¿Viajará Barack a Irak?
Con pasmosa celeridad Barack Obama ha comenzado a moverse hacia el centro político. Ya conquistada la candidatura del partido Demócrata, le es menos necesario cortejar a los sectores duros de izquierda que tanto contribuyeron a su triunfo. El electorado estadounidense vive tiempos de desazón, pero aún así un candidato con la trayectoria radical de Obama experimentará serias dificultades, a menos que se modere eficazmente. Ya empezó a procurarlo.
Lo primero fue romper, hace pocas semanas, con la Iglesia y los pastores extremistas a los que frecuentó y respaldó durante veinte años y que promueven la sombría “teología de la liberación negra”. Luego, al día siguiente de concretar su postulación, Obama se dirigió a uno de los más influyentes grupos de apoyo a Israel en Estados Unidos. Allí retrocedió con respecto a su voto de septiembre de 2007 contra una resolución del Congreso, que clasificaba a la Guardia Revolucionaria iraní como grupo terrorista. Ahora sostiene que deben ser boicoteadas las empresas asociadas a ese cuerpo militar, “que ha sido correctamente designado como organización terrorista”. Obama realizó prodigios retóricos para garantizar que jamás se reunirá sin condiciones previas a hablar con Ahmadinejad y otros personajes de su especie, sino que “dirigirá una diplomacia robusta y principista”.
Todo esto resulta estupendo, y de pronto, más temprano que tarde, veremos al flamante Senador y candidato presidencial reunido en Bagdad con el General David Petraeus, quien sin duda tendrá el placer de comunicarle las noticias positivas que día a día se producen en ese país y que a la prensa internacional tanto trabajo le cuesta publicar. Las razones son obvias: no es fácil reconocer los errores. Por años la narrativa sobre Irak ha sido tenebrosa, guiada por ese extraño mal que algunos denominan “síndrome de desquiciamiento anti-Bush”, que aqueja a tanta gente e impide una evaluación ponderada y serena de los eventos mundiales en general, y la política exterior de Washington durante este período en particular. Ya es hora de entender el éxito y proseguirlo.
Carece de sentido que Obama continúe repitiendo lugares comunes sobre una situación que ha cambiado en aspectos fundamentales, debido a la eficiente estrategia de contra-insurgencia conducida por Petraeus. Estoy convencido que Estados Unidos y sus aliados iraquíes ya obtuvieron la victoria militar en Irak, que Al Qaeda ha sufrido severos reveses y que el panorama político tiende también a mejorar significativamente, al punto que a corto plazo se iniciará el regreso de varias brigadas de combate norteamericanas a su país. Sería sin embargo una suprema irresponsabilidad que el fragor de la campaña electoral empujase a Obama a acentuar la demagogia barata, que ha caracterizado su aproximación al tema de Irak hasta el presente. Los avances logrados deben ser consolidados y no destruidos por la incapacidad para reconocerles de parte de la izquierda internacional, de los enemigos de Washington, de una prensa parcializada y un partido Demócrata enervado. Las exigencias de seguridad nacional de Estados unidos constituyen el desafío central para una candidatura todavía débil y acosada por interrogantes tan legítimas como inconclusas. Al respecto, una visita al Medio Oriente para encontrarse con los dirigentes políticos y militares iraquíes, y con las fuerzas armadas que Obama pretende comandar, le haría probablemente mucho bien.
Como dijo el Presidente Bush, actuar tiene sus costos y no hacerlo también. Aunque les duela admitirlo, Obama o McCain estarán contentos de no heredar, una vez en la Casa Blanca, a Saddam Hussein en Irak y a Osama bin Laden en Afganistán. Así sea bajo la almohada darán gracias a Bush.