¿De qué color es la piel de Dios?
Yo era muy jovencita cuando el grupo “Viva la gente” hacía presentaciones en varios continentes, llevando un mensaje de tolerancia, amistad y unidad. Eran jóvenes de todas las razas y de multiplicidad de nacionalidades. Cantaban en varios idiomas. En español, una canción invitaba a la reflexión:
¿De qué color es la piel de Dios?
¿De qué color es la piel de Dios?
Dije negra, amarilla, roja y blanca es.
Todos somos iguales a los ojos de Dios
Muchas cosas cambian en el vocabulario, que no necesariamente en el pensamiento y el sentimiento. En términos políticos, las primarias en Estados Unidos van resultando ser un interesantísimo ejercicio de contrastes y coincidencias. Difícil lograr “diferenciación” cuando los tres precandidatos en buena medida están haciendo las mismas promesas. Entonces, el asunto se vuelve un tema de “carácter” y “personalidad”; de “carisma”, “atractivo” y “sex-appeal”; de “credibilidad” y “confiabilidad”.
No es lo que un candidato diga. Es lo que la gente haga con ello. No es lo que un candidato sea; es cómo lo percibe la gente.
Sorprende, porque tiene que sorprender, que a estas alturas, ya en el siglo XXI, el color de la piel siga siendo un “issue”. Sorprende, porque tiene que sorprender, que aún haya, si no un abierto racismo, sí un “ceño fruncido”, una mueca de desconfianza por el color de la piel. Los resultados en las primarias en Mississippi producen, cuanto menos, algo de angustia. 91% de los negros (perdón, afreomaericanos) votaron por Obama. Las mujeres y hombres blancos prefirieron mayoritariamente a Hillary. Claro, no confiesan que el color de la piel influyó en su decisión. Eso sería “políticamente incorrecto”. Se habla de “afroamericanos”, pero allá en el subconsciente está “negro”. Los “rednecks” dicen, aún, “niger”.
Si hablamos de colores, en las primarias demócratas la cosa se pone color de hormiga amazónica en celo. Mississippi es el estado con mayor número de afroamericanos del país (según el censo de 2000 constituye el 36% de la población). Todavía para muchos el vocablo “Mississippi” trae terribles recuerdos de los peores y más dramáticos momentos de la segregación racial en Estados Unidos, cuando la discriminación no era soterrada sino abierta y legal (¿recuerdan la pelicula “Mississippi burning”?). Y si bien se presumía que los dolores de tan denigrante segregación ya habían sido superados, que son “el pasado”, pues pareciera que no es tan así. Como dato importante para la reflexión, en los últimos 32 años, Mississippi jamás ha votado por un candidato demócrata a la Presidencia. Su mayoría de raza blanca sigue siendo conservadora y la población negra (perdón, afroamericana), aún no logra tener la fuerza para marcar los caminos. He allí la importancia del triunfo de Obama en las primarias en Mississippi.
Marty Wiseman, profesor de Ciencias Políticas, dice que Mississippi vive hoy un momento muy especial. En una declaración a CNN, Wiseman destacó que “para los votantes de este estado, esta primaria demócrata, con todo el interés nacional que acarrea, representa la posibilidad de alterar viejos estereotipos y hacer oír su voz”.
Obama supo leer en la escena política, y en el corazón de la gente; en Mississippi se esforzó y ganó. Su mensaje de cambio logró llegar al alma de una población que escuchó cómo, por primera vez, «uno de los suyos», con posibilidades reales, puede llegar a sentarse en el sillón principal de la oficina oval de la Casa Blanca. Obama cuenta ya con 1.607 delegados, contra 1.476 de Hillary. Para asegurar la candidatura presidencial demócrata se necesitan 2,025 delegados.
En abril toca a Pennsylvania. Otro hueso duro de roer. Esta campaña es, sin duda, la más apasionante que haya vivido Estados Unidos desde tiempos de Kennedy. Y habrá sorpresas, muchas más sorpresas. Las cartas aún no están echadas.
Gané o no la nominación, gane o no la Presidencia, Obama ya ha dado lecciones importantes, lecciones que quienes creemos en la democracia, y la practicamos, haríamos bien en metabolizar.