Opinión Internacional

La otra crisis mundial

En estos días es fácil sentir que de lo único que se habla es de dinero: bancarrotas, rescates financieros y pérdidas bursátiles monopolizan las conversaciones en todo el mundo. Y si bien es razonable que así sea, también es sano cambiar de tema de vez en cuando. Hablemos, por ejemplo, de la otra crisis tan mundial y de tantas consecuencias como la crisis financiera: la de la educación. En casi todos los países, la gente opina que su sistema educativo es inaceptablemente defectuoso. Y las estadísticas les dan la razón. En EE UU, por ejemplo, entre 1980 y 2005, el gasto público por estudiante de primaria y secundaria aumentó el 73%, y el número de docentes también aumentó mucho, con lo cual se redujo drásticamente el número de alumnos que debe atender cada docente. Además, se experimentó con iniciativas de todo tipo para mejorar la enseñanza. Nada funcionó. En ese cuarto de siglo, los resultados de las evaluaciones de los estudiantes no mejoraron. Las calificaciones de lectura de los alumnos de 9, 13 y 17 años en 2005 fueron las mismas que en 1980. Las de matemáticas subieron un poco, pero nada digno de celebrar. En una conferencia a los gobernadores de su país, Bill Gates les dijo que se sentía «aterrado y avergonzado» de la educación secundaria. «Nuestras escuelas están quebradas, son defectuosas y obsoletas… Sólo un tercio de quienes se gradúan de las escuelas secundarias están preparados para ser ciudadanos, trabajadores o universitarios», les dijo.

Lo mismo pasa en otros países. En ese mismo periodo, casi todos los países ricos también aumentaron mucho su gasto educativo, y no sólo no lograron mejoras, sino que en algunos casos hubo retrocesos significativos. Entre 2000 y 2006, el desempeño en cuanto a lectura de los estudiantes de secundaria disminuyó significativamente en España, Japón, Noruega, Italia, Francia y Rusia, entre otros. El de matemáticas cayó en Francia, Japón, Bélgica y otros países desarrollados. A los que mejor les fue en estas pruebas fue a Finlandia y a Corea del Sur.

Además, y en contraste con EE UU, donde la educación superior de excelencia sigue siendo fuerte, en Europa sólo unas pocas universidades están entre las mejores. Este año, por ejemplo, sólo tres universidades francesas fueron incluidas en la lista de las 100 mejores del mundo compilada por la Universidad de Shanghai. Ninguna universidad española o italiana fue clasificada en esa lista.

Pero si la educación está en crisis en los países ricos, en los menos desarrollados es un desastre. Allí también se come una tajada enorme de los presupuestos nacionales sin tener mucho que mostrar a cambio en cuanto a calidad de la educación. Aun los países que han tenido grandes éxitos en otros ámbitos fracasan en el campo educativo. Chile, que es uno de los países en desarrollo más exitosos del mundo, le ha dedicado mucho dinero y atención a la educación sin lograr mejorías significativas en el desempeño de sus estudiantes.

La gran paradoja en todo esto es que «la educación» es la solución que se ofrece para casi todos los problemas que padece el mundo. De la pobreza a la violencia urbana y de las guerras a la corrupción, la solución que siempre aparece es la misma: educación, educación y más educación. En todas partes, innumerables candidatos a cargos políticos de todo tipo prometen ser el presidente (o el gobernador o el alcalde) «de la educación». Sin embargo, a pesar del consenso acerca del problema, la prioridad que se le da y de los recursos que se le asignan, la crisis educativa mundial continúa inalterada.

Nadie tiene claro qué hacer. ¿Más ordenadores en las aulas? ¿Mejores sueldos a los docentes? ¿Menos alumnos por aula? ¿Descentralización de la educación? ¿Centralización? ¿Aumentar los incentivos para que haya más competencia entre escuelas y entre profesores? ¿Más recursos al sistema educativo? Todo se ha probado y no hay resultados concluyentes. Singapur, por ejemplo, es el país cuyos estudiantes están entre los mejores del mundo. Es también uno de los países ricos que menos gastan en educación primaria.

¿Qué quiere decir todo esto? Pues que la crisis de la educación de la que en estos días hablamos tampoco es tan grave como la crisis financiera de la que no dejamos de hablar. Encontrar soluciones a la crisis educativa es tan importante como salir de esta crisis financiera. Pero, mientras encontramos soluciones a la educación, sólo nos queda rogar que las soluciones a la crisis financiera sean más eficaces que las que el mundo le ha dado a su crisis educativa.

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