Autogolpe, ¿delirio o realidad?
Desde estas notas, y desde 2006 -en pleno ¡pum, para arriba! de su gestión primigenia- he sostenido que a estos canallas no podremos sacarlos del poder con cacerolazos, golpes de carritos de supermercado y, ni siquiera, con votos.
Ahora esto ya resulta, casi, un lugar común entre los analistas, que hablan de «tierra arrasada», «campo minado», etc., para describir el panorama que tendrá delante quien jure el 10 de diciembre de 2011.
Al nuevo Presidente le tocará combatir contra una inflación altísima; contra un entrevero de «organizaciones sociales» desmadradas; contra una CGT moyanista, a la que costará mucho hacerle entender que no puede administrar, sin control, los dineros públicos; contra la necesidad de contar con unas Fuerzas Armadas, hoy inexistentes o inermes; contra un nulo nivel de reservas de gas y petróleo; contra una marcada capacidad de generación eléctrica para acompañar el crecimiento; contra un INDEC incapaz de brindarle los verdaderos datos, imprescindibles en la toma de decisiones; contra un posicionamiento internacional que bordea el ridículo y la autoexclusión; contra un poder económico altamente concentrado en manos de los testaferros y cómplices de los K; contra un nivel de corrupción pública y privada como Argentina nunca ha visto; contra un 40% de pobres e indigentes; contra el interior paralizado por la furia destructiva del Gobierno y por la sequía; contra la inseguridad creciente que, día a día, va tomando el control de las calles y de las vidas; contra el narcotráfico instalado definitivamente; contra la falta de salud pública; contra la absoluta desaparición de la inversión, nacional y extranjera; contra un sistema educativo destruido, con maestros que han dejado de serlo para convertirse en «trabajadores de la educación»; contra un gasto público ineficiente e imparable; contra jubilados que, con todo el derecho del mundo, reclamarán pagos que la esquilmada ANSES no podrá afrontar; y con todos los males que, pese que nuestros mecanismos de autodefensa nos hacen olvidar, siguen existiendo en nuestra realidad cotidiana.
Y deberá encarar esas batallas sin dinero, porque Kirchner dejará todas las cajas posibles exangües, pese a que la presión tributaria hoy es record en Argentina.
Sin embargo, como me dijo el otro día un amigo, tan mala no debe ser la herencia, cuando tantos quieren presentarse al sucesorio.
Pero, ¿habrá sucesión?
Los hechos de las últimas semanas, y los que se anuncian para la que empieza, me dejan la fuerte impresión de que no, que el muerto aún no está frío y que, muy por el contrario, demostrará que sigue vivo y con mayor decisión dañina.
Ayer mismo difundí una excelente nota -«Darse Cuenta»- de José Enrique Miguens, ese sabio pensador y sociólogo que, a pesar de su edad, no baja los brazos y sigue analizando, con una lucidez envidiable, nuestra realidad y forzándonos a verla. Pongo ese artículo a disposición de quien lo requiera.
Describe, con claridad quirúrgica, el fin de la República de Weimar y la llegada de Hitler al poder, con casi un 70% de oposición. Ésta, desunida, prestaba su alternativa contribución en el Reichstag a las leyes que, una a una, tenían como objetivo consolidar ese criminal disparate en el cual se convirtió el III Reich.
Unas veces, eran los comunistas quienes apoyaban una iniciativa, porque coincidía con alguno de sus postulados; otras, les tocaba el turno a los socialistas, que veían en un determinado proyecto de ley un avance, y así sucesivamente. Cuando se dieron cuenta, Hitler ya tenía consolidado su esquema completo y, usando las formas democráticas, había destruido la democracia. El resto, está en la Historia.
En nuestro país, quienes dan su acuerdo a cada proyecto del Ejecutivo un día son los socialistas de Binner; otro, los de Pino Solanas; otro, los propios radicales; a veces, hasta el peronismo disidente. Con esos votos, don Néstor ha conseguido mayorías significativamente mayores a las que disponía antes del 28 de junio. Cualquiera de los diputados de la oposición podrá decir, como ha sucedido, que apoyó un proyecto porque su partido lo tenía en su plataforma, y que se opuso a otros cuando eso no sucedía.
Al decir de Miguens, se trata de la forma «infantil» de ver la política, es decir, pieza por pieza y ley por ley, y no la forma adulta, que requiere una visión de conjunto. Precisamente, ese modo de actuar fue el que permitió al nazismo quedarse con todo, como hace don Néstor hoy en Argentina.
Reflexionando sobre eso, y sobre la certeza que, si hubiera una transición democrática, don Néstor, doña Cristina y sus 40 ladrones terminarían enjuiciados y encarcelados, llegué a una conclusión distinta: el próximo paso de los K será el autogolpe.
El tirano de Olivos está creando, todos los días, las condiciones para poder desatarlo. Está instalando, minuto a minuto, todos los elementos de la conmoción social y, como sabe que formamos una sociedad totalmente desunida, desanimada, anómica y apática, está convencido que no habrá reacción ciudadana alguna.
A diferencia de mis colegas «opinadores», que creen ver pánico en la Rosada ante el manifiesto control de la calle -por piqueteros no adictos al régimen-, de los servicios públicos -por sindicalistas que no responden a las conducciones de los mismos- y de nuestras vidas -por delincuentes que actúan cada vez con más saña-, creo que nuestro Chasman local es quien los fogonea.
Sabe que tendrá un destino distinto por completo al resto de nuestros ex presidentes que, aún juzgados penalmente, nunca la pasaron demasiado mal, básicamente por obra y gracia de sus sucesores y de sus ex aliados. Don Néstor es conciente del odio que despierta, inclusive entre sus propios ministros y demás genuflexos que lo rodean. Es decir, que con ellos no habrá falsa piedad y que, si entregaran el poder terminarían, más temprano que tarde, exiliados o presos.
Entonces, con su mejor estilo, va por todo. Y todo tiene para él, como Jano, dos caras.
Por un lado, incendia el país y el futuro, para crear el caos que le permita hacerse su auto-revolución y, por el otro, deja el camino minado para quien lo suceda, para desalentar cualquier salida democrática anticipada. ¿O no se discute en la calle, todos los días, entre quienes pretenden que el Congreso los eche con un juicio político y los que prefieren que cumplan su mandato y paguen la cuenta de esta «fiesta»?
En las próximas semanas veremos cómo se acentúan los conflictos callejeros, cómo se complica la vida de los ciudadanos, cómo crece la violencia; sin embargo, salvo el acto que estamos convocando para el 10 de diciembre, no veremos masivas manifestaciones de repudio a lo que está sucediendo. Es decir, nuestras procesiones individuales seguirán yendo por dentro.
Eso preparará el ánimo -o, más bien, el desánimo- social para el autogolpe que Kirchner ha decidido dar.
En nombre del caos cotidiano, y en ausencia de un Congreso que no será convocado a extraordinarias, impondrá el estado de sitio y la suspensión de las garantías constitucionales.
De la calle, en el esquema de don Néstor, se ocuparán los piqueteros de todo pelaje, y las Fuerzas de Seguridad -algunos de cuyos miembros ya han sido cooptados por sus cabecillas- serán superadas en cantidad de efectivos, en armamento y, sobre todo, en inducida decisión por esas «milicias populares» que ha creado al mejor estilo chavista.
¿O es que resulta posible encontrar alguna diferencia entre los ataques de los partidarios del papagayo caribeño a GloboVisión, en Caracas, y los que produjeron los camioneros de don Hugo a la distribución de diarios y revistas críticos en Buenos Aires?
Usando ese caos y el estado de sitio, disolverá al Parlamento y comenzará a gobernar, ya desembozadamente desde el sillón de Rivadavia, con la suma del poder público, al mejor estilo hitleriano que recuerda José Enrique Miguens.
Pero, simplemente, imaginemos qué quedará de Argentina si aquí don Néstor consigue, con su autogolpe, instaurar una «democracia bolivariana», porque nuestro pingüino carece hasta de los petrodólares que Chávez dilapidó durante años, mientras hoy impone a los venezolanos una economía de guerra, con baños de tres minutos y linterna para la noche.
Estoy abierto -es más, lo ruego- a discutir este enunciado con todo aquél que esté en desacuerdo con él, porque me gustaría estar equivocado y que todo cuanto digo en esta nota no sea más que el delirio de un hombre de 63 años, culpable de todo lo que ha hecho mi generación con la Argentina, mi país.
Aún estamos a tiempo de darnos cuenta, de reaccionar, de recuperar la República, pero me temo que nos queda muy poco tiempo. Todos, sin excepción alguna, estamos obligados a hacer algo, a no limitarnos a ver todo nuestro compromiso ciudadano como la emisión de un voto cada dos años, porque, en breve, ni siquiera podremos ejercer ese derecho.