Las auditorías del psiquiatra y la señora Tibisay
Dicen que los psiquiatras tienen a sus propios psiquiatras. Se cuidan para que los desvaríos de sus pacientes no les enloquezcan. Es algo así como un exorcismo al que se someten para purgar sus propias locuras.
Al loquero mayor del PSUV y alcalde menor, Jorge Rodríguez, tal regla de oro le pasa por delante. Su risita nerviosa se acrecienta cada vez más y lo tiene por presa. Queda al desnudo cual si se tratase de un delirante recogelatas, cada vez que habla de auditorías. Es una obsesión con la que afirma su culto maniático por la mentira.
Entre tanto, la que fue empleada del psiquiatra, Tibisay Lucena, hace mutis. Recibe homenajes de los soldados de la revolución, quienes destruyen lo que nos queda de formas constitucionales. Es una experta, también, en la manipulación y perturbación del lenguaje. Trastoca la relación que ha de darse entre medios y fines legítimos en toda relación democrática. Las palabras que usa significan una cosa para ella y otra para los venezolanos. Vivimos, pues, en dos azoteas diferentes.
El comentario viene al caso, pues al referirse Rodríguez al avance de la auditoría que lleva a cabo el «ministerio electoral» de Lucena y ponderarlo en sus excelencias, me atrapan los recuerdos.
Una vez como ocurre el referéndum revocatorio del fallecido presidente Chávez, bajo el auxilio que Súmate presta a la antigua Coordinadora Democrática de oposición, ésta demanda una auditoría posterior de las votaciones ocurridas en 2004. Jimmy Carter, de concierto con Rodríguez, se encarga de ponerle piedras en el camino. Ambos pactan los términos de la misma, que debe aceptar sin reservas la oposición para no quedarse fuera, como en efecto ocurre al final.
Rodríguez y Carter hacen de las suyas, ligaditos. Carter anuncia haber preparado un programa de selección aleatoria de las urnas, que supuestamente cuidan, con celo, sus colaboradores; pero que llevan ante aquéllos -ya abiertas- los soldados del Plan República. Y el programa en cuestión, no funciona.
De modo que Rodríguez, en una de sus manías -tramposo contumaz- y en un tris pone en manos del Centro Carter otro programa alternativo para la escogencia de las máquinas y votos a ser auditados. Y los inocentes dedos de la Lucena se posan entonces sobre el «ordenador» -y le impide hacerlo a los funcionarios de Carter para que no vean comprometida su «neutralidad» como observadores- determinando a su arbitrio los elementos auditables. El informe final no podía ser otro. Chávez ganó, según Carter y Rodríguez, y todos aplaudieron, incluida la Lucena.
Por allí, en las páginas de Internet deben estar esos viejos informes. Carter, palabras más, palabras menos, cuenta que la elección no fue justa; que el CNE decidió siempre a favor de Chávez y nunca de la oposición; que las cosas no estaban en su puesto; pero que la victoria gubernamental era impecable. Todo un galimatías.
El informe de César Gaviria, antes bien, que rinde ante la OEA y pide estudiar las denuncias de fraude presentadas por la oposición, desaparece -conservo mi copia- a manos de su sucesor, el destituido y luego encarcelado expresidente Miguel Ángel Rodríguez, a quien Carter se encarga de meter en cintura.
Luego de los hechos la oposición decide seguir adelante. No mira atrás. Busca superar la circunstancia, pero no faltan las voces -dentro de ella- ocupadas de convencer al país de la victoria del NO y la justa derrota opositora.
Ha pasado mucha agua bajo el puente. Y ahora, otra vez se hace presente la pareja Rodríguez-Lucena. Hace de las suyas y busca hacerle creer a los venezolanos que nuestro sistema electoral está blindado. Cabría, pues, aconsejarle al Departamento de Estado y al Pentágono copiar el andamiaje tecnológico venezolano para que no pase la vergüenza a la que lo somete el hacker Julián Assange con sus WikiLeaks.
En buena hora, nadie coge experiencia sino en cabeza propia. La mayoría de los venezolanos han abierto los ojos. Se han curado de derrotas imaginarias y forjadas, sin acudir a los servicios de un psiquiatra. Han tomado conciencia de ser mayoría, y mayoría creyente en la libertad. Y no tienen dudas, al fin, sobre la caja negra que es y ha sido el CNE, como no tienen dudas acerca del liderazgo renovador y prometedor que les ofrece, con serena voluntad de servicio a la verdad, Henrique Capriles.
A los otros, por lo visto, les espera hundirse en el tremedal. Son mitómanos contumaces y violentos -el psiquiatra Rodríguez su mejor ejemplo- en medio de la inestabilidad mental que hoy les acelera, en lo particular al teniente Diosdado Cabello, la muerte del gran loquero de la Venezuela contemporánea.