La izquierda chilena también estira la mano
Si la influencia de Fidel Castro dejó el legado de miles de muertos en absurdos combates, la de Hugo Chávez podría dejar un legado infinitamente más macabro y de consecuencias más devastadoras: la disolución moral y la corrupción en los sectores a los que ha comprado con su petrochequera. Particularmente a la izquierda latinoamericana y en especial a sus sectores más extremistas.
Puede que el máximo valor que exhibió la izquierda chilena en el pasado haya sido su incuestionable autoridad moral. A la Unidad Popular y al gobierno de Salvador Allende se lo podrán achacar errores imperdonables y la directa responsabilidad por una crisis que desembocó en la más aterradora de las dictaduras, pero ni siquiera esa dictadura pudo esgrimir una sola acusación de latrocinio o corrupción al gobierno de los mil días. El de Allende fue un gobierno de absoluta integridad moral. Y ninguno de sus funcionarios pudo ser acusado de haberse apropiado de un solo centavo de los dineros públicos. En ese como en otros de sus valores mostraba la cara más respetuosa de la chilenidad: la limpieza en el ejercicio de las funciones públicas.
Seguía así, por cierto, una tradición ancestral no sólo del país institucionalizado bajo la inspiración intelectual y moral de Andrés Bello, sino la de una izquierda que había hecho de la moral individual un valor sagrado. ¿No fue el propio Ché Guevara quien ultimó de un tiro en la cabeza a uno de sus guerrilleros por haberse robado una lata de leche condensada?
Puede que ese sea el gran aporte a la teoría y la práctica de la revolución mundial por el teniente coronel Hugo Chávez: la compra de conciencias y la corrupción como arma de dominación suprema. Ya no es la conciencia revolucionaria o la moral gramsciana – «sólo la verdad es revolucionaria» – la base de la movilización ideológica. Ahora es el dinero. Hugo Chávez bien podría parafrasear a Gramsci y darle un giro copernicano al marxismo-leninismo: solo el dinero es revolucionario.
La izquierda se pudre. De allí que no cause sorpresa que una universidad de la izquierda chilena – ARCIS – esté en manos de un ex guardaespaldas de Salvador Allende, que hizo carrera como agente del G-2 y oficial del ejército castrista coronando su carrera de espaldero como rutilante empresario: el hoy multimillonario y rector universitario Max “el guatón” Marambio. Ni que esa universidad haya recabado un préstamo por ocho millones de dólares – 10 maletines de los de Antonini Wilson – del manirroto presidente venezolano. Por cierto: premio a un doctorado honoris causa que vaya a saber Dios por qué otra razón le concedió la misma universidad al teniente coronel durante una de sus últimas visitas al país sureño. Posiblemente estemos ante el doctorado honoris causa más costoso de la historia.
Pero no se trata tan sólo de Arcis. Me comentan prominentes e incontaminados militantes de la izquierda chilena, escandalizados por el hecho, que el dinero del presidente Chávez corre a raudales por las cajas secretas de esa izquierda, y aceita las voluntades de todos sus sectores, desde el MIR hasta el Partido Comunista y el Socialista. No falta quienes aseguran ver la sombra de la petrochequera venezolana detrás de algunas ejecutorias del secretario general de la OEA, que aseguraría así una importante fuente de financiamiento para su futura campaña presidencial.
Podemos suspirar tranquilos: no sólo Venezuela sufre del espantoso mal de la corruptela bolivariana. Su modelo pica y se extiende.