Opinión Internacional

Barak Obama: ni tan calvo ni con dos pelucas

Algunos analistas le dan a la elección del demócrata Barak Obama el carácter de acontecimiento histórico universal de primera magnitud, el más importante en la historia de los Estados Unidos luego de la declaración de la independencia. Lula, alineado en esa misma percepción, equipara su victoria electoral a la que lo llevara a él mismo, guardando las debidas distancias, a la presidencia del Brasil. ¿Por qué no comparar el ascenso de un obrero metalúrgico al gobierno del Brasil con la llegada de un negro a la Casa Blanca? Hugo Chávez está tentado a considerarlo un par inter pares y espera de su gobierno un cambio de 180º en la orientación de la política del Departamento de Estado respecto de América Latina. Más aún: no se sorprendería de verlo encabezar una suerte de revolución bolivariana en la gran nación del norte.

Nunca presidente alguno despertó mayores simpatías y esperanzas de entendimiento en los sectores de la izquierda latinoamericana como las que despierta Obama. Se olvida que la sociedad norteamericana es altamente institucionalizada, que sus líneas fundamentales se enmarcan en una política de Estado, que sus intereses esenciales han constituido una constante por sobre guerras y conflictos mundiales y que el campo gravitatorio de los intereses de presión es tan sobre determinante, que ningún presidente podría violarlo sin torpedear el funcionamiento de la maquinaria política, militar, económica y cultural más poderosa de la tierra.

Entre esas líneas maestras destaca la defensa irrestricta de la economía de mercado y la propiedad privada, como ejes fundamentales de su vida política y cultural, esencialmente democrática. Como también el alineamiento con las potencias industriales europeas y asiáticas, de cuyo desempeño depende la sobrevivencia de la civilización sobre el planeta. En esa particular cosmovisión que los caracteriza, los Estados Unidos se asientan sobre un respeto casi religioso por la familia, a la que supeditan la existencia del Estado mismo, y del individualismo como centro de la responsabilidad ante el mundo.

Barak Obama no podrá ni desvirtuar ni torcer dichos valores. Ni consentir en el debilitamiento de la nación que presida ante los ataques de quienes, subsumidos por trasnochadas ideologías, pretendan hacerla blanco de sus ataques terroristas, políticos y militares. Podrá flexibilizar la política exterior hacia Cuba, e incluso levantar el embargo. Sin por ello respaldar un régimen que atenta y rechaza los valores fundamentales de la vida social, política y económica norteamericana. El objetivo de Obama respecto de Cuba no puede ser otro que respaldar los intentos por democratizar la isla frente al predominio dictatorial de los Castro. Como por lo demás frente a Hugo Chávez. Todo ello siempre dentro del mantenimiento de fuertes y poderosas garantías a los intereses económicos de los Estados Unidos y el régimen capitalista en la región.

No serán distintos los lineamientos fundamentales respecto del islamismo y los países del Medio Oriente. Su margen de maniobra no será sustancialmente mayor que el de los gobiernos precedentes y sus inquietudes e intereses los mismos. Tales cambios, por pequeños que sean, pueden disparar modificaciones muy importantes en la correlación de fuerzas. Pero no nos llamemos a engaño: su gobierno será un gobierno más comprensible y flexible que el de Bush respecto de América Latina. Sus líneas maestras no cambiarán un ápice. Los estados Unidos constituyen una maquinaria con capacidad de autonomía de vuelo. No comprenderlo podría deparar amargos desengaños.

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