Opinión Internacional

Terrorismo y ética

El tema de la ética siempre reaparece al preguntarse cómo enfrentar al terrorismo. Emeterio Gómez lo presenta descarnadamente: ¿Es legítimo torturar a un terrorista para que confiese dónde ha puesto una bomba? La agudeza de Emeterio lo lleva al límite: imaginen que puso una bomba atómica en Nueva York y lo acaba de apresar la CIA. La respuesta parece obvia: Es legítimo aplicarle todo el sulfuro del infierno con tal de que confiese.

Pero si nos apartamos de los casos extremos el tema es más complicado. Combatir el terrorismo implica contrastar sus métodos, estar por encima en los principios. El terrorismo persigue mantener a la sociedad en zozobra permanente, sembrar el miedo y, a través de él, quebrar el tejido social. Por eso es que para combatirlo efectivamente hay que aferrarse a la justicia y las leyes, a los principios y los valores que sustentan la cultura de la libertad.

Por eso cuando se cede a la tentación de usar los mismos métodos del terrorismo para combatirlo en realidad se está sucumbiendo ante él. Cuando se impone que los periodistas tienen que renunciar al secreto de sus fuentes o cuando se permite el espionaje telefónico si los altos intereses de la nación así lo ameritan, como se ha hecho en USA después del 11S, el terrorismo está triunfando.

El terrorismo aplica pequeños pellizcos a la democracia y a la libertad, pellizcos dolorosos pero al fin y al cabo pellizcos. Su verdadera fuerza destructora no está en los muertos en un atentado ni en el sufrimiento de un secuestrado. Su fuerza radica en minar los principios democráticos. De allí que la verdadera forma de combatirlo pasa por reafirmar dichos principios.

Un ejemplo de combate consistente se aprecia en la actitud del gobierno colombiano ante el tema del llamado “Intercambio humanitario”, el cual es contradictorio desde su planteamiento, ya que si es “intercambio” se convierte en un negocio y deja de ser “humanitario”. El gobierno colombiano luce cruel y despiadado porque no cede a las presiones de los terroristas, de las familias de los secuestrados e inclusive de algunos gobiernos de otros países. Las actitudes de los dolientes son comprensibles, en especial las de los familiares, pero para el gobierno de Colombia el combate al terrorismo debe ser la prioridad, por encima de cada caso particular. Utilizar al secuestro como arma y a los secuestrados como mercancía se ha convertido en uno de los últimos reductos que le quedan a la narco guerrilla colombiana. El gobierno entiende que ceder en este caso significa multiplicar por cuatro las futuras Ingrid Betancourt y de allí que se mantenga firme en lo que debe sostenerse: Los principios.

La experiencia colombiana nos remite al tema de la ética. Si olvidamos los casos extremos como el que abre este artículo, la única forma de combatir el terrorismo es contrastando la democracia, la libertad y la discusión pacífica como métodos para alcanzar cualquier fin. La experiencia de Irlanda del norte, que ha adoptado el camino de la paz para dirimir las diferencias, también nos sirve de ejemplo y ojalá sirva de espejo para los grupos extremos del País Vasco. Pero mientras tanto, las sociedades democráticas tienen que aferrarse a las posiciones éticas como única forma de combatir al terrorismo y derrotarlo.

No hay salidas fáciles, el terrorismo continuará por mucho tiempo y seguirá haciendo temblar a la democracia, pero la fuerza de la libertad lo derrotará, siempre y cuando no sucumba a una violencia que siembre el planeta de odio y destrucción. Entretanto, les deseo un feliz año en 2008.

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