Opinión Internacional

Si Marulanda fuera venezolano

Álvaro Uribe Vélez se parece más de lo que podría aceptar a Hugo Chávez. Su jugada de nombrar al gobernante venezolano como mediador para el logro del intercambio humaninatario con las guerrillas terroristas de las FARC, tiene mucho de chavismo embozado.

Uribe, después de ser elegido para un solo período, como lo permitía la Constitución, presionó y logró –al igual que Chávez- derogar la prohibición de la reelección inmediata. Es decir, desde el poder cambió las reglas del juego para beneficiarse. También el uribismo está buscando una tercera elección de su jefe, tal y como lo ha hecho Chávéz.

El párrafo anterior describe la permanencia de una costumbre terrible: la aspiración continuista de quien manda, que tanto dolor y sangre causó en los siglos XIX y XX de los dos países. Y en ambos bandos gobierneros moverá al rechazo y hasta a la ofensa porque las dos corrientes requieren ser vistas como antagónicas.

Y es que, a pesar de lo que podría pensarse, los dos jefes, que se conocieron en Oxford en 1998, no han dejado de tener desde entonces una relación de tensa cordialidad. Sólo diferencias de estilo disimulan su motivación principal: la permanencia en el cargo.

Pertenece al más puro chavismo, como a todo populismo, el uso del espectáculo como política de Estado. Pero a veces hay fines de alta política en movimientos dignos de las tesis del famoso diablo medieval de Florencia.

El estrambótico nombramiento de Chávez por parte de Uribe buscaba enviar un mensaje al establecimiento político estadounidense. La fuerte resistencia al Tratado de Libre Comercio por parte de senadores y representantes demócratas así como de algunos republicanos representa un fuerte escollo a la mayor propuesta económica de Uribe. Ya la senadora Hillary Rondham Clinton, favorita para obtener la candidatura del Partido Demócrata, ha expresado su férreo rechazo al TLC con Colombia. Uribe pensó que un acercamiento espectacular a Chávez lograría conmover a quienes se oponen a la firma del tratado comercial en el Congreso gringo.

Hasta ahora, el movimiento no ha obtenido sino fracasos. En EE UU los opositores al TLC no han sido sensibilizados con el acercamiento a Chávez. Los demócratas siguen en su lógica proteccionista, respondiendo a los intereses de su base sindical. Y los republicanos no pueden avanzar mucho en su apoyo debido al escándalo de la parapolítica (el desvelamiento de relaciones peligrosas entre las Autodefensas Unidas de Colombia con políticos del entorno de Uribe y con otros grupos) que les compromete su imagen con quienes están sensibilizados por los derechos humanos. Los TLC no son negociados por EE UU como parte de un acuerdo bipartidista; por el contrario, son puntos de desencuentro en la prematura campaña por la Casa Blanca.

Si ese objetivo de política comercial se aleja, el de avanzar en un proceso de paz también. Chávez es un elefante en cristalería en temas diplomáticos. Uribe, ha debido controlar los daños. Sólo un ingenuo o un inocente infante pueden extrañarse de las infidencias y rocambolescas declaraciones que ha hecho Chávez desde que recibió su encargo.

Chávez se ha excusado, diciendo que no le han dicho qué es lo que debe callar o mantener en secreto. Es como un niño que dice frente a una visita: “Mamá, ¿por qué hablas con esa señora si dijiste que te caía mal?”. Él está más interesado en los titulares de la prensa y en el impacto de sus apariciones en TV, que en la liberación de los secuestrados. Su infructuosa reunión con el presidente Sarcozy, al no presentarse con las pruebas de vida de Ingrid Betancourt, que había prometido, no tenía otra intención que desviar la atención de la prensa y así desplazar el tema de la nueva Constitución autocrática y castrocomunista que quiere imponer.

Para alguien sin escrúpulos, sin respeto por código alguno de convivencia (hay quien dice que Chávez es peor que los malandros que azotan las ciudades venezolanas, pues éstos tratan de respetar la palabra empeñada, a menos entre sus iguales), la delicada misión de mediar es una oportunidad más para figurar en la prensa internacional.

Chávez ha demostrado lo suficiente, a quien quiera enterarse, que el tema de la eliminación de la violencia política le importa poco. Todo lo contrario: es una de sus armas favoritas para la imposición del ambiente de temor general que haga viable su proyecto totalitario.

Desde el primer día, Chávez dio una declaración insólita para un representante de un Estado que mantiene relaciones de necesaria colaboración con otro Estado vecino: “Venezuela es neutral en el conflicto colombiano”. Esa escandalosa frase y la aquiescencia con la actividad de delincuentes colombianos (FARC, ELN, AUC y bandas comunes) en el territorio venezolano, son los méritos, a juicio de Uribe, para ser nombrado mediador ante las FARC.

En Venezuela este año han sido secuestrados cerca de 250 ciudadanos, en su determinante mayoría por esos grupos colombianos. Los ganaderos son su blanco predilecto. Algunos han sido asesinados. Chávez ni siquiera habla del tema.

Si Marulanda fuera venezolano, Chávez no buscaría reunirse con él en la selva del Caguán, porque sería el jefe de una guerrilla que no tendría el glamour que la izquierda fascista le asigna al chavismo.

Marulanda, al comandar una guerrilla venezolana, sería un rival interno y Chávez, desde que asumió el poder, no se reúne con la oposición venezolana. Marulanda sería ignorado por Chávez porque los focos del espectáculo no alumbrarían al anciano guerrillero en este petroestado.

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