Magistral contragolpe de la nueva clase política latinoamericana en Venezuela y Bolivia
En un magistral contragolpe a la política desestabilizadora de Washington en América Latina, Hugo Chávez expulsó en forma humillante al embajador imperial Patrick Duddy, respaldado por el Coloso del Sur, Brasil, que advirtió a la camarilla de la Casa Blanca que no cruce la línea roja de la zona de influencia brasileña. En el lenguaje diplomático de Itamaraty: «No toleraremos una ruptura del ordenamiento institucional boliviano».
Con el apoyo de Argentina y Paraguay se establece, de esta forma, un cordon sanitaire, un «cerco sanitario» en torno a las zonas separatistas que Washington ha creado mediante una perversa inversión del «foquismo» revolucionario de los años sesenta. Se está configurando, en consecuencia, un plan regional de seguridad geopolítica del Bloque Regional de Poder latinoamericano. Es evidente que tal configuración no puede carecer del elemento coercitivo, es decir, la concentración de fuerzas militares en las fronteras geográficas de los focos contrarrevolucionarios separatistas, desde el lado de Brasil, Paraguay y Argentina.
La peligrosa crisis latinoamericana que vivimos es el corolario del ajedrez mundial de la camarilla estadounidense-sionista (neocons) que pretende cumplir durante los últimos meses del gobierno Bush la agenda expansionista-subversiva que no ha podido resolver hasta ahora. A esta agenda pertenece la amenaza de guerra contra Rusia, proferida el día de ayer por la prospectiva vicepresidenta estadounidense Sarah Palin; la autorización de ataques militares estadounidenses dentro de Paquistán, en contra de la voluntad expresa de las Fuerzas Armadas paquistaníes, ordenada por Bush en julio; la autorización de la agresión militar de Georgia contra Ossetia en agosto, con militares armados y entrenados por Washington y Tel Aviv; el envío de buques de guerra con armamento nuclear al Mar negro y la autorización de 400 millones de dólares para destruir al gobierno de Irán.
El golpismo de Washington y sus oligarquías aliadas en América Latina está generando las condiciones para la batalla decisiva contra la Doctrina Monroe. La agresión militar de Washington-Tel Aviv-Bogotá contra el campamento de las FARC en Ecuador, fue el inicio de lo que Washington pretende sea la ofensiva final contra los gobiernos latinoamericanistas del hemisferio. En aquella ocasión, la nueva clase política latinoamericana evitó, a instancias de Brasil y Cuba, la confrontación con Bush y su peón Uribe, juzgando que las condiciones de batalla no eran idóneas.
Esta vez, la reacción de Brasil y Venezuela demuestra que han entendido que la batalla por Bolivia es decisiva y que su desenlace determinará el futuro de la nueva clase política latinoamericana —a la cual pertenecen y que tratan de consolidar— y de la Segunda Independencia. Comienzan a actuar con el perfil de una potencia regional que protege su derecho a existir y sus intereses, no con los bienintencionados manifiestos de los intelectuales, sino con el poder real: el político, económico y militar.
Todos los presidentes de la nueva clase política latinoamericana son éticos y ninguno quiere el derramamiento de sangre. Pero la historia enseña que las batallas decisivas entre los proyectos históricos se deciden por la correlación de fuerza entre las violencias organizadas: en este caso, la violencia organizada fascista-imperial versus la violencia organizada legal y legítima de los Estados.
No hay tercera opción en la Patria Grande.