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La vergonzosa y pesada herencia del militarismo (I)

En la compleja dinámica humana planetaria, ocurren ciclos, cuya duración, intensidad y características varían, pero el común denominador es que cada ciclo alcanza un tope, su clímax, a partir del cual se produce su gradual degeneración o violenta desaparición (siempre en períodos históricos, que no son instantáneos), para que se produzca la substitución por otro ciclo dominante. Pero en la generalidad de los casos hay un lapso de Transición entre el ciclo que termina y el que debe comenzar. La Transición puede ser relativamente corta o larga, traumática o pacífica, difícil o fácil, pero debe darse, porque los hechos sociales no sufren metamorfosis totales de un día para el siguiente. Le ocurrió a expresiones sociopolíticas de gran organización y fortaleza, como los grandes imperios, el de los poderosos Faraones que comenzó hace 5.000 años y construyeron en Egipto un conjunto de enormes pirámides, como los imperios prehispánicos en América, Mayas, Aztecas, Incas, el extenso Imperio romano, mutilado en occidente por las invasiones bárbaras en el 476 DC, y en oriente por el avance otomano en 1453. El imperio español, que se jactaba de que en sus dominios no se ponía el sol (porque abarcaba territorios en los dos hemisferios del globo terráqueo, en algunas de sus colonias era de día mientras en otras era de noche), a su vez los árabes ocuparon España hasta su expulsión en 1492, y los procesos independentistas separaron de las grandes potencias europeas a la mayoría de sus colonias, en América -comienzos del siglo 19-, y en África -años 60 del siglo 20-. Fascismo, Nazismo, Estalinismo, amenazaron con dominar al mundo entero por milenios. Salazarismo, Franquismo, dictaduras militares en Latinoamérica, y los neoestalinismos actuales, esperaban mantenerse en el poder por siglos. A todo ciclo le corresponde un inicio y un final, nada es eterno (en la vida real, que otras cosas suceden en la dimensión de lo imaginario, sin cable a tierra ni evidencias tangibles, como en las religiones y supercherías. Infinitas posibilidades tiene lo que surge de la invención fantasiosa. Lo que deriva de descubrimientos y fórmulas provenientes de científicos y técnicos está regulado por el marco de la realidad, se rige por las estrictas leyes de la Naturaleza, observadas y demostradas por esas mismas ciencias). Los pueblos no siempre cumplen las disposiciones emanadas de la megalomanía de sus conductores circunstanciales.

Dinastías muy duraderas en Egipto, China y Japón, han sido desplazadas por otras, a lo largo de los milenios transcurridos desde que las sociedades humanas se organizaron siguiendo un orden piramidal, con una élite en la cúspide y las mayorías en posiciones inferiores cumpliendo los esquemas diseñados por la minoría en el poder, hasta que le llega el final a un ciclo, y toma su lugar una transición que conduce al inicio de otro ciclo. En comparación, las pretensiones de establecer dinastías en el siglo 20 y el 21 –NorCorea y Cuba– resultan ridículas, anacrónicas, condenadas al fracaso (se mantienen a duras penas por su aislamiento, la permanente represión  y las ayudas que reciben del exterior, pero -a diferencia de los imperios y dinastías tradicionales- no avanzan ni aumentan sus dominios, más bien se estancan y gradualmente empeoran sus condiciones de decadencia y carestías).

Este “socialismo del siglo 21” por supuesto que no llena los requisitos para ser un imperio, tampoco podrá mantener a los miembros de una familia en calidad de dinastía dominante, es un simple mamotreto con ínfulas, la resultante aluvional de la conjunción de factores que produjeron la degeneración del ciclo post-dictatorial. Los múltiples regímenes del siglo 19 en los que prevalecen próceres de la guerra de independencia y sus descendientes, ciclo que inician Páez y Soublette, continúa con los Monagas, los Guzmán, neo-próceres surgidos de los conflictos por el poder entre grupos en apariencia distintos, siempre vinculados al procerato militar, y su derivado, los gobiernos surgidos del elemento substitutivo del ejército patriota, ya diluidos los nexos con la gesta emancipadora del lapso 1810-1830, las Montoneras, cuyos máximos exponentes fueron Cipriano Castro -1899/1908- y Juan Vicente Gómez -1908/1935-. A la muerte de Gómez, sucede la transición pre-democrática, con tímidas aperturas bajo los mandatos de dos militares (Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita) que formaron parte del gomecismo, al que sin embargo debían superar por las presiones de la inevitable evolución socio-política -factor sin el cual estaríamos todavía en la edad de las cavernas-. Un pequeño Cisne Negro, representado por la súbita locura del candidato de consenso, Diógenes Escalante, con quien seguirían los lentos cambios permitidos por las cúpulas de raigambre gomecista –militarista y andina-, propició la estrategia del golpe militar que derrocó a Medina, y colocó a un civil, Rómulo Betancourt, al frente de una Junta de Gobierno (oct 45 feb 49) que permitió la diversidad partidista, impulsó las libertades ciudadanas, y estableció el Derecho al Voto para las mujeres y los analfabetos en general, lo que incorpora a todo el pueblo -mayor de 18 años-. Ocurre la primera elección directa del Presidente de la República (antes electo de manera indirecta, por los diputados al Congreso, una obvia minoría controlada por quienes tuvieran el poder). El escritor Rómulo Gallegos -con un prestigio que trascendía las fronteras venezolanas- fue el primer presidente electo por votación popular, pero el militarismo seguía teniendo mucho peso, luego de más de un siglo disfrutando de las mieles del poder, todavía no sentían los militares –uniformados y armados por y para la defensa de la Nación– el debido respeto hacia los civiles, ni toleraban otra disciplina que la de los cuarteles, por lo que derrocan a Gallegos, fundamentalmente por ser civil, por ser un intelectual (su obra primordial “Doña Bárbara” precisamente muestra el enfrentamiento entre la civilización y la barbarie, entre una sociedad que se rige por lo que establecen las leyes, y aquella donde predominan las arbitrariedades del hombre fuerte rodeado de sus incondicionales, entre el país que avanza y el país que permanece estancado en medio de anacronismos y gamonales). Gallegos es Santos Luzardo, Doña Bárbara los golpistas que irrespetan la voluntad popular y la decisión de aceptar la regulación de las leyes y los acuerdos consensuados. De nuevo el país bajo una dictadura militar  -Nov 1948/Ene 1958-, que adopta la tendencia desarrollista, emprende la construcción de una ambiciosa infraestructura vial y de servicios a nivel nacional (carreteras, autopistas, el Paseo Los Próceres, el Teleférico de Caracas, –el Hotel Humboldt y el Helicoide, el primer Centro Comercial grande y moderno del país, ambas obras abandonadas por los gobiernos posteriores-), mientras mantiene férreo control de la población, reprime criminalmente a los opositores y comete intenso Peculado. La baja tasa delictiva, el creciente gasto en obras públicas y su correspondencia en la creación de empleos, le ganaron importantes apoyos populares, además de estar inscrito su despotismo en el conjunto de los regímenes militares que plagaban a Latinoamérica en los 50. Trujillo, Batista, los Somoza, Perón, Rojas Pinilla y Pérez Jiménez disfrutaban de su apogeo.

Lamentablemente, se impuso la tradición militarista, 312 años de autoritarismo monárquico en Venezuela; En 1498 comienza la conquista y colonización, en 1810 la primera expresión de rebelión con importante apoyo colectivo, desde 1811 a 1830 enfrascados en las guerras de independencia para liberar a Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú, proceso del que deriva la creación de Bolivia. A partir de 1830 -separadas Venezuela y Colombia-, el sector militar sigue usufructuando las glorias de la guerra de independencia, interpretan que es vitalicio y hasta hereditario el derecho a gobernar las naciones que rompieron el yugo colonial, en un ambiente    donde lo rural prevalece, con una población mayoritariamente analfabeta, mal habituada al  caudillismo, sin experiencias ni conocimientos de otros esquemas con genuina participación del pueblo (para lo cual es recomendable elevar el nivel de Ciudadanía de la mayoría, con lo que los militares tendrían que abandonar su complejo de superioridad respecto de los civiles, y asumir el más estricto respeto a las funciones que la Constitución establece para ellos).

*En el siguiente artículo abordaremos el período 1958-2016.

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