por un lado, quienes tienen juventud, conocimientos y voluntad se están yendo a generar riqueza en otros países; por el otro, el envilecimiento del signo monetario nuestro ha hecho que se busque salvaguardar el patrimonio mediante el ahorro en otras divisas. Nos volvieron pobres de solemnidad. Por la ofuscación de que “ser rico es malo”. ¡Bobo quien lo dijo y más bobos quienes le creyeron!
Pero el régimen sigue, pertinaz, en esa ruta hacia la economía zimbauense, hacia la bancarrota. Menos mal que ya muchos venezolanos han llegado a la forzosa conclusión de que en Venezuela no hay sueldo que alcance; que sus problemas económicos y sociales solo podrán ser resueltos mediante un cambio en el modelo económico. Y que eso implica un relevo en el gobierno, con el surgimiento de una clase política que en verdad haga buenos los postulados constitucionales en materia económica. Que se encargue de mover al país hacia la senda del progreso mediante el trabajo y el esfuerzo, que acabe con el imperio del carné político y la creencia que este sirve como el solo capacitador para el acceso a las posiciones de decisión. Que actúe para que la estupidez y la inacción lleguen a su fin…