Opinión Internacional

Tiempos de desconfianza

La falta de credibilidad invade las esferas de poder en la región. Pocos creen, lamentablemente, en las instituciones. La OEA, en primer lugar, deteriorada por el mal manejo de un Secretario General incompetente, ineficiente, sumiso e imprudente. Algunos gobiernos, también, por su retorica y mala fe.

Los ciudadanos de América no creen más en una organización incapaz de proteger los derechos de los ciudadanos y de defender la democracia, dando paso con su silencio y sus acciones perversas, a nuevas épocas oscuras representadas por las “dictaduras democráticas” del siglo XXI. El chileno Insulza declara irresponsablemente, como es característica, que la OEA juega su credibilidad en Honduras. Una estupidez mayúscula. La Organización perdió su credibilidad hace tiempo, por su impotencia ante los retos y las amenazas de los violadores del orden, aquí y allá. Mas claramente, desde luego, en el Caso Venezuela, en donde las libertades están destruidas por un régimen que viola la Constitución, arremete contra la disidencia y la encarcela, controla el poder electoral con fines fraudulentos, como en las peores épocas de las dictaduras en la región que parecen olvidar los sureños.

Los ciudadanos de la región no tienen acceso al sistema regional, a la activación de los mecanismos de protección que resultan los menos democráticos. Pocos ciudadanos pueden recurrir y ser oídos en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) o en otros órganos regionales. La burocracia y la selectividad funcionan a cabalidad, en perjuicio de los intereses de los ciudadanos. Menos pueden solicitar la activación de la Carta Democrática Interamericana; y aunque pudieren, probablemente no serían oídos por una Secretaria como la que aún conduce la Organización. Una reforma del sistema es necesaria. Ella debe incluir la participación de la sociedad civil, de los pueblos de la región, no sólo en el proceso de redefinición de la Carta, sino en su invocación para garantizar la democracia y las libertades. Si eso fuera así, Honduras no sería un problema, más bien un ejemplo, en donde el pueblo autodeterminó su destino a través de las legítimas y soberanas decisiones de las instituciones del Estado que, lamentablemente, ignora interesadamente la comunidad internacional.

Desconfianza también en los gobiernos. La postura de las “potencias” del sur decepciona al más creyente. Brasil, un país apegado –hasta ahora- al derecho internacional y a las normas, violenta groseramente el orden al apoyar el ingreso forzado, el contrabando, de un ciudadano – Zelaya- depuesto conforme a la Constitución, por el Congreso y el Tribunal Supremo de ese país – Honduras- para que, desde la sede diplomática, aliente el desorden y la violencia, en contra de los principios más elementales de las relaciones pacificas entre los Estados. Una postura que genera la mayor desconfianza en un país hasta hace poco seriamente gobernado. Por una parte promueve el respeto a las normas, por la otra promueve su violación. Su apoyo al desarrollo nuclear de Irán agrava su poca credibilidad, sin duda.

En días pasados los estudiantes, nuevos protagonistas y perseguidos del régimen, entregaron una carta al embajador de Brasil en Caracas, para forzar el respeto del orden jurídico regional, traducido en lo que sería una rutinaria visita de una misión de la CIDH, a un Estado Miembro. Minutos más tarde, una desautorización irresponsable de la Cancillería brasileña, negando los compromisos asumidos con el grupo de jóvenes. Una decepción mayúscula, venida de quien pretende liderar la región.

Menos confianza aún en el régimen venezolano que se declara en favor de la defensa de los intereses del pueblo, mientras niega el derecho a la libertad sindical, interviene el movimiento, lo arropa y corrompe, para dominarlo y someterlo: PDVSA adelante, camaradas. Presos políticos, aunque ahora liberen a dos o tres de los más de cien tratados como delincuentes comunes. Viva la democracia, dijo Chávez a la televisión italiana desde Venecia, cuando vedeteaba en los escenarios, en días pasados. Mueran, sin embargo, los derechos de los ciudadanos. No mas protestas, mas cárceles, mas persecución.

La desconfianza predomina hoy, lamentablemente. No hay más credibilidad en las instituciones de los Estados gobernados por regímenes autoritarios. Menos mal, para bien del colectivo, esperanza adelante, los vientos de cambio soplan con más fuerza en el continente, Argentina y Chile pronto. El disparate del siglo XXI, planteado por el trasnochado golpista venezolano, se acabará en medio de un vergonzoso fracaso que acribilla lo que fue el auténtico sentimiento revolucionario.

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