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José Castellanos, un cronista existencial

Recientemente hicimos la presentación del libro “Anecdotario de mi vida”, de José Roberto Castellanos Rodríguez (1943), obra que recoge las vivencias de este ejemplar hombre residenciado en la ciudad de Guanare, estado Portuguesa, y que es una de las voces calificadas, a nivel nacional, del Coleo, deporte que tiene un origen en el inicio de la ganadería en los territorios de la actual de Colombia y Venezuela, desde mediados del siglo XVI.  La obra es una reminiscencia de sus aventuras y desventuras, en el llano occidental, destacando el buen humor y el afecto a las faenas de la vida campesina.

José Castellanos, expone su experiencia escritural de manera tosca, directa, sin enredos estilísticos ni licencias literarias sofocadas. Es una escritura automática, desnuda, amplia y emocional que lo hace proyectar su esencia más allá de cualquier expresión conjugada de la palabra. ¿Es un poeta de la crónicaJosé Castellanos? Si, lo es. Porque solamente el poeta puede transmitir la sensación de vida en una frase; Castellanos la transmite, plenamente, en cada punto y aparte de los tramos de su historia.

Pero ese hombre de temple, de rejo, sombrero y caballo, es un existencial. Es existencial en el sentido exacto de que refleja su relación como hombre pensante con la realidad que le ha tocado vivir; su forma de comunicación es directa, borrando, en cierto modo, lo peyorativo de la vida y dando espacio a las vivencias y los hechos que en esa vivencia se dan y hacen posible que el lector no permanezca atado a la idea del escrito, sino que vuele tan alto como la imaginación de quien escribe. Es un pensar que se sustrae, por decirlo así, para resurgir de nuevo en la praxis existencial de aquellos a los cuales se dirige; es decir, no surge solamente por la intención de contar algo, sino de convocar a otros a unirse a su historia de vida y disfrutar esos momentos que le han dado lustro a una existencia humana.

Mas no es Castellanos un existencial en el sentido en que el filósofo alemán del siglo XX, Martín Heidegger, lo califica, dado que para él lo existencial “… es la constitución o estructura de la existencia humana y de acuerdo con ello, la ontología existencial propia de cada persona, que no comparte”; no es Castellanos un existencialista mezquino, sino  un ser  puro,  que induce al amor y, en cierta medida, al desamor, pero sin perder el horizonte en cuanto se ama con todo “y se ama con ganas”.  Castellanos ofrece una contribución al develamiento de la estructura de su existencia, motivando “nuestra existencia”. Se trata de que, en sus escritos, el ser humano que él representa, es una síntesis de necesidad y posibilidad, de finitud e infinitud y de que solamente ha visto la guarida de la felicidad en la relación inseparable del hombre con la naturaleza, con sus semejantes y con sus pasiones. En Castellanos, el escritor de hoy con nosotros, se da la imagen de una amplia expansión al todo, a través de sus historias y recurre, quizás sin saberlo, al helenismo señalando un camino de euforia que va más allá de su destino.

En concreto, Castellanos es un virtuoso de la comunicación, nos recuerda el ejercicio filosófico que los grandes de la Grecia antigua hicieron para dialogar con la gente, el arte del diálogo de Sócrates, transmitido por Platón, se asemeja al esfuerzo vivivencial que quiere transmitir Castellanos. Sócrates dominaba el arte filosófico de dar a luz a las ideas y pensamientos a través de la ironía, y de ella se vale Castellanos para confrontar ciertos momentos, porque como él mismo expresa, “la vida estaba allí y yo estoy resuelto a vivirla”. En este aspecto Castellanos se percibe desde una cartografía de humor vivo y matizado, en el cual toma formas la comunicación dándole significado al hombre y determinándolo en su relación con su cultura y sus historias.

Con relación al contenido del escrito “Anecdotario de mi vida”, hay cuatro puntos que, desde el plano académico-literario, lo define como una obra existencialista: primero, que las ideas van en movimiento constante; segundo que la condición fundamental idealista toma identidad en el pensar y ser del autor; tercero que el pensamiento de Castellanos se erige como mediación; y cuarto, que el autor está vinculado no solamente con las historias, sino con las contradicciones que esas historias develan. Las ideas en movimiento parten de una realidad que fortalece el espíritu de las historias narradas; se fortalece la unidad de pensar y ser, y la mediación sirve para comunicar sensaciones y esperanza, nunca para minimizar la existencia humana. Si bien no niega el autor los hechos, se deja ver en su postura coloquial y directa, un acercamiento a la postura del filósofo alemán del siglo XIX, Hegel, para quien las historias de vida no tienen determinación suficientemente que impliquen una contradicción en sí mismas; son historias y de ellas surgen símbolos, idearios de lo que se ha sido y lo que se puede llegar a ser.  Castellanos se deja ver en la repetición del movimiento propio de la existencia humana, su búsqueda por reinventarse el futuro, reclamando la subordinación del pensar a la incertidumbre de los hechos y creando desde allí, el saber, como un sentimiento subjetivo o como una conciencia puramente inmediata; a todas estas, la realidad, invadida por la inmediatez, reproduce reflexiones binarias que tienden a mostrar el alma del escribiente y su intención por preservar las torturas de toda una vida.

Castellanos se define desde la intención por proteger a la realidad, entendida esta como la facticidad del existir, desde una perspectiva interior del individuo mismo, contra los abusos del pensar. Castellanos pertenece, a una estirpe de pensadores que hacen valer la realidad ante el idealismo, porque la realidad no es disoluble en el pensar; las diferencias entre las diversas posiciones de la vida lo hacen ensamblar nuevas relaciones sociales, en un contexto de la realidad sensible y corporal, que genera condiciones para la autorrealización del individuo. Pero todavía hay algo más que une a Castellanos con el existencialismo, y es su posición en la historia de la vida misma, en un constante quiebre dialéctico, adoptando los rasgos esenciales de su época histórica a escenarios modernos que la asimilan, la comprenden y la combinan con pequeñas vibraciones de lo tumultuoso y grande que puede llegar a vivir un solo hombre.

En una palabra, la voz de Castellanos en este pequeño y gran esfuerzo escritural que hoy nos presenta, es una invitación permanente a no descuidar el lugar que ocupamos en el universo y en las vicisitudes de la vida.

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