Kosovo y el factor ruso
Luego del desmembramiento de Yugoslavia, en la década de los noventa, el gobierno de Slobodan Milosevic intento hacer una limpieza étnica de los habitantes no eslavos de las provincias serbias de Bosnia-Herzegovina y Kosovo. Tardíamente, luego de decenas de miles de muertes, tropas de la OTAN, auspiciadas por la ONU, incursionaron en ambas regiones para detener las masacres.
En el caso de la región serbia de Kosovo, cuya población es de casi un 90% albanesa musulmana, a diferencia de la mayoría eslava cristiana del resto del país, desde 1999 la administración de la provincia quedó temporalmente en manos de la ONU. Rusia, que se opuso a la división de la ex Yugoslavia, temía que Kosovo pudiese terminar separándose de su aliada Serbia, que domina esa provincia desde 1912 y sin embargo, debió aceptar el ingreso de tropas occidentales a ese territorio – desde una posición de debilidad – a cambio de una importancia participación de sus militares y la promesa de que su destino político sería negociado con Moscú.
El reconocimiento de Estados Unidos y la Comunidad Europea (CE) de una Kosovo independiente podría causar una reacción de Rusia, que ahora, a diferencia de hace unos años, ha vuelto a fortalecerse como potencia gracias a los “argumentos” de sus recursos energéticos – especialmente el gas, cuyo suministro es vital para naciones europeas – y con una postura ofensiva en lo que se refiere a enfrentar a grupos separatistas como el chechenio y bloquear el coqueteo de ex republicas soviéticas con la CE.
La decisión que se tome sobre Kosovo podría causar que atávicos antagonismos étnicos y religiosos estallen en los Balcanes para luego hacer eco en regionalismos europeos y en las ya tensas relaciones de Rusia con la CE y EEUU.