El espejismo de un “quinto mundo”
Durante muchos años se hablaba del “Tercer mundo” como de un conglomerado de gente que no pertenecía ni al Primero, el mundo desarrollado, rico y feliz en el que ya no había súbditos sino ciudadanos, ni al Segundo, del que nunca se hablaba porque correspondía a los países que conformaban la Unión soviética. En esta no contaban ni el desarrollo ni la riqueza ni la democracia ni el respeto a los derechos humanos, entre ellos, la libertad. Pero era fuerte militar e ideológicamente y se la temía en espera de acabar con ella, no por la libertad, los derechos cívicos ni el bienestar social de sus ciudadanos; sino por eliminar a un competidor y por abrir sus fronteras a la importación de nuestros excedentes de producción por esos potenciales consumidores.
Los errores de la dictadura del proletariado y de la economía estatal planificada desmoronaron el telón de acero sin que hicieran falta las divisiones de la OTAN. El muro de Berlín nadie lo derribó por la fuerza sino que fue tomado por berlineses de uno y otro lado para constituir la gran Alemania.
El concepto de “tercer mundo” era una invención de las antiguas potencias europeas con el que designaban a las independizadas colonias que eran ricas en materias primas. Los países más pobres del mundo no entraban en el concepto de “Tercer mundo”, más que como descarte, faute de mieux, que ni siquiera servían para ser explotados.
Todo ello condujo a una siniestra paradoja que fue explotada, por los antiguos conquistadores y colonizadores que iban siendo sustituidos en la escena por los grandes lobbies económicos, ideológicos y financieros. Ahora ya no necesitaban ejércitos para proteger a quienes entraron a saco, en nombre de las famosas tres Ces, cristianizar, civilizar y abrir al comercio, elevadas a categoría indiscutible por la infame Conferencia de Berlín de 1885, que se repartió África a cartabón y plomada de acuerdo con sus intereses. No hay más que mirar un mapa de ese grande y rico continente expoliado desde el siglo XV. Desde el Atlántico, por cristianos europeos anhelantes de salvar sus almas y, desde el Índico, por musulmanes árabes, también con el inspirado designio de integrarlos en la Umma o comunidad islámica y prepararlos para el Edén prometido.
De ese Cuarto mundo no se habla porque dieron en designar de tal forma a las bolsas de pobreza que se ocultaban en los ricos países occidentales, cristianos, liberales y algunos socialmente progresistas. No importaba el ser humano como persona sino la adecuada utilización de riquezas materiales y de seres humanos calificados de recursos, buenos para ser explotados en busca del mayor beneficio. Objeto y sentido del modelo de economía de mercado que había logrado transformarse en la sociedad de mercado.
Mientras tanto, y gracias a la intoxicación a través de los medios de comunicación, conformaron un imaginario de hermosas mujeres rubias, interiores suntuosos, coches despampanantes, idílicos campos y ciudades habitados por sonrientes y bien alimentadas familias felices. Esas imágenes, difundidas por los culebrones y series irresponsables, presentaban un mundo occidental como un Edén que se podría disfrutar ya aquí, en la tierra. Sólo había que cooperar a la transformación de sus países tercermundistas, atrasados, empobrecidos y despojados de sus lenguas y tradiciones seculares bajo el señuelo de que, si obedecían y se sometían a los dictados del FMI, del BM y de la OMC, alcanzarían el estatus de países en vías de desarrollo.
Qué falacia para continuar percibiendo los mejores frutos de esas tierras sin tener que ocuparse ni de las escuelas, ni de la sanidad, ni de la seguridad a las que se habían comprometido por los tratados internacionales.
La radical infamia provenía de sostener que el subdesarrollo era un estadio en el camino hacia el desarrollo. Silenciaban que el primer mundo, desarrollado y rico, había alcanzado ese estatus gracias a las riquezas materiales y a la fuerza de trabajo humano que habían saqueado durante trescientos años. ¿O acaso la famosa Revolución industrial hubiera sido posible sin los recursos extraídos de las colonias y de la mano de obra explotada como corvée, cuando no cómo esclavitud sin complejos ni vacilaciones?
Recordemos la carta de Las Casas al Emperador Carlos suplicándole que “debido a la flaca complexión de estos naturales de las Indias, más valdría que ordenase V.A. el paso de las gentes de África, por su constitución y fuerza”; además, como no tenían alma ni eran cristianos…
Para que fuera posible que los países en vías de desarrollo pudieran alcanzarlo tendrían que disponer de un “Quinto mundo”, rico y manejable, al que explotar. De ahí que el subdesarrollo sea lisa y llanamente una excrecencia del desarrollo, un subproducto útil para conformar este modelo económico y social que se nos desmorona.