Opinión Internacional

Tragedia o farsa

Durante la campaña electoral y ante la inminente derrota de su esposa por Barack Obama, Bill Clinton se refirió a este último como “el más grande cuento de hadas que jamás haya visto”. Los comisionados que otorgan el premio Nobel de la Paz siguen embelesados con el cuento.

Un distinguido analista político aseveró en este diario que Obama merece el premio porque, entre otras cosas, “no sólo procura el desarme nuclear, sino también el de los espíritus bélicos”. Si se trata de espíritus uno se pregunta por qué no le dieron el premio al Papa o al Dalai Lama. Un estadista, en particular si ocupa la Presidencia de un superpoder, no debería ser juzgado por aspiraciones, presagios, ideales, discursos y buenas intenciones, sino por realizaciones tangibles. Admito que en esto Hugo Chávez tiene razón.

Los logros de Obama son bastante limitados y cuestionables. El referido analista intentó hacer la lista y enumeró esto (mis críticas van en paréntesis): Obama busca “un mundo libre de armas nucleares” (¿no podría un mundo así, por el contrario, suscitar más guerras, como ocurrió antes de 1945? Lo importante no son las armas sino quienes las tienen). Luego: “en El Cairo postuló una relación de amistad y respeto con el mundo árabe” (con un discurso relativista y entreguista al que nadie hizo caso), y trató de “reactivar el diálogo entre Israel y los palestinos” (presionando injustamente a Israel y complicando aún más cualquier salida al conflicto). Después: “Obama se aproxima con cautela a Irán y Corea del Norte” (sin duda: facilitándoles con su ingenuidad el camino para que desarrollen sus programas nucleares militares). Por último, Obama “decidió desmontar unilateralmente el sistema misilístico en países de la antigua cortina de hierro” (renegando de firmes promesas hechas a Polonia y la República Checa, y dando a la agresiva Rusia de Putin un veto sobre Occidente en lo que concierne a Europa Oriental).

Como es fácil constatar la lista es precaria y vulnerable, una agenda de buenos deseos con los cuales, como sabemos, está empedrado el camino al infierno.

Los comisionados del Nobel se premiaron a sí mismos, a la visión romántica, idealista e ilusa de las relaciones internacionales que comparten la izquierda europea y las élites bienpensantes que dominan los medios de comunicación occidentales. El premio otorgado a Obama responde a una fantasía tan quimérica como peligrosa. Obama es un “europeo” y fue galardonado precisamente porque su política utópica debilita a EEUU, enajena a sus más firmes aliados, complace y alienta a sus enemigos y confunde la paz, que no es un fin en sí mismo, con la seguridad, que sí lo es. Con seguridad puede haber paz, pero con inseguridad no, y la política blandengue y cándida de Obama no hace ni hará otra cosa que estimular a los adversarios de la libertad y la democracia alrededor del mundo.

Los presagios de Obama son tormentosos porque todos le aman pero nadie le teme, y las guerras no surgen de la fortaleza sino de la debilidad.

Las opciones no se reducían a Obama o Piedad Córdoba. Muchos otros individuos alrededor del planeta, con logros concretos y heroicas trayectorias de lucha a su haber pudieron ser honrados y respaldados. Pero se impuso la política del espectáculo. Le han hecho un daño a Obama al inflar aún más su vanidad mesiánica, potenciando un ya ridículo y estéril culto a la personalidad a escala global.

Como dijo Marx, la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. El Nobel concedido a Arafat, Menchú y Carter fue trágico; el de Obama es una farsa.

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