El diálogo y la mediación
Todas las crisis llegan en un determinado momento a un punto de no aparente retorno, en el que las partes enfrentadas no logran vencer y el costo del deterioro es tal, que pone en peligro la sobrevivencia misma.
Un caso emblemático fue el de Nicolae Ceaucescu, quién no supo interpretar los aires de cambio que soplaban a finales de los ochenta y decidió detener lo inevitable con un régimen cada día más brutal y represivo, lo que le produjo un aislamiento total de la comunidad internacional y terminó siendo derrocado de manera violenta por una población enardecida, terminando él y su esposa Elena ejecutados después de una transmisión de un juicio sumario televisado.
Afortunadamente en nuestro país aún no hemos llegado-y esperamos que nunca lleguemos- a esos extremos. Sin embargo, el nivel de percepción negativa sobre la situación del país es alarmante, ya que según la mayoría de las encuestadoras alcanza cifras cercanas al 95 % de la población.
Frente a esas circunstancias se abren puertas como las del referéndum revocatorio que el régimen de manera testaruda se empeña en cerrar.
Muchos sugieren tanto a nivel internacional como nacional que un diálogo constructivo pudiera abrir caminos a la solución de la crisis, pero también el gobierno se empeña en hacerlo inviable al no aceptar liberar a los presos políticos, no reconocer la existencia de una crisis humanitaria y rechazar soluciones constitucionales para superar la crisis política.
Su propuesta es recurrir a la mediación internacional que promueva un diálogo entre gobierno y oposición, pero esa fórmula está viciada desde su origen mismo al estar compuesta por personajes de una u otra manera vinculados afectivamente con el régimen.
Sí creemos en el diálogo y en la mediación, pero en uno en que se determinen las condiciones previas, se fije una agenda y se apoye en una mediación internacional equilibrada en la que los mediadores sean personalidades del más alto nivel de respetabilidad y honorabilidad, y no un mecanismo creado para ganar un tiempo que ya no existe.
El Papa Francisco se ha propuesto como facilitador de ese diálogo, por qué no escucharlo y entender que los vientos que soplan son favorables a una solución democrática y constitucional. No hacerlo puede abrir puertas que nadie desea, porque el costo en vidas humanas sería inaceptable.