Ingrid Betancourt mandó a Chávez a lavarse ese paltó
Fue forzada, y casi telegráfica, la mención de Ingrid Betancourt a la frustrada gestión facilitadora de Chávez en el logro del acuerdo para el canje humanitario que se intentó en diciembre pasado, y se redujo a agradecerle diplomáticamente su intención, mientras le pedía con énfasis que no interviniera más en los asuntos internos de Colombia.
O sea, que podríamos decir -recordando la frase que Chávez gusta tanto aplicarle a sus enemigos internos y externos- que Ingrid lo mandó “a lavarse ese paltó”, aludiendo, de paso, a lo que cualquier político medianamente racional hubiera entendido desde que el presidente Álvaro Uribe le ofreció la mediación: que debía ser discreto, prudente, imparcial y absolutamente fuera de los temas que dividían, y aun dividen, a los colombianos.
El comandante-presidente, por el contrario, muy en el estilo de su mentalidad de adolescente tardío que lo lleva a trastocar la realidad y a leer los sucesos de derecha a izquierda y con las letras y las palabras al revés, interpretó que se convertía en el factotum y protagonista del acuerdo y que, tanto el gobierno, como las FARC, pasaban a depender de sus buenos oficios.
De ahí aquellos días en que hablaba de su sueño de reunirse con Manuel Marulanda en algún lugar de la selva o en el mismo palacio de Miraflores, convencerlo de las bondades del acuerdo, discutir los nuevos límites de la América del Sur y el mundo y expresarle su admiración por ser el guerrillero más viejo del continente y un revolucionario socialista y marxista adscrito, además, a la práctica del bolivarianismo más ortodoxo, ferviente y devocional.
En otras palabras: que estaban justificados los secuestros de los miles de ciudadanos que padecían en las selvas del Sur, el Occidente y el Oriente de Colombia, los racimos de minas antipersonales y los collar-bombas, los atentados terroristas y las acciones de guerra que acabaron con la vida e hirieron a cientos de miles de seres inocentes, en absoluto identificados con el conflicto civil, ni la posibilidad de que, después del acuerdo de canje humanitario, Marulanda y la FARC continuaron su cruzada de muerte y violencia en el territorio neogranadino.
De modo que ya podemos imaginarnos la gracia que le hacía a los secuestrados está gestión “facilitadora” de Chávez que involucraba una reivindicación de sus verdugos, la justificación y continuidad de sus crímenes, y la obligación de salir de la selva, tal ocurrió con Clara Rojas, Consuelo González y Luís Eladio Pérez, no denunciando ni condenando prácticas tan atroces, sino agradeciéndoles a Marulanda y las FARC que les hubiesen mantenido durante tanto tiempo en el infierno.
En otras palabras: que los obligaban a intercambiar libertad con indignidad, con el delito de conciencia de hacerse cómplices de reos de lesa humanidad que, para colmo, continuaban condenado al martirio a miles de sus compatriotas.
Y es aquí donde opino que el rescate de Ingrid Betancourt y de otros 14 secuestrados como consecuencia de una acción del gobierno y del ejército colombianos, no fue solo una liberación de las FARC, sino también de la gestión “facilitadora” de Chávez, quien usaba el tema de los secuestrados para decir que las FARC eran una fuerza revolucionaria, que ejecutaban males contra la humanidad en concreto para salvar a la humanidad en abstracto, que estaban ganando la guerra, se les debía el status de beligerancia y podían animarse a liberar los rehenes, no en razón de la defensa de los derechos humanos y del respeto a la Ley, sino de propaganda política, del rescate de su maltrecha imagen.
Presupuestos absolutamente equivocados, desde luego, ya que desde hace 20 años las FARC dejaron de ser revolucionarias para convertirse en una organización mafiosa y criminal aliada del narcotráfico, que practica los secuestros masivos con fines extorsivos, mantiene campos de concentración en selvas y llanos de Colombia en el mismo sentido que los tuvieron Hitler en Alemania y Stalin en Rusia y renunciaron a hacer política para concentrarse en presionar a los gobiernos de turno para que les permitieran operar y perpetuarse en los territorios que les aseguraban seguridad, impunidad y disfrute de las ventajas que solo en los dos períodos de gobierno de Álvaro Uribe han comenzado a perder.
Por eso tiene razón el excomandante guerrillero, analista político y experto en solución de conflictos salvadoreño, Joaquín Villalobos, al escribir que al visitar los santuarios de las FARC era notable conseguirse con comandantes pasados de peso, que disponían de flotas de 4×4, las últimas novedades de la High Tech y una panoplia de bienes y servicios que los acercaba a la vida dorada de los “ricos y famosos”.
Creo que los videos del computador de Raúl Reyes suministraron mucha información en cuanto a este tema, pues sobra el material audiovisual para confirmar que el campamento del segundo hombre de las FARC, no solo era escenario para entrenar combatientes y realizar incursiones contra el ejército y la población civil colombiana, sino para celebrar rumbosas fiestas de cumpleaños en las cuales no eran extrañas las piñatas y los desfiles de moda.
Y fue por todo ello que a la postre resultó inevitable que las FARC empezaran a cosechar el rechazo de la opinión pública mundial y del propio pueblo colombiano, espantados ante la crueldad que significaba secuestrar seres humanos a quienes no se les permitía contactos siquiera con sus familiares más cercanos, y mucho menos con organizaciones humanitarias que dieran cuenta de su salud y condiciones de vida y sentenciados a agonizar en las selvas y morir por el pecado de encontrarse un día en el minuto y el lugar equivocados.
Caso emblemático en este contexto, el de la socióloga y política francocolombiana, Ingrid Betancourt, quien se desprendió en 1989 de una vida cómoda en Francia para tenderle una mano a sus hermanos del otro lado del Atlántico que en ese momento pasaban por el trago amargo de la muerte de Luís Carlos Galán, sufrían los embates de la guerra de los carteles de la droga y pedían a gritos un acuerdo de paz para salvar lo que quedaba del segmentado país.
E Ingrid lo hizo desde la perspectiva de una líder de izquierda, o de centroizquierda, que soñaba con una renovación del partido Liberal que después dejó para fundar su propia organización política, y que fue convenciéndose que la lucha era, tanto contra las FARC, como contra los dos partidos del establecimiento, pero en la perspectiva de que se sentaran y negociaran una solución política.
Si recordamos que fue secuestrada una noche de febrero del 2002, horas después que el presidente Andrés Pastrana puso fin a la zona de despeje de San Vicente del Caguán y se acercó a constatar que el ejército no se excediera en atropellos contra los residentes de la zona que podían ser identificados con la organización guerrillera, comprendemos toda la magnitud de la tragedia colombiana que se colocó en un momento más allá de toda razón política, moral y humanitaria.
Y es que nada pudo evitar que contra ella cayera el hacha del rencor, el odio y la crueldad, como si se le cobrara el ser colombiana y estar angustiada por la suerte de los que sufren y son víctimas de las retaliaciones de todos los bandos.
Pero que si tiene algo de excepcional, trascendental y milagrosamente positivo, es cristalizar en una comprensión especialmente lúcida del problema colombiano y latinoamericano y cuya solución, piensa, debe concentrase, tanto en la defensa de los derechos humanos violados indistintamente por los poderes de izquierda y derecha, en el gobierno o en la oposición, en paz o en guerra, y el logro de una sociedad próspera, justa e igualitaria donde la democracia y la libertad eviten que los desequilibrios se conviertan en el pretexto para que los demagogos instauren sus estructuras personalistas, autoritarias y militaristas.
De ahí que al agradecerle diplomáticamente a Chávez su intención de mediar en el acuerdo de canje humanitario, Ingrid Betancourt, no olvidó de exigirle con énfasis que mantenga las manos fuera de la política colombiana, respete la decisión de la mayoría de los colombianos que eligieron a Uribe, y no a las FARC, como su presidente, de la misma manera que el presidente antioqueño y su gobierno jamás han puesto en duda que son los venezolanos quienes tienen que decidir sobre la separación o permanencia de Chávez en el poder.
Mensaje, además, de extrema importancia para los demócratas venezolanos, que miran con horror cómo Chávez despilfarra los gigantescos recursos de la renta petrolera promoviendo a pichones de Marulanda para que asolen al continente y compra gobiernos, personalidades e instituciones para que lo apoyen en sus políticas ilegales, inconstitucionales y antidemocráticas.
De modo que de la misma manera que recomendaba el jueves en París a las FARC que aceptaran su derrota y actuaran como buenos perdedores, Ingrid Betancourt, también pudo decirle lo mismo a Chávez, sorprendido ahora porque la organización guerrillera no estaba ganando sino perdiendo la guerra, cayendo en la rodada de quienes no aceptan la realidad y se exponen a ser humillados, que es exactamente lo que le está ocurriendo a un teniente coronel que quiso camuflarse de general para ganar una batalla en la que no estaba invitado y que no podía darse sino en el marco de la gran política y del desempeño de auténticos estadistas como Álvaro Uribe e Ingrid Betancuirt que no pueden formarse leyendo las anacronías y antiguallas de Marx, Lenin, Mao, Fidel Castro y el Che Guevara.