Opinión Internacional

Pancartas

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CARTELES (II): El “Clarín Miente” de La Cámpora se inspiró en el cartelito manual de Hugo Moyano. Al tercer hombre fuerte, el del Cartel Sindical, Hugo Moyano, lo atemperaron las derivaciones autónomas del asesinato innecesario.

Resulta inadmisible la espantosa vulnerabilidad del crimen por encargo. Ejecutado, asombrosamente mal, por marginales urgidos por completar la changa, demasiado rápido. Para hacerse de unos mangos.

El encargador del delivery debió recurrir a los servicios garantizados de algún profesional en la materia. Los sicarios abundan. Bajan, por ejemplo, desde el Paraguay, o del sur de Brasil. Con los datos justos, y alguna fotografía. Suben después, con la estoica satisfacción por el trabajo realizado.

Cuestan menos, los eventuales sicarios profesionales, que el monto abonado a los espontáneos. Por el anticipo. Veinte mil pesos, poco más de seis mil dólares. Pero habían acordado, cuentan, por excesivos ochenta mil. Significa que, aparte de la vida clausurada de Beroiz, se quedaron, sesenta, en el camino.

Por tan sincera, la invocación de inocencia, de Moyano, es descalificante, certifica una Garganta.

El desconocimiento, como argumento, lo desacredita. Aunque sea cierto.

Lo convierte, a Moyano, en la segunda víctima. Queda a contrapierna. Desubicado, ante sus pares.

Entre los pesados, en general, no suele reprocharse una muerte. Cuesta aceptar, en todo caso, el amateurismo criminal.

Acosos
A Moyano lo acosan, además, con los efectos indefendibles de ciertas delaciones.

Brotan, por doquier, los buchones. El objetivo consiste en que se le pierda, al Secretario General de la CGT, el respeto. Justamente en la instancia reelectoral, anunciada para julio. Pero algunos perversos, según nuestras fuentes, planifican dilatarle, al máximo, los plazos. Estirarle la ansiedad con la demora, al menos, hasta septiembre. Y desgastarlo con el contexto de la crisis desatada en el plano nacional.

La secreta esperanza, de sus adversarios internos, consiste en que se lo lleve, puesto, precisamente, la adversidad.

Es decir, el conjunto de insolvencias acumuladas. Las soberbias incapacidades que signan, con la sucesión de errores de “lesa ingenuidad”, la implosión, a esta altura inexorable, del kirchnerismo.

El 2011, en el horizonte, presenta el formato de una utopía. Sin embargo, hoy, hasta la posta del 2009 aparenta, cada vez, estar más lejana.

A Moyano lo acosan las evocaciones iniciáticas de Mar del Plata.

Las documentaciones referentes al pasado que no se pudo sepultar. Subproductos de las investigaciones encargadas, inicialmente, por Kirchner.

“De cuando, desde el gobierno, planificaban aniquilarlo”, agrega la Garganta.

Antes de asumir, con pavorosa inteligencia, la decisión pragmática de asociarse. Para hacerse cargo del combo completo.

El acoso es, ante todo, prontuarial. Tiene que ver con las posturas, explicablemente derechosas, del comienzo. Datos violentos del nacionalismo de sus 32 años. De la militancia en la “juventud sindical peronista”. Cuando el referente era Yessi, no Galimberti. La revista era “El Caudillo”. No “El Descamisado”. Felipe Romeo y no Dardo Cabo.

Extraña identidad de “jotaperra”. Que lo aleja, a Moyano, de las impostadas concepciones del progresismo que suele traficar Kirchner, su aliado. Con las petulancias que predominan, en el muestrario presentable, del Cartel Oficial. Que sirven, en el plano concreto, para recaudar con mayor eficacia. Y con menor sintomatología de culpa. Para hacer la Caja. El eje, del cual oscila, la política contemporánea. Junto a la impunidad transitoria que permite utilizar la mascarada humanitaria. Para encerrar a otros culpables. Por otros prontuarios. Desgraciados que tuvieron, en definitiva, menos suerte.

Determinados datos del prontuario fueron rebelados, al menos parcialmente, por el Cartel de Clarín. El diario, basamento principal, adhería, de pronto, a la selectiva obligación de informar.

Emerge, aquí, la cuestión de la responsabilidad. El periodismo es, invariablemente, un negocio. Mantiene, como capital básico, la credibilidad.

Por más que se esmeren, los comerciantes de la información, en los méritos flexibles ante el poderoso, a los efectos lícitos de obtener prebendas, el periodismo nunca puede reducirse, como negocio, comparativamente, a la administración de un supermercado.

Inspiración
“Hay plena conciencia, en Moyano, de la devaluación personal”, continua La Garganta.

Producto, primero, de la tragedia banal de Beroiz.

Segundo, por las irritantes circunstancias, aún no superadas, del prontuario.

Tercero, por encontrarse atado, adherido, al destino del gobierno. Como “la hiedra a la pared”, del clásico bolero.

En la impotencia del contrataque, Moyano sacó a relucir un recurso precario. Transgresivo, para un sindicalista temible. Un cartelito casero. Para exhibir, tristemente, desde el palco gerencial. Durante el acto más insatisfactorio de la historia del peronismo.

Justamente cuando los Kirchner iniciaban la instancia del largo Chapadmalal que los espera. Frente al mar rentado de la Plaza de Mayo.

“Clarín miente”, podía leerse, en el cartelito que sostenía Moyano. Para la televisión.

Cosaco
Pero el “Clarín Miente”, enarbolado por Moyano, inspira a Kirchner.

Para reproducir los “Clarín Miente”, en decenas de pancartas. Con las variaciones anexadas del “Todo Negativo”. Para martirizar a TN.

Con los cartelitos, se demolió el forzado optimismo. La conciliación, que solían inculcar, paradójicamente, desde TN. En los peores momentos del conflicto desbordado, desde TN comunicaban las esperanzas de arreglo. Con la inscripción “se levantó el paro”, mantenida durante horas, mientras el paro proseguía. Como si intentaran desalentar a los paisanos que cortaban las rutas. Convertido, el canal, en involuntario eco de una acción psicológica de apariencia paraoficial.

Las pancartas de Kirchner, con detalles de terminación, resultaron ideales para la agrupación que debía promoverse. “La Cámpora”.

Renace, en clave de comedia, la nueva jotapé.

Hasta Kirchner se aferraba, alevosamente, a una pancarta. La que publicitaba al Cartel de Clarín como “el gran sojero”.

En el cuarto piso de Tacuarí al 1800 no podían admitirlo. El propósito de El Presi no era presionar. Era arrasar, como un Cosaco. Como si fuera, El Cosaco, aquel militante juvenil, grotescamente eufórico. Ante el estupor televisivo del ascendente Verdaguer. De Jorge Rendo, especialista en las “rabietas” presidenciales. Del escorado Magnetto.

Debían dejar al costado, por ahora, la intrascendente pugna interna con el arandismo.

Nunca un personaje, de semejante magnitud, como El Presi, los había desafiado con tanta frontalidad. Kirchner venía, nomás, como un Cosaco, por Magnetto.

Estragado, a merced de sus laceraciones. Con el boleto picado. Con olor a calas. En la pendiente letal de Chapadmalal. Dispuesto a vencer. O a estrellarse.

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