Contra el burocratismo, la corrupción y sus causas
Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas extranjerizadas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados Jose Martí.
Los huracanes van dejando de ser noticia para pasar al primer plano los avances en la recuperación y la lucha por hacer avanzar el socialismo, algo que todos los verdaderos revolucionarios hemos entendido, según se desprende de los últimos planteamientos de la dirección y de acuerdo con la amplitud de temas tratados en la Mesa Redonda.
Ante el deterioro de la situación actual, se podría callar y oportunistamente esperar el desastre para entonces decir: se les dijo claro, se les propuso con tiempo- como salir del hueco y no hicieron caso. ¿Pero qué resolveríamos si ya no quedara nada que salvar? Es preferible correr el riesgo de la incomprensión y estar dispuesto a pagar por ello, a ser cómplice por omisión de la posible debacle que, solo los ciegos y aislados en sus cuarteles de inverno, no ven venir. La fidelidad a la Revolución no está en callar sus errores sino en luchar por librarla de ellos.
A las consecuencias del bloqueo imperialista, los males que arrastramos como la corrupción, el burocratismo, los privilegios y otros, se suman las complicaciones que enfrentamos derivadas del reciente ataque de dos huracanes, agravadas por la crisis económica en EE.UU. y la baja de los precios del petróleo, que debe continuar, y que nos afectan en forma indirecta, pero inevitable. Difícilmente podamos enfrentar con éxito la recuperación profunda de los desastre naturales y de nuestra economía, si no encaramos abierta y paralelamente, en sus causas los problemas que afectan la construcción del socialismo en Cuba. El que se tome esto como ataques personales, debe recordar que la Revolución no es obra ni pertenece a nadie en particular, todos los revolucionarios que le hemos dedicado nuestras vidas, somos responsables por ella.
En este río revuelto por las tormentas y las crisis económicas, lógicamente afloran los pescadores oportunistas de todo tipo, los especuladores, los que tratan de aprovecharse de las carencias de los damnificados, los que medran con los sufrimientos del pueblo, los buena gente a costa de las desdichas y los recursos ajenos, los enemigos de la Revolución tratando de crear problemas artificiales, el imperialismo tratado de comprar el favor de los necesitados y a cuanto mercachifle de las necesidades humanas pueda aparecer en el horizonte o exista agazapado.
La mejor forma de garantizar el control y organización de los recursos, evitar los desvíos, la acción de la burocracia y la corrupción, es organizando el control obrero directo, estableciendo los Consejos Obreros en cada centro de producción o servicios, de manera que sean los trabajadores los que tomen todas las decisiones en los respectivos centros. Hay que hacer que los trabajadores en cada lugar se sientan como sus verdaderos dueños y esto implica darles participación directa en el control de todo lo que tiene que ver con su centro, en la dirección, la gestión, economía de recursos y en parte de las utilidades. Esa sería la mejor democracia, la más necesaria cuanto más difícil es la situación.
Paralelamente, los trabajadores manuales e intelectuales en cada centro de producción o de servicios, deberían organizar también las milicias armadas, concretando en cada lugar las MTT (Milicias de Tropas Territoriales) y ser ellos mismos los encargados de la protección de sus medios y recursos para defenderse del vandalismo, la corrupción y su eventual recuperación por capitalistas de antaño o de nuevo cuño. Así fue en los primeros años: no había CVP, ni SEPSA, ni ninguno de esos cuerpos paramilitares que ahora están para evitar que los trabajadores o los vándalos roben.
Aparecen también quienes ven en las recetas capitalistas, soluciones a todos los males. Unos, esperando porque se produzca el para desastre recuperar sus “tiendas y haciendas” y otros, convertirse en dueños definitivos individuales de ellas. Cuando se habla de las armas melladas del capitalismo, algunos olvidan la más importante, la que lo caracteriza, la que influye sobre el resto de las relaciones sociales, la organización asalariada del trabajo, que posibilita la obtención de un plustrabajo el cual controla y utiliza a su arbitrio el dueño de los medios de producción. Ese mecanismo, “corruptor” lo llamó Martí, sigue predominando en Cuba a pesar de 50 años de revolución, aletargados –como estamos- en un capitalismo monopolista de estado, así lo calificó Lenin, nunca rebasado por el fracasado “socialismo real”, que el estalinismo, por miopía o interés, confundió con el “Socialismo real” y que nosotros asumimos y mantenemos en sus esencias, por aquello de las “lecturas extranjerizadas, confusas e incompletas”, aunque con más humanismo.
A las nuevas relaciones socialistas de producción sustentadas en el trabajo cooperativo o autogestionario, caracterizadas por la propiedad o el usufructo colectivo, la gestión democrática de la producción y la repartición equitativa de una parte de las utilidades, nunca se les ha conferido el papel que le correspondería en la nueva sociedad. Esa parte de las “lecturas extranjerizadas” no nos llegaba, pero nuestros primeros socialistas, esos que fundaron con Martí el PRC, sí la tenían muy clara.
Se hace necesario entender estas verdades y reconocer que hasta ahora no nos hemos adentrado realmente en la fase social de la Revolución, en la socialización de la propiedad sobre los medios de producción, de las decisiones y el control del plus trabajo y que todo lo que se ha hecho hasta ahora bueno, regular o malo, ha sido desde ese capitalismo de estado, además subvencionado, que en nombre de un pretendido socialismo distributivo ha decidido siempre centralizadamente cómo debe ser utilizado todo el plus trabajo del pueblo, realidad objetiva que ha engendrado todo ese aparato burocrático, privilegiado y corruptor, inoperante, esa “epidemia del maltrato” que reseña Granma, toda esa corrupción (autorizada y no) bastante generalizada que han estado criticando muchos compañeros, todo lo cual nos va costar mucho derrotarlo.
Nunca podría justificarse ética ni martianamente, la apropiación de algo que no le pertenece a uno, lo cual cae, en primer lugar, al estado que durante 5 décadas se ha estado apropiando de todo el plus trabajo de los trabajadores para decidir cómo distribuirlo, aún cuanto mucho de bueno se haya hecho, lo real es la apropiación indebida realizada en nombre del bien. Pero no se trata solo de interpretar al mundo, sino de transformarlo.
Y para no confundirnos acerca de cuales son los mecanismos del capitalismo, sin pretender hacer su historia, sí son imprescindibles algunas precisiones: lo que caracteriza el capitalismo, no es el mercado, ni la existencia de dinero, ni el trabajo por cuenta propia, ni el estímulo material a la producción, ni el interés por vivir mejor, ni las ansias de libertad y democracia, ni la forma de distribución que es una consecuencia de la forma de producción, ni otras muchas cosas que existieron antes del capitalismo y que sólo el nuevo sistema perfeccionó o desvirtuó.
Lo que lo caracteriza, esencialmente, es su sistema asalariado de explotación del trabajo ajeno, la forma en que está organizado: Unos dueños del capital, medios de producción y el dinero, “pagan o alquilan” por un salario una fuerza de trabajo de la que extraen mucho más valor del que pagan por ella, pues la mercancía fuerza de trabajo es la única capaz de engendrar más valor. Por la acción de la fuerza de trabajo sobre los medios de producción, surge la mercancía, que al ser vendida por encima de lo que le costó al capitalista producirla (incluido el pago por el uso la fuerza de trabajo), da lugar a la plusvalía, de la cual se apropia el dueño de los medios de producción.
Cuando el capital es únicamente regenteado por el estado, al ser éste el propietario de los medios de producción y seguir explotando el trabajo en forma asalariada, hace la misma función que los capitalistas privados, mantiene en esencia el mismo modo de producción, aunque trate de distribuir mejor, al estilo del “estado de bienestar”, y por tanto genera un mismo tipo de conciencia social consumista y corrupta que el capitalismo, por mucha propaganda que se haga sobre las nuevas virtudes que deben primar en la sociedad que se pretende formar por medio de la educación más que a partir de una nueva base económica social, sustentada en nuevas relaciones socialistas de producción.
El capitalismo, en Cuba, se manifiesta en el trabajo asalariado para el estado, donde los trabajadores son apenas una pieza más del tinglado productivo que se quita o se pone, se ajusta o se aprieta; pero su impronta, su espíritu e instituciones se aprecian en todo su “esplendor” en la forma en que se explota el turismo extranjero; en la manera en como se establecen las relaciones con las empresas foráneas, donde los trabajadores son convidados de piedra, pero favorecidos y muchos, más explotados que los otros; está en la reproducción del estado centralizado y autoritario, donde el pueblo y los trabajadores deciden poco o casi nada; están en la promoción a cargos, sin contar con los trabajadores; en el consumismo que genera el mercantilismo de tiendas y hoteles solo por divisa, que siguen vedados para las grandes mayorías por causa de sus ingresos que apenas les alcanza para sus necesidades básicas; están en la división social del trabajo entre dirigentes y dirigidos; en las diferencias salariales; en el hecho de que solo pueden tener acceso a las comodidades de la vida moderna los que reciben abundante remesa, los que tienen negocios –muchos- ilícitos, los que roban, con autorización o sin ella, al estado en grandes cantidades, algunos de los que trabajan para empresas capitalistas extranjeras, los altos dirigentes gubernamentales y empresariales y algún que otro artista; y muy especialmente, las fórmulas capitalistas están en la naturaleza explotadora de la doble moneda, pues el estado paga con la devaluada y cobra en divisa productos vitales, decisión que tan fácil fue tomar y tan difícil ahora se hace desactivar.
¿Y qué puede engendrar todo eso, que no sea corrupción, desvíos, robos, egoísmo, individualismo, desniveles sociales, privilegios, burocratismo y doble moral? Elimínense esos entuertos neocapitalistas y se darán decisivos golpes a la corrupción y al burocratismo. La solución estaría en avanzar de ese “socialismo asalariado” (¡que disparate!), un capitalismo de estado mal administrado, a un socialismo participativo y democrático, que ponga al ser humano y no al estado al centro de la sociedad, sustituya las relaciones estatales asalariadas por las autogestionarias y cree las condiciones para el desarrollo de una nueva conciencia social.
El bloqueo nos ha costado casi 100 mil millones de dólares. ¿Alguien podría calcular cuánto nos ha costado la corrupción, la malversación, los desvíos de recursos, los profesionales que se han ido, las malas decisiones provocadas por el burocratismo del capitalismo de estado y otras consecuencias? Si nuestra Revolución no puede exhibir hoy otros logros, esas dos son sus causas principales. Pero si aún no hubiéramos tenido bloqueo, con el predominio de las inoperantes relaciones estatales asalariadas de producción como en la URSS, el desencanto, la desidia, la corrupción y todos sus males concomitantes estarían presentes también hoy aunque tuviéramos más gangarreas que mostrar, más pitusas que ponernos y más hamburguesas que comer, que no quiere decir que tuviéramos más desarrollo social y económico.
El burocratismo es consecuencia natural de las deformación en el desarrollo del estado, aparato que lógicamente tiende a la hipertrofia cuanto más poder y decisiones concentra las cuales, en gran parte, en el socialismo deberían pasar paulatinamente a los colectivos sociales, laborales y a las personas, en la medidas que la natural descentralización vaya siendo asumida por los que deben tomar las decisiones a su nivel. Un ejemplo muy claro lo tenemos en los variados cuerpos de protección, los que, según algunos cálculos, ocupa a decenas de miles de trabajadores.
No es el capitalismo, tampoco el socialismo, una escala de valores, un sistema de buenas o malas costumbres, ni un código de conducta. Es un sistema económico social de producción, con una forma específica de organizar el trabajo, un modo de producción que constituye la base económica sobre la cual descansa toda la superestructura que además del conjunto de instituciones que la conforman, incluye la conciencia social, las formas de pensar y actuar de los individuos. Donde hay “robo”, apropiación de medios y recursos, es porque quienes se apropian de ellos no son los dueños, no se sienten dueños de esos medios y recursos; se los “quitan” al dueño, sea el capitalista privado o estatal. Nadie se roba a sí mismo. La separación del hombre de los medios de producción empezó en el esclavismo, continuó en el feudalismo y la perfeccionó el capitalismo con la “acumulación originaria” explicada por Marx en el capítulo homónimo del 1er Tomo de El Capital, pero el capitalismo de estado, creído socialismo, llevó esa separación al paroxismo. Nada más parecido a la “esclavitud generalizada” –modo de producción asiático- de los egipcios o los incas, reseñadas por Marx y Martí.
El individualismo, el egoísmo, no es consustancial al ser humano que, antes al contrario, es por su esencia un ser social que se desarrolló precisamente gracias a la cooperación. El robo no nace con el hombre; que no roba porque instintivamente sea ladrón, sino porque de alguna manera lo utiliza deformadamente para satisfacer alguna carencia creada, a veces artificialmente, por el medio en que se desenvuelve, que puede llegar a corromperlo totalmente. El hombre no es asesino por instinto, pero mata para defenderse, porque lo necesita o está obligado por alguna razón externa, lo que al convertirse en sistemático llega a corromperlo. Son las condiciones materiales de su existencia, las que determinan el comportamiento del ser humano en general. “El ser social, determina la conciencia social”.
El capitalismo no es víctima del robo, es el principal ladrón, puesto que el trabajo asalariado, por su propia naturaleza es un despojo, en tanto que al trabajador le sustrae casi todo el fruto de su trabajo y porque se le impide decidir sobre esa parte sustraída. El salario es corruptor y enajenante porque compra al hombre. Esa naturaleza corrupta del capitalismo es la que genera el robo y todo tipo de putrefacción donde impere como sistema el trabajo asalariado, aberraciones que son traspasadas al “socialismo” que pretenda ser construido con esa arma mellada principal del capitalismo. No es con represión ni leyes voluntaristas que se resuelven los problemas del capitalismo, sino con socialismo. Solo el hombre dueño individual o colectivo de medios de producción es verdaderamente libre, “hombre propio, hombre de sí mismo”, dijo Martí.
Los instintos humanos no hacen buenas o malas a las personas, ni los instintos son buenos o malos. Son las facultades con las que nacen todos los seres humanos para poder sobrevivir en el medio y es éste el que hace que el instinto se manifieste de una u otra forma. El medio, la formación, la educación, son los determinantes. Con la lucha por el control de los primeros excedentes en la descomposición de la Comunidad Primitiva, surgieron las primeras manifestaciones de individualismo y robo, cuando los jefes de tribus empezaron a adueñarse de los sobrantes y a administrar luego el intercambio, apareciendo entonces las clases y las luchas entre ellas, siempre por el control de excedente. Los propietarios explotadores, en todas las épocas, fueron los primeros ladrones.
Los que quieran encontrar en la naturaleza humana, las miserias que engendra la miseria misma, jamás hallarán soluciones a la miseria. Todo proyecto educativo, por muy bien que esté concebido, poco podrá hacer a favor de una conciencia socialista, si la base económica, las relaciones de producción, en la cual se sustenta esa sociedad, no se corresponden con los fines del proyecto educativo en cuestión, pues la práctica real social del trabajo asalariado, lleva intrínsecas todas sus deformaciones y traspasan sus características a la conciencia social.
Los esclavos, que eran simples medios de producción para los esclavistas, se apalencaban y hacían cimarrones. Por las leyes esclavistas eran perseguidos y masacrados, pero a nadie se le ocurre decir hoy que aquellas acciones de los esclavos eran corruptas porque violaban las leyes esclavistas, o que un esclavo revelado que ajusticiara a quien le había azotado, maltratado, abusado de su mujer y sus hijas era un asesino. ¿Y que cosa es el trabajo asalariado, sino la moderna esclavitud de los trabajadores, a los que algunos hasta llaman “capital humano”?
Las leyes en una sociedad socialista deben ser para proteger a los trabajadores y al pueblo en general, para preservar sus conquistas socialistas. Si las leyes son para proteger al estado contra los trabajadores, estamos claramente ante un estado burocrático que poco tiene que ver con los trabajadores y el socialismo. El gran corrupto y corruptor, burócrata y generador de burocratismo es el sistema estatal asalariado centralizado, que paga por emplear, se apropia de la mayor parte de los resultados del trabajo y deja a los trabajadores con insuficientes recursos para su reproducción y la de sus empresas. Este es el mal de fondo, el que hay que arreglar, todo lo otro es secundario.
La superación de las lacras mentales que genera el corruptor trabajo asalariado, pasa por el avance a un nuevo sistema superior, de la organización del trabajo, colectivista, que valore la actividad del colectivo en forma común, que no enfrente al trabajador en forma individual a la máquina y al capitalista y que no ponga a unos trabajadores contra otros. Ese sistema de trabajo que Marx identificó en las cooperativas, es el cooperativista-autogestionario, genérico del socialismo. Son comprensibles los prejuicios contra un sistema autogestionario (empresarial y social) por el manualismo y el dogmatismo extranjerizante todavía existente y porque nunca lo hemos practicado: Debe probarse.
Que estemos atascados, por las circunstancias históricas en que se dio la Revolución, en ese “socialismo” intentado en el Siglo XX, asumido como capitalismo monopolista de estado, no niega todos los enormes esfuerzos realizados por nuestro pueblo ni las buenas intenciones de la dirección para tratar de desarrollar la economía, ni ensombrece los grandes logros obtenidos a pesar del bloqueo. Expropiamos a los expropiadores, pero no hemos restituido la propiedad a sus auténticos dueños, despojados originalmente: el pueblo, los campesinos y los trabajadores, todo quedó en el estado. Eso es estancamiento en la socialización.
Resistiéndose a las desviaciones propias del capitalismo monopolista de estado burocrático, considerado “socialismo”, no han sido pocos los que han terminado enfrentados a la Revolución, abandonando el país o hasta integrado organizaciones contrarrevolucionarias. Ha habido revolucionarios que ante la impotencia, la confusión y por su propia incapacidad para comprender estas complejas realidades, han terminado creyéndose anti-socialistas. A veces, típico del oportunismo de algunos burócratas, se ponen trampas y se trata de empujar a las posiciones y filas del enemigo, a quienes se les han opuesto en algunas coyunturas: es la forma de desacreditarlos y destruirlos políticamente. Los débiles, los corruptos y los confundidos, ceden. De los verdaderos comunistas, ni matándonos podrán conseguirlo.
Esto ocurre también porque algunos funcionarios, equivocadamente, han estado enfrentando, desde posiciones represivas el debate ideológico y político dentro de la Revolución, orientado por la dirección. Ese camino de confrontación y esa visión autoritaria de los asuntos ideológicos, que debieran tener otro tratamiento, el correspondiente a las diferencias entre revolucionarios en el campo de las ideas, trajo procesos dañinos y malas consecuencias en otras latitudes y nosotros mismos guardamos amargas experiencias pasadas.
Preservar la Revolución implica socializar la apropiación. Sin ello no será posible mantener la cohesión e integración imprescindibles entre sus fuerzas motrices: los trabajadores manuales e intelectuales, los campesinos, los soldados, los estudiantes y la pobrecía. Mantener, por cualquier razón, bajos niveles de recursos para al consumo directo y altamente centralizados los controles de los medios y las decisiones, acrecienta las contradicciones en el seno de la sociedad.
Los que plantean postergar los cambios necesarios para cuando el imperialismo deje su agresividad contra la Revolución son ingenuos que confían en que algún día le “permitirán” para hacer el socialismo en las fauces del Imperio, o nunca fueron más que ambiciosos que utilizaron el nombre de socialismo para tener hombros en que alzarse, como previno Martí.
Estos problemas deben ser discutidos y resueltos fraternalmente sin graves enfrentamientos en el seno revolucionario, manteniendo la cohesión, que no quiere decir unanimidad. La experiencia enseña que el socialismo “real” sucumbió cuando el inmovilismo terminó agrediendo a los factores del cambio. Si el socialismo cubano ha de triunfar, también en eso ha de cambiar.
Socialismo por la vida.