Las primeras declaraciones de Barak Obama
En su primera comparecencia ante la prensa como presidente electo, Barak Obama ha mostrado con la extraordinaria llaneza que le caracteriza una verdad del tamaño de las Torres Gemelas: una cosa es ser candidato a la búsqueda de los votos de toda procedencia y otra muy distinta es ser presidente electo, sobre todo cuando el país en juego no es una potencia menor o un país subdesarrollado sino la primera nación del planeta.
Lo cual implica muchísimas más obligaciones que derechos y responsabilidades verdaderamente gigantescas. La primera de ellas: resolver al más corto plazo el grave impasse de las finanzas mundiales. Lo cual lleva aparejado la conquista de la confianza ˆ el imponderable factor esencial de toda economía, más si lo que está en peligros son las finanzas globales ˆ y el respaldo de todos los actores en juego: banqueros, depositantes, empleados y trabajadores.
La otra gran responsabilidad que lo obliga a una acción sin dilaciones tiene que ver con el ámbito internacional. Desde la caída del muro de Berlín y la implosión definitiva de los socialismos reales, el país que ha decidido ser guiado por un afroamericano joven, inteligente y lleno de entusiasmo, pero corto en experiencia, se ha convertido en el gendarme de la estabilidad y la paz mundiales. Asediadas ambas por grupos terroristas de toda especie, resentimientos y rencores religiosos de toda nacionalidad y ambiciones nacionales de toda suerte.
Sobre los hombros de Obama descansan la paz mundial y la estabilidad y prosperidad de la primera economía del planeta. De la que dependen, en distintos grados de interdependencia, cientos de naciones. En ese mapa altamente complejo y explosivo en el que actuan Irán y Pakistán, Afganistán e Israel, China y la India, la Unión Europea y los sobrevivientes del ex imperio soviético ˆ miles de millones de seres humanos – titila un país pequeñito, alebrestado, irresponsable y juguetón llamado Venezuela. Propietario, es cierto, de ingentes reservas petroleras ˆ único interés probable para la élite política norteamericana -, pero gobernado por un cuadro medio de un ejército descalabrado, poseído por furiosas ambiciones y aparentemente decidido a entorpecer la marcha de la primera potencia mundial con gestos de arrogante mal crianza. Más nada. Perfectamente consciente esa potencia y ese pequeño país, de que sin buenas relaciones quien lleva todas las de perder es, así no lo quiera, nuestro pobre país rico.
Hoy sacó sus primeras agallas imperiales el flamante presidente electo: Irán que se olvide de su bomba nuclear. Y situó el problema iraní en las justas proporciones de su agenda. Ni una palabra sobre el Backyard: de Chávez volverá a hablar, si es que lo hace, cuando los graves problemas que lo ocupan le dejen un respiro. Puede que para entonces Chávez haya terminado por hundirse en su inoperancia, la oposición le haya dado una soberana paliza y un nuevo gobierno democrático se asome a nuestras costas.
El desengaño no pudo llegar más rápido. Era lógico esperarlo.