Salvaje División
«Porque vivimos a golpes,
«porque apenas si nos dejan
«decir que somos quien somos,
«nuestros cantares no pueden
«ser, sin pecado, un adorno.
«Estamos tocando el fondo.
«Estamos tocando el fondo»
Gabriel Celaya
Una vez más, Kirchner lo hizo. Hace algunos días dije, en otra de mis notas, que lo que nos salvaba de ser Venezuela eran tres factores: la escasa popularidad de don Néstor y su vocera, mientras que el papagayo caribeño disponía de un cómodo cincuenta por ciento; la delgadez de la caja oficial, incomparable a los petrodólares del norte; y la falta de apoyo del Ejército a la gestión de la pareja imperial.
Pues bien, desde entonces, la situación se ha transformado drásticamente. En reemplazo de las Fuerzas Armadas, los Kirchner han comenzado a dotar de medios de combate a distintas agrupaciones políticas, todas ellas inspiradas en el maoísmo y en el trostskysmo, que están sí dispuestas a defender este «modelo».
En lo que a los dinerillos se refiere, está visto que don Néstor ha acumulado un poder gigantesco en la Argentina, no solamente mediante el saqueo liso y llano de los caudales públicos, sino a través de una importantísima concentración de resortes económicos en sus manos, protegido por testaferros y cómplices de toda laya, que todos los días generan «caja» para los bolsillos que esperan en Olivos.
Y tercero, y esto es lo más grave porque anuncia la inminencia de la violencia en las calles -y es lo que da título a esta nota-, ha conseguido que se enfrenten los ciudadanos en todas las áreas de actuación; piqueteros contra piqueteros, sindicalistas contra sindicalistas, empresarios contra empresarios, clases medias contra clases bajas, etc., permeando a la sociedad con un clima de pavor que crece día a día.
Don Néstor sabe que no tiene futuro electoral y, por eso, es conciente que sólo puede encontrar el exilio o la cárcel cuando el mandato de doña Cristina expire.
Por eso, y como repito en cada nota, no solamente dejará tierra arrasada y todas las minas posibles para que exploten bajo las suelas de los zapatos de su sucesor, sino que está dispuesto a incendiar el país, para ocultarse detrás del humo.
Por supuesto, para sus malévolos designios ha aprovechado, y muy bien por cierto, de la inacción social, de la falta de reacción de la gente, en general, frente a sus avances sobre la República y la democracia.
Cometió, en sus orígenes presidenciales, un solo error, al designar una Corte que, al menos aparentemente, no está dispuesta a someterse a los dictados del tirano. Pero, constitucionalmente, cuesta mucho que lleguen a esa instancia los problemas más graves que hoy afligen a la sociedad en su conjunto.
Ésta, presumo que por desconocimiento, observó impávida como Kirchner corregía ese error, mediante el cambio de composición -y, consecuentemente, de poder de decisión- del Consejo de la Magistratura, esa policía política con que el régimen hoy sojuzga y amedrenta a los jueces que no han aceptado las dádivas oficiales (que hay muchos).
Tampoco reaccionó frente a la impudicia con que se manejó el tema de los dineros de Santa Cruz, al costo criminalmente incrementado de las obras públicas, al grano de corrupción que estalló con Skanka, a la disparatada política internacional que nos ha llevado a aliarnos con lo peor del mundo, al desmadre de los negociados con Venezuela, a la impúdica demostración de riquezas del matrimonio gobernante, al vertiginoso crecimiento patrimonial de empresarios adictos y de funcionarios cercanos al poder, al asesino tráfico de medicamentos «truchos» que vincula al oficialismo y los sindicatos, a los cargamentos de cocaína transportados por una línea aérea oficial, a las patoteadas de Moreno, a la violación del INdEC, a la permanente estafa a los jubilados, a la confiscación de los ahorros privados en las AFJP’s para servirse de los fondos.
Con Chirolita en la falda del Chasman patagónico, tampoco reaccionó cuando don Néstor decidió destruir al campo, cuando día a día destruye a las Fuerzas Armadas, cuando desconoce el crecimiento geométrico de la pobreza y la indigencia, cuando insulta a la inteligencia colectiva desde el atril, cuando «privatiza» Aerolíneas Argentinas y le destina fondos imprescindibles para alimentar a los más excluidos, cuando atenta contra nuestras más elementales libertades declarando la guerra a los medios críticos, cuando llegaron las valijas de Antonini y se dijeron toda sarta de mentiras relacionadas con ellas desde las madrigueras del kirchnerismo, cuando se comprobó la usurpación de título por la Presidente, cuando viaja muy oronda por el mundo e ignora que en la prensa internacional sólo se habla de la corrupción de su gobierno, cuando se violan contratos privados para que haya fútbol «gratis» que cuesta cifras siderales por año, cuando se falsea un requerimiento unánime de subsidio universal a la niñez para montar un mayor aparato clientelístico.
Realmente, enfrentar la lista de los desmanes y tropelías cometidas por esta parejita representa un esfuerzo enorme de memoria. Son tantos y tan variados que se necesitarían horas en las hemerotecas para poder enumerarlas todas. Pero la sociedad no reacciona.
Tampoco lo hace frente a la desatada violencia de los piquetes de toda índole y color que, en un ejercicio preparatorio de guerra subversiva, se dan el lujo de cortar, a la vez, todos los accesos a la Capital e impedir toda circulación por ésta.
Ni cuando el nuevo Presidente de Aerolíneas convierte a un avión de la empresa en un remise para asistir a un partido de fútbol en Montevideo y, cuando se lo cuestiona públicamente miente con su mejor cara. Ni cuando hace descender a cinco pasajeros de Jujuy, que venían a Buenos Aires, para cargar a cinco políticos oficialistas en Córdoba, una escala inventada.
Ni cuando, después de perder las elecciones del 28 de junio, doña Cristina logra que los superpoderes le sean extendidos hasta el final de su mandato, dejándole las manos libres a don Néstor para poder apretar a los gobernadores y a los senadores con su discrecionalidad en el manejo de los dineros públicos.
Ni cuando compra o extorsiona a legisladores para que modifiquen sus votos en las leyes más lesivas para la democracia.
Y, ni siquiera, cuando el delito impide a muchos habitantes del Conurbano hasta salir de sus casas, pues el riesgo de morir asesinados, aún después de entregar todo a los ladrones, es muy alto.
Confieso que, como uno de los convocantes a los actos por las víctimas del terrorismo (5 de octubre, en Plaza San Martín) y contra la Ley de Medios (6 de octubre, en Plaza de los dos Congresos), fracasé miserablemente.
Pero sigo creyendo que sólo el pueblo puede rescatar a la República y, por eso, con una gran cantidad de argentinos, muchísimo más importantes que yo, nos hemos puesto una meta de corto plazo.
Se trata simplemente de reunirnos, frente al Palacio Legislativo, el 10 de diciembre, que coincide con el Día Universal de los Derechos Humanos, para pedir por la Paz y por la República.
Trataremos que nos acompañen todos los credos religiosos, todas las ONG’s ciudadanas, todas las organizaciones del campo. Traeremos, en procesión, la imagen de la Virgen desde Luján, y los tractores y cosechadoras esperamos que estarán formadas, al lado de la ruta.
Como no se tratará de un acto opositor, sino republicano y cívico, pediremos a todo el mundo que se abstenga de usar carteles o símbolos partidarios. No permitiremos que se expresen agravios, porque estaremos a favor de la Paz y del futuro, y terminaremos el acto con un gran abrazo al Congreso.
Pero, a partir de ese momento, también les diremos a los legisladores electos que los estaremos mirando fijamente -respirándoles en la nuca, como se dice en la calle- para impedirles vender su voto o, más llanamente, «borocotizarse» para el resto del mandato. Para que modifiquen todas las leyes que el kircherismo habrá hecho votar, impune e impúdicamente, hasta entonces. Para que, como nuestros mandatarios, se pongan al hombro la cruz de devolvernos a nosotros, sus mandantes, la República y la democracia.
Si ese día faltamos a la cita, que es una cita con el futuro, la pérdida de éste y la inviabilidad de la Argentina como país se deberá a nuestra inacción y a nuestra abulia. Y cuando la Historia se escriba -como alguna vez lo hizo Tato Bores disfrazado de arqueólogo alemán- las futuras generaciones nos señalarán como responsables del desastre final.
Los argentinos hemos hecho mucho para destruir a nuestro país, pero aún estamos a tiempo para enmendar nuestros errores.
Un muy viejo chiste dice que, cuando Dios creó al mundo, repartió los bienes entre los territorios, y a éste lo dotó de enormes ventajas; cuando alguien le reclamó por ello, Dios compensó las desigualdades mandando a los argentinos a vivir aquí.
Espero, sinceramente, que eso siga siendo sólo un chiste. Que podamos ponernos de acuerdo para empezar de nuevo, casi desde cero, que es donde estamos, para construir una verdadera Nación, es decir, un pueblo, en un territorio, con una Constitución, y todos tirando del carro para el mismo lado.