Rescate
La información que dio cuenta del rescate, luego de años interminables, de Ingrid Betancourt y de otros 14 de sus compañeros de infortunio secuestrados por las FARC y aherrojados en campamentos móviles sembrados en medio de la inhóspita selva amazónica, produjo la natural conmoción de una acción de tal envergadura realizada, con pulcritud quirúrgica, por un comando del Ejercito Nacional de Colombia, adiestrado para ese tipo de operaciones. Superado el aturdimiento del sorpresivo impacto, vieron luz las manifestaciones que van desde la alegría desbordante en vivas, abrazos y lágrimas como expresión de felicidad y la cautela recelosa del silencio que pone en duda la forma de la ocurrencia y la opinión abiertamente descalificadora.
Ante la explicación que sólo omitió los detalles inherentes a la seguridad, quienes de tanto hacer de tontos útiles de la subversión comunista más la pérdida de vigencia, por inviable y cruel, del socialismo real les acentuó la conducta celestinesca de bandoleros que disfrazaron de redentores sociales, los cuales, por inercia connatural en malvivientes, derivaron en narcoguerrilleros; así que los melancólicos propagandistas se dedicaran a propalar la especie de “la entrega controlada”. Es decir: que la formidable labor de inteligencia complementada con la audaz, si se quiere temeraria, acción de comando para el rescate de las garras de las FARC a los secuestrados fue un montaje publicitario. Según la insana versión, hija de añejas frustraciones, lo que se produjo fue una “entrega humanitaria”.
Quienes así opinan, con fundamento en novelas de intrigas palaciegas pre-renacentistas, flaco servicio hacen a quienes pretenden enaltecer con detrimento a la institucionalidad democrática mundial que en Colombia, con el liderazgo de Álvaro Uribe, combate y tiene en derrota a los bandoleros de la narcoguerrilla, con inteligencia y noble fiereza de por medio. Porque si el Secretariado de las FARC ordenó la entrega de los 15 secuestrados cumpliendo un convenio por tras corrales con el gobierno, de lo que se trató fue de una nauseabunda venta de los montoneros que los acompañan en sus tropelías y de su cacareada divisa, o si la venta la realizó el “comandante” alias César, deben ir atando sus petacas para la huída. Porque si se hubiese tratado de un inimaginable gesto humanitario, estaba demás el teatro.
Pero nada, el “fuego fatal” que arde en las entrañas de la izquierda decimonónica mundial es el odio alimentado por las frustraciones. De modo que es menester desmentir los éxitos de quienes combaten a sus narcoguerrilleros, por muy sonados que sean y como el odio enceguece emiten opiniones sin medir consecuencias o como bien expresa el habla popular “tiran palos de ciego”.
Lo objetivo es que la situación de la narcoguerrilla es para nada envidiable. Están siendo derrotados por la fuerza pública democrática que les colapsó las comunicaciones y la logística de intendencia, en un combate donde se imbrican inteligencia, moral y coraje con el propósito de erradicar de la patria colombiana la criminalidad de los faracos, por tantos años llevada a cuesta por la nación hermana.
Finalmente, si a los áulicos de los bandoleros narcoterroristas les va mejor “entrega controlada” que rescate, tendremos que atenernos a la filosofía campesina de mi lar guatireño y sentenciar: al sepulturero da igual se murió que lo mataron.