Irak y Obama
La demagogia forma parte de casi todas las campañas políticas, pero pocas veces se ha acumulado tanta como en la actual lucha por la candidatura del partido Demócrata en Estados Unidos. Creo que Hillary Clinton o Barack Obama tienen la principal opción para alcanzar la presidencia norteamericana en noviembre de este año, y a la vez pienso que la característica de un todavía hipotético gobierno de alguno de ellos será la frustración, pues no podrán cumplir ni la mitad de las promesas que ahora están haciendo al electorado. No obstante los estadounidenses necesitan una dosis de realismo, y me temo que sólo un gobierno demócrata podrá generar el suficiente grado de desilusión como para que la gente ponga los pies sobre la tierra.
Ningún otro tema da pie para mayor demagogia que Irak. Hillary Clinton sirve la suya en raciones pequeñas y medianamente digeribles, aseverando que durante su gobierno EEUU se retirará de Irak de manera gradual y cuidadosa. En cambio Barack Obama muestra escasas inhibiciones cuando se refiere al asunto. Personalmente le escuché decir que como presidente iniciará el retiro de las tropas norteamericanas en Irak de inmediato.
Segundos después aclaró que ante la posibilidad de que Al Qaeda y otros grupos terroristas, aprovechándose de la retirada norteamericana, comiencen a construir bases de entrenamiento en Irak y Afganistán, Washington tendrá que organizar una fuerza militar de intervención rápida, desplegada en algún lugar cercano (no especificó dónde con precisión), para eliminar las nuevas amenazas.
En su momento, alguien tendrá que explicarle con calma a Barack Obama que resulta inútil imaginar a Al Qaeda haciendo cosa distinta a establecer bases en Irak y Afganistán, tan pronto observe a las tropas estadounidenses salir de allí. Cabe por tanto augurarle a la fuerza de intervención con la que sueña el senador afroamericano de Illinois una larga y atareada vida. EEUU no se retirará de Irak en mucho tiempo, como no lo ha hecho de Corea y tampoco de Europa, donde aún permanecen miles de soldados norteamericanos. Y ello es así porque Estados Unidos es un superpoder que cumple y cumplirá un papel indispensable e insustituible en el mundo, al menos mientras sus contornos geopolíticos sean parecidos a los que hoy contemplamos, y porque en esos lugares se juegan intereses vitales. Por ello me atrevo a pronosticar que Washington se quedará en Irak y Afganistán por años y quizás décadas, así sea el propio Obama quien deba anunciarles esta verdad oportunamente a sus compatriotas y a los cada día más acobardados miembros de la «alianza occidental».
El senador Obama, haciendo gala de la ingenuidad en materia internacional que ha venido exhibiendo durante su campaña, presume que Al Qaeda, Ahmadinejad, Hamas y Hezbolá también se rendirán ante su grata oratoria y evidentes buenas intenciones, que la seguridad de EEUU podrá colocarse en las confiables manos de esa entelequia llamada ONU, y que una nueva era empezará como por arte de magia tan pronto él se instale en la Casa Blanca. Semejantes espejismos sólo traerán desengaño, pero ratifico que a mi modo de ver el electorado norteamericano, que atraviesa una etapa de negación de la realidad y sucumbe a fantasías aislacionistas y a un idealismo infantil, necesita una buena sacudida. Tal medicina sólo puede proporcionarla una presidencia al estilo Jimmy Carter, y Obama es un candidato excepcional para proporcionarla en gigantescas e inacabables dosis. Se trata de una receta terrible pero recomendable.