Opinión Internacional

El ejemplo de Colombia

El pasado domingo el pueblo colombiano celebró un año más de su independencia y esta vez lo hizo con un ánimo mucho mayor al de años anteriores. En esta oportunidad, podría decirse que Colombia entera se lanzó a las calles en cientos de lugares dentro de su país y fuera de él, no solo a celebrar su fiesta patria sino para gritar al mundo que es un pueblo que clama por la paz. Fue enormemente conmovedor ver imágenes de una ciudadanía que supera las diferencias y se erige en un solo bloque reclamando la libertad de sus compatriotas en manos de la guerrilla.

Y nos llama a reflexión este evento del 20 de julio colombiano por la distancia que separa la actitud de este pueblo y su mandatario con la de nosotros los venezolanos. Las comparaciones suelen ser odiosas, pero no es otra nuestra intención más que llamar la atención sobre un hecho que sin duda alguna predomina sobre otros en la actualidad. Haciendo análisis no solo de la numerosa cantidad de gente aglomerada en las calles, en ciudades de cuatro continentes, sino del motivo por el cual se encontraban allí, da no poca y sana envidia percibir que una tragedia como la que vive el hermano país en razón del narcotráfico y la guerrilla con los secuestros y los asesinatos, hace olvidar lo personal e induce a enlazar objetivos en una sola voz de libertad. Pareciera pues que los seres humanos hacemos a un lado todo lo que nos separa y nos acercamos para abrazarnos en los momentos más difíciles, cuando nos damos cuenta de que el sufrimiento compartido se hace más llevadero, y especialmente, cuando una exigencia, una protesta de esta magnitud, se hace por defender la vida. Sin importar el origen, si se es pobre o rico, si militar o civil, si religioso o seglar, si avezado político o simple conciudadano.

Es así como nos transportamos a 1999 cuando Venezuela sufrió la tragedia de Vargas. De todos los rincones del país se recibió ayuda. Empresarios y trabajadores unieron esfuerzos para hacer llevar auxilio a los desamparados. Comunidades enteras se organizaron para aportar lo necesario. Ante aquella desventura no se supo de ideologías, ni posiciones políticas, sociales o de ningún tipo. La desgracia nos unió y es imposible de olvidar. Nos preguntamos entonces ¿Qué nos pasa? ¿Es que puede existir una fuerza tan grande como para separar y enfrentar tantos millones de venezolanos entre sí? ¿Será posible que nos demos la mano de nuevo y podamos mirarnos a los ojos aunque pensemos distinto? ¿Es que la política nos convierte en alienígenas en nuestra propia tierra? ¿Qué nos impulsa a dividirnos y llegar a la guerra entre hermanos? ¿Por qué permitimos que nos fragmenten y nos transformen en dos países, o tres?
¿Qué debería suceder para que todos los venezolanos en una sola masa protestemos ante los secuestros que vivimos aquí? ¿Cuántos muertos más habrá que enterrar para exigir seguridad? ¿Cuántas ausencias padecemos, cuánta partida de gente que amamos y que vemos abrazar el exilio con una maleta de tristeza sobre sus hombros?
Si algo sirve de ejemplo y será difícil de olvidar, es la actitud asumida por Colombia ante la infamia y la maldad. El hermano país sufre de muchos problemas y no es arriesgado decir que falta mucho por hacer, pero si hay algo en que planta sus propias fuerzas y el honor de su gentilicio, es en la generosidad de su gente que abraza la bandera de la paz y exige no solo a sus gobernantes sino al mundo entero que luche por la libertad.

Ojalá Venezuela no tenga que sufrir de tragedias parecidas para reivindicarnos ante los ojos de una sociedad internacional que cada vez con mayor celeridad nos coloca entre la lista de los países con regímenes forajidos. Y, ojalá también que los venezolanos entendamos que la libertad y el honor están también muy por encima de los gobernantes

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