De Cuba para Venezuela
Mientras hago la maleta una camarera me toca la puerta de la habitación. “Disculpe, ¿le puedo hacer una pregunta?”, me interroga la agradable morena. “Si, diga”. “Es que quería pedirle su ropa interior. Es para mi marido”. Después de la lógica estupefacción que me causa su ruego, termino por sacar los interiores y las franelas que tengo y se las entrego. La mujer esconde bajo su vestido las prendas, mientras dibuja una sonrisa de gloria.
Me quedo mirando a la gente que espera el autobús. Cuando por fin llega, los viajeros se agolpan para subir a una chirriante y desvencijada guagua que tratará de llevarlos a su destino. Los acompaño. En voz baja comentan la afrenta diaria de esperar horas por el escaso y malo transporte público.
En La Habana las avenidas siempre están casi vacías. La policía vecinal impide cualquier aglomeración. No se ven los automóviles. Los que hay son una muestra del ingenio popular: carros de los años cuarenta y cincuenta en buenas condiciones. Para envidia de los coleccionistas. Ah, por supuesto, hay algunos Mercedes para el uso del Comité Central del partido único. Del Partido Comunista, ¿cuál más?
El aeropuerto José Martí es el escenario. Un veinteañero ha conseguido el permiso para viajar a Miami. Sabe que no volverá. Su familia llora cada vez que se abre la puerta automática. Algún turista gracioso pisa cada tanto para que la puerta vuelva a abrirse. Goza viendo llorar a los amigos y hermanos del que se va.
Estamos en una tienda del hotel. Una señora cubana quiere comprar unas sandalias. Tiene los dólares. La dependienta le dice que se puede probar los zapatos pero no comprarlos. La señora nos pide el favor de recibir sus ahorros y entregárselos a la vendedora.
La noche se calienta. Un médico especialista nos invita a su casa. Prefiero no ir. Creo que no debo abusar de esta gente. El médico me despide. Su franela está rota. Después me informan que tomaron café racionado en su muy humilde vivienda. ¿Cuánto gana un médico especialista en Cuba?
Una tienda para turistas abarrotada de productos gringos. Desde chocolates a chaquetas de marca. De todo hay allí. Tanto, que parece una tienda neoyorquina. ¿Cómo es esto del “bloqueo”? Bloqueados están los cubanos. No pueden entrar a las tiendas Intur por el hecho de tener pasaporte cubano. Un territorio liberado de la presencia de ciudadanos cubanos, como Guantánamo.
El bar se llama “Dos gardenias”. Adentro suena música gringa. Una muchacha solicita que la dejen pasar. El portero le pide cinco dólares. Me mira. Se los entrego. La muchacha pasa toda la noche sentada al lado del discjockey, tocada con unos grandes audífonos, oyendo la música foránea que la mata.
En el antiguo Habana Hilton las alfombras ya no resisten más. Sigue siendo el edificio más alto de la capital y muestra los vestigios de tiempos felices. Los cubanos no pueden entrar a menos que sean militares. Oficiales se muestran orondos con bellas señoras. Para la servil imitación ahora el Caracas Hilton es el Alba.
Hacer compras en La Habana deprime. Hay quien tiene pesos en el bolsillo pero no puede comprar nada. Porque no hay nada que comprar. Los estantes vacíos parecen sacados de una fotografía de alguna bodega rural venezolana de hace cincuenta años. Dos latas de sardina reinan en un extenso mostrador. Por allá, perdida, una botella de ron.
Havana Club se llama el prestigioso ron cubano comercial. El Estado lo produce y lo vende. En todo cóctel de bienvenida el mojito es la bebida de rigor. Los visitantes latinoamericanos disfrutan del ron y olvidan la miseria circundante. Ay, para que la dicha fuera completa debería aparecer en la fiesta el mismísimo Comandante.
El Museo de la Revolución parece el set de una antigua película mexicana. Las figuras de cera del Che y Camilo Cienfuegos escoltan al héroe imprescindible, Fidel. Pocos son los objetos personales exhibidos. En la última subasta de los enseres del Che, Venezuela quiere pujar. A lo mejor dona la compra al Museo. Así como ya Chávez le regaló a Castro ciertos implementos bolivarianos.
Chávez elimina la federación “sui generis” venezolana y anuncia una confederación con Cuba. Hay dos presidentes y un solo país. Venecuba o Cubazuela. ¿Cómo suena mejor? Castro prepara su partida y asegura que la miseria del pueblo cubano será eterna. En Venezuela “el socialismo petrolero” hará difícil la miseria general (aunque ya vemos largas colas para comprar leche, azúcar, aceite, etc.) pero se quiere imponer la esclavitud.
¿Permitiremos que Venezuela se convierta en otra Cuba?