Chávez detrás de una nueva derrota en Bolivia
No hay de que preocuparse: Chávez no invadirá Bolivia y si lo hace será para concluir haciendo en los campos de batalla el ridículo que hasta ahora ha limitado a las tribunas y los micrófonos.
De ahí la indiferencia –o más bien la sorna- con que los delegados a la “1era Reunión Ministerial del Consejo Energético de UNASUR”, celebrada en Caracas el jueves pasado, recibieron el pomposo anuncio, aquello de “que Venezuela no se quedará de brazos cruzados en caso de que el imperio lleve a cabo una agresión a Bolivia, con todo lo que ello implica. Ahí si es verdad, acúsenme de injerencia, ya pueden acusarme de injerencia”.
Y es que seguramente los delegados se preguntaron: ¿No hemos oído eso antes, no fue así cómo comenzó la guerra de Chávez contra el gobierno colombiano hace 3 meses, no movilizó en esa ocasión 10 batallones a la frontera, no atizó una crisis que provocó 2 reuniones de emergencia de la OEA en Washington y otra del Grupo de Río en Santo Domingo para terminar trenzado en un jubiloso abrazo con el presidente neogranadino, Álvaro Uribe, mientras dejaba en un ridículo atroz a los dos únicos bobos que creyeron que hablaba en serio, los presidente de Ecuador, Rafael Correa, y el de Nicaragua, Daniel Ortega?.
De modo que muy tranquilos, y como quien oye llover, continuaron los representantes de los países sudamericanos que asistieron a la “1era Reunión del Consejo Energético de UNASUR” la agenda de la reunión de Caracas y en la cual figuraban temas de tal importancia como los referidos al alza incontrolable de los precios del crudo y el gas y las alianzas a implementar para que Sudamérica desarrolle sus inmensos recursos hidráulicos y de reservas petrolíferas y pase a ser una de las pocas regiones del mundo energéticamente segura.
Pero si no sorprendió el silencio de los asistentes a la reunión de Caracas ante la amenaza de la nueva guerra que Chávez anunció en sus propias narices, sí llamó la atención que el gobierno en cuya defensa se haría la guerra tampoco dijo esta boca es mía, y por supuesto que nos referimos a la administración del presidente boliviano, Evo Morales.
Todo lo cual nos lleva a concluir que Morales sí aprendió la lección de las guerras de Chávez y que seguirle la corriente en eso de invasiones y guerras y batallas contra el imperialismo y los Estados Unidos, es darle oportunidad para vociferar unos cuantos discursos y nada más.
Lo que si resulta real e intragable es que Chávez aprovecha las crisis donde incita a que participen sus aliados, para invadirlos a billetazo limpio, y hacer valer el poder de su chequera que hace estragos entre ministros, gobernadores, alcaldes y funcionarios altos y medios, que pasan a seguirle líneas al presidente invasor, mientras se olvidan del invadido.
Debe provocar, por otra parte, extrema molestia que Chávez intervenga en otros países en tono de padre exitoso y salvador, siendo que su país de origen, Venezuela, rueda por el suelo en uno de los peores momentos de su desempeño institucional y republicano y pidiendo gritos la oportunidad de poner fin al hundimiento a donde lo dirige el “salvador”.
Anotemos, de paso, el mapa con la ruta que marca la ruina del país con el estado más rico del subcontinente, como son desabastecimiento, inflación, inseguridad y una gigantesca e incontrolable corrupción que tienen a Venezuela cayendo hacía los últimos lugares en los índices de desarrollo humano en el mundo, y atareado en un rol en que ya se había destacado, pero en el que Chávez ha reforzado su presencia y desempeño, como es el del país superrrico que nada en la pobreza, con un énfasis alocado en una supuesta importancia que no se compagina con el estado de indefensión, injusticia y desigualdad que asfixia a todo el país, pero en particular a los más pobres.
Eso de una parte, porque de la otra, habría que destacar cómo Chávez ha tomado el pretexto de la revolución para practicar una suerte de mini o subimperialismo saudita y petrolero, que usa el tema de la crisis energética para, a través de una supuesta ayuda en suministros de crudos financiados o de bajo costo, procurarse una dependencia que el teniente coronel aprovecha para imponer sus políticas o lograr que los clientes no lo critiquen, porque de hacerlo, corren el riesgo de quedarse a oscuras, o comprando petróleo a 130 dólares el barril.
La conversación conocida el fin de semana entre el embajador de Uruguay en Caracas, Gerónimo Cardozo, y un grupo de parlamentarios de ese país de visita en Venezuela, según recoge el periodista, Ernesto Tulbovitz, en el semanario “Búsqueda” de Montevideo, pone de nuevo en evidencia lo que le sucede a los gobiernos “aliados” cuando se resisten a plegarse a las líneas chavistas y deciden llevar a cabo políticas de motu propio y que responden intrínsecamente al interés nacional.
Cardozo cuenta, en efecto, cómo a raíz del acercamiento del gobierno del presidente, Tabaré Vásquez, al de Estados Unidos como consecuencia de las tribulaciones que sufre Uruguay como socio menor del MERCOSUR de parte de los tiburones Brasil y Argentina, Chávez y la cancillería venezolana han procedido a hacerle la cruz y ha tratarlo prácticamente como “persona non grata”.
Así, muchos contratos entre los gobiernos de Chávez y Vázquez que estaban para la firma, terminaron siendo concedidos a los argentinos, llegando al extremo de hacerle ataques al gobierno uruguayo y acusarlo de “vendepatria” en la televisión de propiedad y financiamiento chavista que se conoce como Telesur.
Pero si hay un país en el continente donde la injerencia de Chávez ha sido consistente, persistente y disolvente no es otro que la “hermana república” de Colombia, donde por el simple hecho de que el gobierno de Álvaro Uribe ha propiciado un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos, se han desencadenado las furias del comandante-presidente, quien de mantener durante años una relación ambigua con su vecino, pasó el año pasado a respaldar a las FARC en su ofensiva contra el gobierno neogranadino, a exigir el status de beligerancia a favor la organización terrorista, y a movilizar batallones a la frontera para una presunta guerra en protesta porque el ejército colombiano había dado muerte al segundo jefe del grupo guerrillero, Raúl Reyes.
Cuán permanentes, fluidos y comprometidos eran los vínculos del gobierno de Chávez con la guerrilla que comanda, Manuel Marulanda Vélez, lo contó el mismo Reyes en el computador que le fue incautado el día de su muerte en territorio ecuatoriano y donde, con cuidado y minucia de contador público, abunda en detalles sobre unas relaciones que no dejan dudas de los peligros en que se ha situado el teniente coronel de cara a la comunidad internacional si se decidiera a aplicar la Carta Democrática de la ONU o de la OEA.
De todas maneras ¿para qué tales ingerencias, intromisiones y amenazas de invasión, si como hemos visto Chávez sale corriendo aun sin que oigan los primeros tiros y todas sus guerras terminan en reconciliación con sus presuntos enemigos y declaraciones en las que le pide perdón y promete no volver e molestarlos ni inmiscuirse en los asuntos internos de sus países?
Pues una buena hipótesis podría ser que Chávez simplemente trata de aplacar las crisis que persistentemente lo rodean en casa y amenazan con aventarlo fuera del poder, fabricando conflictos externos que permitan olvidar los internos, polarizar a la población frente a un enemigo extranjero y evaluar con que cuenta en caso de que realmente tenga enfrentar un choque armado internacional.
Salida que explicaría por qué el último enfrentamiento con Colombia siguió a la derrota de la reforma constitucional en el referendo del 2 de diciembre pasado y Chávez quiso bypasear, en tanto tomaba un segundo aire y se preparaba para la contienda que seguía y que no es otra que las elecciones para alcaldes y gobernadores de noviembre próximo.
Y para prepararse, y aun huir hacia adelante después de la catástrofe de noviembre, Chávez está inventando una nueva guerra, pero ahora en territorio boliviano, que no es que piense hacer, ni mucho menos ganar, pero si para hacer olvidar a los suyos que hace mucho tiempo que el poder se le va de las manos y la única forma de sobrevivencia que le queda son estos espectáculos en los cuales, entre los micrófonos y cámaras de televisión, entre la firma de acuerdos nacionales e internacionales y unas manifestaciones desabridas en locales cerrados, vive de la ilusión de que todavía gobierna y propaga y hace la revolución por América latina y el mundo.
¿Hasta cuándo? Pues hasta que alguien se apiade de él y decida que su capacidad para el ridículo llegó a su fin.