Nuevas doctrinas?
La destitución de Zelaya, calificada interesadamente por el “albalulismo” regional de “golpe de Estado”; la designación de un gobierno de transición y las elecciones del domingo pasado en ese país plantean retos muy serios. El cambio de gobierno se produce en términos similares al que ocurrió en Venezuela, en 1993, cuando se separa a Carlos Andrés Pérez de la presidencia, se designa un gobierno de sucesión y se le abren procesos judiciales. La comunidad internacional entonces, respetuosa de las decisiones internas del Estado, no formuló ningún cuestionamiento. Situaciones similares, apreciaciones diversas. Los gobernantes de entonces respetaron la soberanía de Venezuela, los de hoy intervienen y la desconocen.
Una vez se construyeron doctrinas válidas para enfrentar los golpes de Estado que azotaron el continente ante la mirada complaciente de las democracias del norte. Las doctrinas Estrada, Tobar, Betancourt se concibieron para detener el golpismo. El Canciller ecuatoriano Carlos R. Tobar dijo en 1907 que “… la manera más eficaz de poner término a los cambios violentos de Gobierno inspirados por la ambición, que con alta frecuencia perturban el progreso y el desarrollo de las Naciones latinoamericanas, ocasionando sangrientas guerras civiles, consiste en que los Estados se nieguen a reconocer los Gobiernos transitorios nacidos de las revoluciones, hasta que demuestren que gozan del apoyo de sus países…”.
Años más tarde, Rómulo Betancourt replantea la tesis del no reconocimiento de gobiernos de facto en su discurso de toma de posesión, el 13 de febrero de 1959, cuando dijo que: “… Solicitaremos cooperación de otros gobiernos democráticos de América para pedir, unidos, que la OEA excluya de su seno a los gobiernos dictatoriales porque no sólo afrentan la dignidad de América, sino también porque el Art. 1 de la Carta (…) de la OEA establece que sólo pueden formar parte de este organismo los gobiernos de origen respetable nacidos de la expresión popular, a través de la única fuente legítima de poder que son las elecciones libremente realizadas. Regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de sus ciudadanos y los tiranicen con respaldo de las políticas totalitarias, deben ser sometidos a riguroso cordón sanitario y erradicados mediante la acción pacífica colectiva de la comunidad jurídica internacional”.
Hoy, en otras épocas, otros vientos, reflejo de la mediocriodad y las desviaciones emergentes. Los “lideres” del UNASUR planetan una nuvea doctrina política, mediante la cual destruyen principios y normas aceptados por todos. Establecer como doctrina el desconocimiento de las decisiones de las instituciones del Estado, ignorando la voluntad popular, es una aberracion peligrosísima, lamentablemente sustentada por la diplomacia brasileña, una vez reconocida como seria.
El presidente ecuatoriano Correa habló, en nombre de Unasur, y exigió a Europa seguir la linea “albalulista” supuestamente adoptada en la región. Engaña Correa al atribuir unanimidad a tal postura. Independientemente de la reacción europea, incialmente expresada en forma moderada, como exige la diplomacia seria y efectiva, la decisión de Unasur que anuncia Correa no responde a la realidad. No todos en el esquema regional apoyan esta barbaridad política; menos en la región de las Américas en su conjunto. Los gobiernos de Panamá, Perú, Costa Rica hoy; y, otros mas tarde, reconocerán las elecciones libres en Honduras, asumiendo su responbilidad histórica en un mensaje de legalidad y de paz, no de confrontacion.
La neodoctrina “unasurista” destruye, además, un principio preciadísmo: el relativo a la audeterminación de los pueblos, en virtud del cual “los pueblos determinan libremente su statuspolítico y persiguen libremente su desarrollo económico social y cultural.” (consagrado en el art.1-2 de la Carta de la ONU, en Pactos Internacionales de Derechos Humanos y en otros documentos de las Naciones Unidas -Res. de la Asamblea General de la ONU 2625, de 1970). Los pueblos tienen, en pocas palabras, el derecho al autogobierno, es decir, “a escoger libremente su régimen político y económico” lo que pareciera no interesar a los expositores de la nueva doctrina política regional.
El destino de la región está hoy en manos de irresponsables que colocan en posición de riesgo, no sólo la estabilidad interna, sino el prestigio que caracterizaba a la región antes de esta invasión ideologica de algunos resentidos, decimonónicos en el pensar y en el actuar. La ausencia de la OEA es lamentable. El organismo regional no funciona, no existe; la moral desapareció hace tiempo, haciendo insulzas sus apreciaciones y actuaciones.