Chávez y Uribe después de Paraguaná
Que el presidente Chávez saltara a pedirle a su par colombiano, Álvaro Uribe, que callara a su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, a raíz de un comentario del funcionario en que dudaba de la promesa del venezolano de que pasaría a distanciarse y a enfrentar a las FARC, es demostrativo de que, o Santos no está de acuerdo con la política de “voltear la página” entre los mandatarios, o que la acepta, pero previendo de que en cualquier momento la situación binacional puede regresar al borde del abismo en que estuvo hace unos meses.
Ahora bien, a través de Santos habla la cúpula militar neogranadina que está, después de la liberación de Ingrid Betancourt y otros 14 rehenes, en el cénit de su prestigio operacional, y deseosa, tanto de profundizar la estrategia que tiene a la organización guerrillera a un tris del colapso, como de regresar a sus casas al resto de los miles de secuestrados.
Por tanto, con poca o ninguna paciencia para calarse a presidentes de países vecinos, que, al par de sospechosos de brindarle apoyo militar a la guerrilla, estuvieron hasta hace poco atacando públicamente a Colombia, su presidente, gobierno y ejército.
A este respecto, nada más elocuente que el ministro Santos no asistiera a la cita de Paraguaná, que casi no hubiera representación militar de la parte colombiana y que el único asistente, el general Freddy Padilla, lo hiciera en uniforme de combate y con un talante que más bien lo hacía lucir como dando órdenes para la próxima operación antiguerrillas.
Y aquí es donde resulta pertinente suponer que la política de reacercamiento con Chávez, es de inspiración fundamentalmente uribista, que no cuenta con todo el respaldo de la cúpula militar, y su portavoz, el ministro de Santos, y se verá sujeta en lo inmediato al escrutinio de quienes están ansiosos de demostrarle al presidente antioqueño que de nuevo se equivocó con el presidente llanero y seudo bolivariano.
Señales que deberían decirle algo al comandante-presidente, en el sentido de ayudarlo aterrizar en el hecho de que, no todos los ejércitos tienen vocación de guardia pretoriana, no todos los generales se exponen a la humillación de dar los saltos de rana ideológicos que les ordenan los caudillos, y no todos están dispuestos a cruzarse de brazos ante cambios de política que pudieron evitarse si, los hombres responsables de su conducción, hubieran resultado más previsibles y sensatos.
Pero es que igualmente los líderes de los partidos políticos colombianos, los representantes de las instituciones y de la sociedad civil, los formadores de opinión y los analistas que le hacen seguimiento a los problemas entre las dos naciones, se preguntan si no fue prematuro el reacercamiento, o por lo menos, si su implementación no debió esperar a que Chávez ofreciera pruebas de que no incurriría en los desplantes que pudieron hacerle más daño del que le hicieron a Colombia y han significado para el gobierno de Venezuela y su presidente, un desprestigio internacional que no se conocía desde los tiempos de general, Cipriano Castro.
En otras palabras, que a diferencia de lo se piensa, la reunión de Paraguaná puede ser un paso en la escalada del enfrentamiento entre Chávez y Uribe, un punto de no retorno en un proceso que lo que necesitaría es de otra prueba de que el teniente coronel es un incorregible y no cabe si no enfrentarlo para llegar a la solución definitiva de todos los problemas que separan a los hermanos mellizales.
Hacia dónde podría inclinarse la balanza llegado un conflicto, puede adivinarse en los próximos meses sobre lo que pasará con los restos de las FARC y lo que sucederá en Venezuela con la FAN que aceptó participar en el bochorno que se celebró el 24 de junio pasado en el Campo Carabobo y donde quedó claro que los oficiales del ejército forjador de libertades han perdido, tanto la capacidad de combatir, como la verguenza.