La OTAN en el avispero georgiano
Desde su creación en 1949 para hacer frente en Europa a la amenaza militar de la Unión Soviética, hasta la desintegración de ésta en 1991, la burocracia de la OTAN se fue extendiendo y reforzando con casi total independencia de las necesidades militares de los países miembros. Cuando desaparecieron el Pacto de Varsovia y la URSS, ninguna voz surgió dentro de la compleja estructura de la Alianza Atlántica proponiendo su disolución o, al menos, su paulatina reducción.
Aparte de la comodidad burocrática de cuatro decenios, dos causas principales contribuyeron a la permanencia de una OTAN sin enemigo visible: la “comodidad” de Europa, haciendo recaer sobre el poderoso aliado trasatlántico las principales responsabilidades de su defensa militar, y la propia conveniencia de ese aliado, para seguir teniendo la última palabra en lo relativo a la defensa de la Unión Europea.
Distintos malabarismos han llevado a la OTAN a tierras afganas, tan alejadas de la precisión geográfica, varias veces repetida en el texto del Tratado, donde se alude a ataques armados “en Europa o en América del Norte”, como motivos de intervención militar de la OTAN.
Cabe sospechar la alegría que tuvo que producir en los rincones más burocratizados de la Alianza la decisión del presidente georgiano de “aplicar la Constitución” por la fuerza de las armas en Osetia del Sur. El sucesor del viejo enemigo de la OTAN respondió también con las armas a la provocación, inyección vital de oxígeno a una OTAN que había perdido hace años su explícita razón de existir.
Aunque las circunstancias internacionales impiden cualquier comparación entre la situación actual en Europa y la que reinaba cuando se fundó la OTAN y en los años de la Guerra Fría, con una Rusia (o Comunidad de Estados Independientes) que en nada se parece a la URSS y una UE que poco recuerda a la Europa de aquella época, muchos se frotan las manos ante un conflicto que desearían inevitable.
No son sólo las grandes corporaciones del armamento las que ven en un recrudecimiento de las tensiones en el continente europeo una favorable coyuntura para sus intereses. La candidata a la vicepresidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano sostiene que su país entraría en guerra con Rusia si se repitiese lo ocurrido en Georgia en agosto pasado.
Pero alguien le habría explicado a Sarah Palin el artículo 5º del Tratado del Atlántico Norte, pues intercaló en su comentario el adverbio “perhaps” (quizá). Porque, cuando se redactó el texto del Tratado, precisamente a requerimiento de Estados Unidos se eliminó la idea de una ayuda militar automática y obligatoria de todos los demás miembros al que fuese atacado. Por el contrario, se decidió que éstos sólo habrían de tomar “las medidas que juzguen necesarias, incluso el empleo de la fuerza armada”; está claro que pueden juzgar necesario un simple embargo comercial y no repetir el bombardeo de Belgrado en 1999.
Hay que observar con desconfianza lo que se hace estos días en el Cuartel General de la OTAN. No inspiran tranquilidad las noticias del envío de expertos de la Alianza a Georgia para colaborar a su rearme. Ni el apoyo de Washington y Bruselas al errático Saakashvili, quien alardea públicamente de una futura revancha militar contra la Rusia que le venció hace unas semanas. Ya no es el momento de volver a recordarles a Estados Unidos y a la Unión Europea que Rusia se limitó a aplicar en Georgia el “jarabe de Kosovo” por ellos inventado y utilizado.
Es momento de calmar tensiones, evitar nuevas carreras de armamento en una zona tan crítica y de hallar el necesario equilibrio entre todos los intereses enfrentados. Para esto sería aconsejable olvidar la fórmula de que toda decisión de Moscú es perversa y lo que hacemos “nosotros” se sustenta siempre en la justicia y la razón. Aparte de no ser cierto, por ese camino no habrá entendimiento ni paz posibles.
General de Artillería en la Reserva