Una muy pesada confusión
Una de las dimensiones más peligrosas de la crisis histórica que está agobiando a Venezuela, es la consideración de que los “problemas y dificultades” son consecuencia de fallas de gestión, de políticas públicas mal implementadas, o de poca confianza en los responsables del manejo estatal, tanto por su incompetencia, como por su improbidad, como también por sus desfases ideológicos…
De hecho, en una de las últimas campañas electorales para la presidencia, voceros autorizados de la candidatura opositora planteaban que un cambio de elenco dirigente al frente del Estado, que inspirara confianza en los mercados internacionales, sería un paso decisivo para salir de la crisis… Para decirlo con simpleza, eso es un craso error.
Y lo es, porque trastoca el orden de las cosas. Primero es la naturaleza del régimen que ha malbaratado las grandes oportunidades que ha tenido Venezuela en el siglo XXI. Y después viene, entre muchos, el tema de la idoneidad conceptual y profesional de los principales servidores públicos. En nuestro país impera una hegemonía despótica y depredadora, que se fue instalando poco a poco, que utilizó (y utiliza) con gran habilidad las formas de la democracia, y cuyo sustento político-militar no es cuestión de coyunturas, sino de una vieja tradición militarista transmutada en neo-dictadura, o dictadura disfrazada de democracia.
Nada de eso puede transformarse de forma sustancial y positiva sólo con unos cuantos ministros con calificados doctorados en economía. Esto es, desde luego, importante, pero la comprensión política de la naturaleza del régimen bolivarista y sus demoledores efectos, es mucho más que importante, es esencial. De allí que sea tan dañina la notoria narrativa de que la denominada “Revolución Bolivariana” es una versión empeorada de la denominada “Cuarta República”. Y que por tanto, con unas algunas configuraciones específicas, sobre todo en materia de competencia personal de altos funcionarios, se pueden enmendar entuertos y abrir sendas constructivas. En pocas palabras, hacer ahora lo que atrás no se hizo, ni durante “la cuarta” ni tampoco durante la “quinta”…
Pero no, no es así. Si algún merito trascendente tiene la República Civil de Venezuela, o los célebres cuarenta años, es que la tradición civilista logró prevalecer sobre la militarista, con todo lo que ello significa en términos de construcción de un estado de derecho, de diálogo político, de pacificación y pluralismo, de gobierno alternativo, y de otros aspectos que son indispensables para la existencia de un sistema democrático en el entendimiento y ejercicio del poder.
Con muchos pasivos, desde luego, pero con activos que hacen a la República Civil una entidad muy diferente al complejo período que fue desplegándose después. La superación de la mega-crisis, por ende, pasa por al menos tratar de comprender esta realidad. No dejarse embaucar por la retórica que destaca la técnica por encima de la política, o los procedimientos por sobre los principios. Esta equivocada percepción es como un lastre oneroso que nos impide avanzar, como una densa opacidad que no nos deja apreciar la trayectoria venezolana con claridad, como una muy pesada confusión que nos hace más difícil el vislumbrar el futuro con esperanza.