Inmigración en USA
Los norteamericanos, al mismo tiempo que los europeos, muestran inmensa preocupación por el incremento migratorio del mundo hacia sus territorios.
Leemos, en el New York Times del jueves 29 de noviembre, dos artículos que nos mueven a redactar estas líneas. El primero, resaltado como Editorial de Opinión, relata las tribulaciones de una cadena fabricante y comercializadora de hamburguesas, ante un incremento del costo de los tomates recogidos por inmigrantes centroamericanos en Florida. Estos trabajadores, en jornadas de diez a doce horas por día, reciben, con el nuevo contrato, setenta y siete centavos de dólar por una cesta de treinta y cinco libras (algo más de quince kilos) de tomates.
Por otra parte, la señora Julia Preston analiza un informe del Centro de Estudios para la Inmigración localizado en Washington y dirigido por Steven A. Camarota.
En este segundo artículo se reporta que la inmigración, en el lapso de los últimos siete años, ha llegado a un nivel récord, alcanzando la cifra de 37,9 millones de personas, cifra que incluye a quienes tienen una situación legal y quienes viven sin sus papeles en regla.
Si bien la cifra es llamativa, en un cuadro se analiza y se concluye que la proporción de inmigrantes en Estados Unidos está llegando a representar algo así como el trece por ciento de la población y se acerca a la incidencia máxima del quince por ciento, cifra a la que se llegó en la primera década del siglo pasado.
Dice el artículo que el informe resalta los inconvenientes que producen los inmigrantes en los servicios de la comunidad, muy especialmente en aquellos relacionados con la salud pública y la educación, más es criticado, pues omite tanto la contribución que hacen estos inmigrantes a los rubros de impuestos y el hecho irrebatible de la ocupación de los puestos de trabajo que no quieren ser desempeñados por los nacionales.
También hace énfasis el informe, en los bajos niveles de la educación y la instrucción de los inmigrantes pero omite mencionar la cantidad y la calidad de talentos que están ocupando funciones tanto en las universidades como en las industrias y en el sector gubernamental. En un artículo publicado en El Universal en julio pasado, relacionábamos estadísticas recopiladas por nuestro apreciado amigo Iván de la Vega a través de sus investigaciones y donde analiza que para el año 2000 el 16,1% de los dos millones setecientos mil investigadores de cuarto nivel que trabajan en Estados Unidos, son no nacidos allá. Venezuela, que tiene algo más de ocho mil graduados de cuarto nivel, más de la mitad viven hoy en otros países.
Dice el profesor Dowell Myers, un demógrafo de la Universidad del Sur de California, “este es un retrato de un solo ojo”, destacando que únicamente se observa una cara de la moneda.
Entendemos la legitimidad de las inquietudes, tanto de los norteamericanos como de los europeos, relacionadas con las inmigraciones que reciben provenientes de países que tienen grandes problemas, pero nos permitimos recordarles, especialmente a nuestros vecinos del norte, que su país se ha construido con una participación fundamental de quienes vinieron de otras latitudes y que la gran mayoría de quienes hoy se mudan a su territorio lo hacen con un afán de progreso y contribuyen, en la medida de sus posibilidades, al desarrollo de su país.
En cuanto a los amigos del otro lado del charco, quisiéramos recordarles la acogida que casi todos los países de Latinoamérica les brindaron a los emigrantes europeos cuando fueron aventados a este lado del Atlántico por las cruentas guerras que lamentablemente sufrieron. Todos los países receptores de sus nacionales han destacado y agradecido la importante contribución que estos señores nos aportaron.
Las migraciones necesitan de un análisis serio y honesto, de lo contrario seguirán carcomiendo las entrañas del mundo.