Callen al loco Correa
Es evidente que de continuar la actual escalada de ataques del presidente de Ecuador, Rafael Correa, contra su par colombiano, Álvaro Uribe, la región podría encontrarse de nuevo en cuestión de días sobre el polvorín que hace un mes pareció llevaría a los países de la exGran Colombia a una confrontación armada.
Y es que mientras Colombia y Venezuela acataron, tanto las dos resoluciones de la OEA, como la del Grupo de Río, para poner fin al conflicto derivado de la incursión del Ejército neogranadino en territorio ecuatoriano, el gobierno de Correa, -que también las aprobó- continúa provocando, insultando y amenazando a Colombia al extremo de que no descarta un rompimiento de hostilidades para un futuro próximo.
Malacrianza que podría encontrar explicación en el detalle de que, como Correa aceptó en un primer momento la explicación de Uribe sobre el hecho armado donde murió el segundo de las FARC, Raúl Reyes, cambió a raíz de un par de conversaciones que tuvo con el presidente Chávez pasando a secundarlo en su propuesta de ir a la guerra contra Colombia de ser necesario, para quedar después colgado de la brocha cuando Chávez y Uribe se abrazaron en República Dominicana y dieron curso a los acuerdos que resolvían la crisis y ordenaban que los países bolivarianos volvieran a comportarse “como hermanos”.
O sea, que era demasiado para el “indignado” ecuatoriano que pasó de paloma a halcón, y de halcón a paloma en unas pocas horas, y todo porque Chávez, muy en el estilo de su temperamento y revolución, no es que puso los huevos en varias canastas, sino que los puso en una, y corrió a cambiarlos de sitio en cuanto percibió que la guerra contra Uribe podía convertirse en el pretexto legal que buscaban los venezolanos para sacarlo del poder.
Corricorri que era demasiado para Correa, pues lo presentaba, no como el peón de un gallo, sino de una gallina.
Y esa es sin duda la razón de que, para salvar algo, para intentar decir que actúa con cabeza propia y no hace de nuevo el papelón de títere de Chávez, sale ahora a boicotear las resoluciones de la OEA y del Grupo de Río, colocándose prácticamente al margen de la institucionalidad regional y global.
Aunque también podría ser que ni Chávez, ni Correa aceptaron en el fondo las resoluciones, que se sorprendieron cuando los países representados en la OEA y en el Grupo de Río, si bien rechazaron la injerencia neogranadina, también criticaron la indiferencia de Correa al permitir que la soberanía de su país fuera igualmente violada por irregulares de las FARC y sin que el muy patriotero presidente ecuatoriano se diera por aludido.
Situación que llevó a los dos halcones de la retroizquierda a ordenar una retirada táctica, mientras se crean nuevas condiciones para reinsurgir y para ello es necesario mantener vivas las expectativas guerreristas … aunque sea radiofónicamente.
El problema es que, ya sea porque Correa de puro despecho con Chávez ha decidido mantener los decibeles de la guerra, o porque haya un acuerdo de los caudillejos para contraatacar en cuanto aparezca el momento propicio, el presidente Uribe luce cómodo una vez que se anotó un tanto militar contra las FARC con la muerte de Raúl Reyes, llamando, de paso, la atención de la comunidad internacional sobre la injerencia de los gobiernos de Venezuela y Ecuador en el conflicto interno colombiano.
Pero lo más importante es que Uribe tiene ahora en la mano tres resoluciones de dos organismos multilaterales regionales que les prohíben a los países vecinos tolerar campamentos de irregulares en sus territorios para incursionar contra el gobierno colombiano.
De modo que son los gobiernos de Chávez y Correa los que aparecen con las manos atadas, y exponiéndose a sanciones si es que no cumplen las resoluciones que firmaron y se comprometieron a acatar.