Opinión Internacional

La industria y los drogueros (I)

“Para la campaña no hacía falta dinero. Faltaban, tan sólo, Cuentas Corrientes. Cheques, Rocamora, para el Dream de Garbarino”, certifica La Garganta, con la metáfora de espuma.

“Ponías un cheque de cien lucas y te devolvían, si tenías suerte, ciento cinco”.

La campaña del Dream, de Garbarino, lavaba más blanco.

La devastación

La decadencia del imperio romano se impone como un cuento de hadas. Comparada con la devastación moral del kirchnerismo.

Trátase del virus que se apoderó contagiosamente de la Argentina. Catapultado por la histórica ingenuidad de Duhalde. Para consolidarse después con el complemento de la complacencia de los grandes medios de comunicación. En especial de Clarín, del Grupo comunicacional dirigido, nominalmente, por la señora Laura Ernestina Herrera de Puig. Ampliaremos. Sólo después del desenlace del agobiante litigio.

La “mafia de los medicamentos” es el título impuesto por el periodismo protagónico. Problemática que contiene elementos macabros. Golpes explicablemente bajos, ideales para ignorarlos. Suelen encontrarse en cualquier boletín de las “horas pico”.

Si se rastrea un poco, si se arranca la cascarita, pueden perfilarse las consecuencias más indeseables. Aluden al conflicto doméstico de intereses. Las partes, en rodajas, del botín.

Suspenso y aventura

Tensiones entre la “industria y los drogueros” – confirma la Garganta.

Es decir, entre los grandes laboratorios, en un rincón. Nucleados en las grandes cámaras empresariales. Como Cilfa, Cooperala, Caeme.

En el otro rincón, los drogueros. Con la abrumadora cantidad de emprendedores audaces. Algunos predispuestos, hasta al peligro. Como aquellos tres astutos que fueron asesinados. Trasladados, especialmente, hacia la tétrica escenografía de un potrero. Son los perdedores que aportaron, desde la tragedia, el suspenso y la aventura hacia los redituables asuntos, en cierto modo banales, de las droguerías. También ampliaremos.

Las droguerías se multiplicaron -según las Gargantas- con el advenimiento triunfal de “los genéricos”. Para algarabía de las varias decenas de obras sociales, hoy investigadas, con la minuciosidad artesanal del estilista, por el doctor Norberto Oyarbide. Es el jurista que evoca la melancólica modalidad operativa del inolvidable ministro Corach. Con las conferencias matutinas en la puerta del edificio de Rodríguez Peña, próximo al desaparecido Bar Social de Jesús. El Posadas.

GGG

Al aludir a “los genéricos”, invariablemente debe entrar, en la pantalla, la gestión, supuestamente revolucionaria, del ministro Ginés González García. Tan posteriormente degradada, hacia adentro, por su sucesora, la señora Graciela Ocaña.

GGG es considerado, por los muchos que lo admiran, como “el más capacitado sanitarista del país”. Sus detractores, en cambio, suelen esmerarse en la excesiva descalificación. Que concierne, aparte, a su colaborador. Ondarchuk.

Para ser objetivos, puede sostenerse que GGG es el formador principal de los sanitaristas que se referencian, académicamente, en Isalud.

Después, GGG fue oportunamente devaluado por Kirchner. Responsable máximo de la perversión de desplazarlo del rol de ministro. Para rebajarlo hacia la categoría de candidato a una concejalía. Y someterlo a las persecuciones administrativas de la sucesora.

A los meros efectos de destinarlo después -como si Kirchner le perdonara la vida-, hacia la titularidad de la embajada en Chile. País presidido, justamente, por otra colega de GGG. La doctora Michelle Bachellet.

Al servicio de la industria

Para los drogueros consultados, la sucesora de Ginés, gran campeona en desplazamiento de garrocha, Graciela Ocaña, supo destacarse como ”la más competente Ministro de Salud que estuvo al servicio de la industria farmacéutica, en los últimos cuarenta años”.

Los drogueros sostienen que Ocaña se encuentra firmemente enrolada en la causa de “la industria”. Por lo tanto, acaso razonablemente, quiso terminar con ellos.

Quiso que desaparecieran -se quejan-, de la salud.

Especialidad -la salud- entendida como cualquier negocio.

Segundo renglón

Ocurre que disputan, en realidad, la industria hegemónica, con los drogueros “que mojan”, el mercado del “segundo renglón”. Es el vinculado a los tratamientos más caros. Los especiales del APE. Los que deben abonarse de las arcas, presumiblemente inagotables, de las exhaustas obras sociales. Organizaciones que suelen aportar, en ocasiones, la savia cultural del peronismo (el otro virus con el que se quiere, también, terminar, para algarabía de la izquierda que copa).

Habrá, en el mercado del segundo renglón, para repartirse, unos setenta mil de oncología.

O sea, setenta mil infortunados que conviven, con distinta suerte, con el temible inquilino del cáncer.

Habrá, en el mercado en disputa, alrededor de siete mil de infectados del HIV. O sea, los sidosos.

Dos mil hemofílicos. Mil doscientos afectados de la misteriosa “fibrosis quística”. Y otras tantas malarias selectivas. Combatidas por los medicamentos carísimos del “segundo renglón”. Iluminan la explotación del padecimiento. El negocio, en crudo, de la salud.

Los drogueros, embalados, atormentan con los ejemplos. Sacan a relucir, argumentalmente, como muestra gratis, la Tobramicina.

La industria -cuentan- cotiza la Tobramicina a 18 mil pesos.

Pero para hacerla cuesta, según los drogueros, a lo sumo, 500 pesos.

Abruman con la Buselerine, el Suprefact Depot. Con el Colidrol de la Doxurubicina. Con innumerables ejemplos para demostrar que sigue vigente, en el PAMI, el convenio suscripto “por la industria con el petiso Alderete”.

Se esmeran en convencer de una pérdida institucional, por sobreprecio, en la “base oncológica”, de más de diez millones de pesos mensuales. Ensayan muestras gratis de resentimientos contra laboratorios como el Teva Tuteur. Kampbell. O Cereijo.

Lorenzo, Vázquez y cia

“El Yabrán de los medicamentos”.

Así lo llama, la ex ministro Ocaña, al Barba Lorenzo.

Trátase de uno de los tantos socios que se le atribuyen al profesor Néstor Vázquez. Es el científico que se desliza, como si fuera La Raya, por el universo Kairos. Por la gloria del vademecum. Desde los mejores días menemistas de Lingieri.

En “El Científico” confluyen, en general, las conjeturas.

Pero decirle Yabrán, al Barba Lorenzo, es, en Ocaña, al menos un exceso. Casi equivalente al de Macri cuando cataloga, a Kirchner, El Furioso, como “el más fascista”.

Implica una grave falta de respeto. En primer lugar, hacia Yabrán.

Porque Don Alfredo fue, en todo caso, un Padrino de verdad.

(En segundo lugar, la de Macri es otra impertinencia, acaso imperdonable, hacia el fascismo. Movimiento que fue más serio que el virus en extinción, patrocinado por El Furioso).

Andariveles

La miniserie, que hoy se inicia en el Portal, transcurre por dos andariveles.

Por un lado, las tensiones de “la mafia”. Con las adulteraciones dramáticamente mítificadas. Habrá, ineludiblemente, que referirse, nomás, al Yabrancito. Al rápido Lorenzo. El Barba que cautivó a los Spadone. Y hasta -según Gargantas- al misterioso Coti.

Al Barba Lorenzo que todos los drogueros, y sobre todo los sindicalistas, conocen. Zanola aquí no es la excepción. En todo caso es la regla (Desde este sector contemplan, con infinita desconfianza, “hacia Luisito”. Tal vez también ampliaremos).

Por supuesto que habrá que darle espacio, además, a El Científico. El poderoso Vázquez. Habitué de la mesa nocturna de La Raya, el restaurante donde mantuvo alguna pelea memorable. Aún padece las consecuencias.

Y hasta habrá que referirse a los otros baluartes perennes del sindicalismo. Los que hoy se pretenden, erróneamente, destruir, en bloque. Para dicha próxima de la izquierda. Alucinación que se encuentra a la vanguardia de la mayoría de los litigios que invariablemente se vienen. En cascada.

Es el andarivel “a”. Regulado por la tutela intelectual del Juez Oyarbide.

Por otra parte, en el andaribel “b”, desfilarán los entretelones pintorescos de los drogueros. Convenientemente, compulsivamente kirchnerizados. Atraídos por la continuidad cautivante de los negocios. Espejismos reales, que los indujeron, en el 2007, a figurar de teloneros de la campaña electoral.

La temática incumbe a la doctora Servini de Cubría.

Conste que Servini fue la oportunamente irreprochable conductora nacional del Movimiento Nacional Justicialista. Función donde, para ser francos, se la extraña.

Porque el justicialismo, en el fondo, funcionó con superior autonomía, e indiscutible eficacia, con la conducción de la señora Servini. Más que con la conducción de Kirchner. Sin compararla, incluso, por falta de registro, con la tutela exigua de Scioli, el líder de la Línea Aire y Sol.

Muestra gratis

Para culminar el capítulo presentación, vaya una muestra gratis de visitador médico. Dos episodios enlazan ambos andariveles.

Lorenzo, por ejemplo, el Yabrancito, ya no tiene más la suerte de conseguir que Vázquez, El Científico sindicado como socio, le atienda, por lo menos, el teléfono.

La centena de drogueros consternados participa, a propósito, de la misma inquietud.

Temen que Lorenzo se largue, de repente, a cantar.

Saben que Oyarbide -sin frac como en Salta, sin champagne como en el Colmegna- está dispuesto a escucharlo. Con fondo de música clásica. Lorenzo podrá entonar, acaso, un aria de Néspola. En Do Menor.

En cuanto al financiamiento de la campaña del Dream, la del lavado político más blanco, se asiste, según nuestras fuentes, a un fuerte distanciamiento espiritual. Entre Cappacioli, el solvente recaudador de la SSS -otro protagonista fundamental-, con el poeta romántico Alberto Fernández.

Es, el Alberto, el ex Premier, el lírico audaz. Esquiva actualmente la problemática de referencia. Aún no le impide emitir, de todos modos, las lecciones dominicales de ética republicana.

Pero Cappacioli no se queda, felizmente, huérfano. Sin contención moral.

Porque quien espiritualmente lo protege, en adelante, es Kirchner.

Si Cappachioli se lanza también a cantar otras arias, produciría un efecto similar al lanzamiento artístico del Barba Lorenzo.

Ni imaginar si cantan, los tenores, a dúo. Como Plácido Domingo y Luciano Pavarotti. En la antesala de la caída, para siempre, del telón. Hasta desmoronar el flan móvil de la estructura.

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