Reflexiones a propósito de Sudán
Para quienes intentamos analizar asuntos internacionales de manera ecuánime y responsable, desde la eterna y humana disyuntiva entre el raciocinio y el sentimiento, se nos vuelve imperativo tratar con el mismo interés, sensibilidad y crítica, tanto a los crímenes de guerra de la administración Bush en Irak, como a los del régimen Putin-Medvedev en Chechenia y otras regiones ex-soviéticas; expresarnos de las torturas a prisioneros recluidos en Guantánamo con la misma vehemencia con que deberíamos hacerlo sobre los presos políticos en cárceles del resto de Cuba; denunciar la falta de libertad religiosa en El Tibet y otras regiones de China; al igual como la padecen las minorías religiosas de otros países como Arabia Saudita e Irán.
Una postura crítica que intente ser equilibrada debe evaluar, con igual vara, los excesos de Israel cuando ataca territorios palestinos, y la responsabilidad del liderazgo palestino ante el culto a la muerte de sus islamistas que ejecutan atentados contra civiles israelíes. Lo mismo se aplica al analizar la pobreza, enfermedad histórica y mundial, común a sistemas capitalistas sin sensibilidad social, – por más crecimiento económico que generen, – como la ocasionada por el fracaso estrepitoso de modelos estatistas tipo Corea del Norte – con millones de personas padeciendo hambrunas, y las de otras naciones autoproclamadas “socialistas”. Tampoco es seria la crítica selectiva y maniquea, basada en simpatías ideológicas o sentimentales, al opinar sobre modelos totalitarios o dictatoriales como los de Birmania, Uzbekistán, Cuba, o China (por más distintos que sean), y de autocracias esperpénticas y personalistas de todo el mundo, desde Zimbabwe a Bielorrusia y desde Venezuela a Libia, entre otras.
No es fácil mantener un equilibrio profesional en el análisis político puesto que todos tenemos que luchar contra los ángeles y demonios de nuestras convicciones. Como no hay recetas ni manuales para la objetivad, la lucha diaria debe ser contra la egolatría, las generalizaciones, las simplificaciones y contra los monótonos monotemas que culminan en timos. Por eso, el precedente de la decisión de La Corte Penal Internacional de La Haya exigiendo la detención del dictador islamista de Sudán, es un buen ejemplo de lo que debería ser consenso para todos aquellos que, más allá de nuestras diferencias, creemos en la justicia, la democracia, y la búsqueda de algunas categorías de lo que suponemos como “correcto”.
¿Cuáles son las razones para que analistas políticos de cualquier ideología o identidad debamos coincidir en el caso sudanés? Varias:
– Por primera vez se intenta enjuiciar a un Jefe de Estado en ejercicio, por su comportamiento criminal. Fin de la impunidad para dictadores y para candidatos a serlo hasta el fin de sus días.
– Las masacres del régimen islamista de Sudán están bien documentadas, y se vienen constatando desde 1989, con cifras conservadoras de 200 mil de muertes por violencia estatal, y entre 4 a 7 millones de desplazados a la fuerza de grupos pro-gobierno.
– Se acusa a Omar Bashir, dictador de Sudán, de tres cargos (¡atención a los que usan o abusan de la palabra “genocidio”, por ignorancia o por razones ideológicas): por asesinatos (órdenes directas de matar a disidentes), crímenes contra la humanidad (en este caso, estrategia de matar y dejar morir lentamente, por inanición, enfermedades, insolación, etc., a los considerados “enemigos” del régimen), y genocidio (intento de aniquilar físicamente a toda la población negra cristiana, no árabe musulmana del país, como objetivo declarado del Estado). Esta distinción de delitos es importante, didácticamente, para quienes banalizan los significados de algunas palabras, como las tan desprestigiadas “genocidio” y “revolución”.
– Preocupación por la vida de millones de personas pobres y olvidados durante años, en el continente cuyos habitantes han sido considerados prescindibles, en la falta de hechos para protegerlos, por la mayor parte del mundo.
– Las cinco potencias del Consejo de Seguridad de la ONU nunca lograron acordar sanciones serias o algún tipo de intervención para detener la peor masacre de nuestro joven siglo. (Como China y Rusia, son los que tiene más intereses con el régimen sudanés, quizá a más de un periodista le faltó que Estados Unidos fuese el que amenazara con vetar resoluciones contra Omar Bashir, de modo que la tragedia de sus victimas le resultase lo suficientemente “importante” para su cobertura).
Vienen tiempos complejos porque el dictador sudanés amenaza con más violencia a raíz de esta decisión judicial. ¿Comenzarán algunos generadores de opinión a ocuparse y preocuparse por lo que ocurre en un lugar cuya tragedia no se puede encuadrar en simplificaciones ideológicas? ¿Será noticia constante, de “rating”, el genocidio de Sudán, ahora que una corte en Europa le otorgó titulares?
¡Que haya tras La Haya un seguimiento periodístico frecuente y serio, que haga sentir a millones de sudaneses que por fin, se toma en serio su fatalidad!