Opinión Internacional

Honduras y las dos izquierdas

Hasta ahora, Lula parecía feliz en su papel de good cop, reservándole a su socio, el teniente coronel Hugo Chávez las tropelías del bad cop. Honduras viene a desenmascarar los roles: Lula, el policía bueno, también golpea, y duro. Cuestión de matices y oportunidades.

1.- La crisis permanente, hasta imponer el estado de anomia generalizada: he allí la sencilla fórmula con que el teniente coronel Hugo Chávez ha logrado mantenerse en el cargo en su país y pretende alterar la convivencia pacífica en la región hasta lograr el desequilibrio adecuado a sus propósitos. Generalizar un estado de excepción que desgaste la institucionalidad país por país, crispe las relaciones intersectoriales y permita la perfecta ganancia de los pescadores: inutilizar los clásicos mecanismos democráticos de resolución de conflictos y dejarlos en carne viva, para desalojar del Poder a los factores de la estabilización y sembrar la discordia universalizada. Volviendo al temido estado natural de la guerra de todos contra todos – el bellum omnia contra omnes de Thomas Hobbes – de la que espera, como ultima ratio, el establecimiento de regímenes totalitarios.

Lo logró en Bolivia, defenestrando a Gonzalo Sánchez de Lozada y a Carlos Meza – incluso con la insólita y extraña anuencia de alguna de las propias víctimas. Lo logró en Ecuador defenestrando a Lucio Gutiérrez. Imponiendo de ese modo a Evo Morales y a Rafael Correa. Impuso a Daniel Ortega en Nicaragua y a Funes en El Salvador. Y ha hecho cuando ha estado a su alcance por el encumbramiento de los Kirchner en Argentina y de Lula en Brasil, tras de cuyos triunfos electorales, amén del cumplimiento de las estrategias del Foro de Sao Paulo, han brillado los maletines con respaldo financiero. Estuvo a un tris de lograrlo con López Obrador y Ollanta Humala. Ha calmado sus ínfulas “por ahora” – su frase favorita – con México y Perú. Pero no descansa sembrando la cizaña en Colombia y pretendiendo imponer a macha martillo al Sr. Zelaya – su peón centroamericano – en la jefatura del gobierno hondureño.

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Lo grave, lo inmensamente grave de la situación que vivimos en América Latina consiste no tan solo en el papel desestabilizador que juegan los países del ALBA bajo la batuta de Venezuela, sino la generalización del intervencionismo por parte de naciones a las que se creía libres de tan graves atropellos, como es el caso del Brasil. ¿Cómo puede reclamar contra la ingerencia de los Estados Unidos en Colombia quien acaba de anunciar la importación de otros treinta mil cubanos a Venezuela, en donde los contingentes militares o para militares transportados mediante un incesante puente aéreo entre La Habana y Caracas superan de largo los cien mil hombres – poco importa el disfraz con que se les permite la violación de nuestra soberanía, si de médicos o preparadores deportivos se trata? ¿Cómo pueden exigir pulcritud en la autodeterminación de los pueblos quienes, violando la voluntad de todas las instituciones democráticas hondureñas, introducen a Manuel Zelaya y lo contrabandean hasta la sede de su propia embajada, en este caso la de Brasil – en un escandaloso acto de burda ingerencia en los asuntos internos de una nación soberana por parte del gobierno de Lula da Silva?

Usando el viejo ardid de levantar polvaredas para ocultar sus propios desmanes llevaron los gobiernos de la vieja y la nueva izquierda latinoamericana las cosas al extremo de que la UNASUR debatiera intensamente sobre los ochocientos norteamericanos en Colombia, sin que a nadie se le ocurriera demandarle al presidente de Venezuela por la razón de estas decenas y decenas de miles de cubanos en territorio venezolano. Pretendieron fusilar diplomática y políticamente a Uribe sin que ni siquiera al mismísimo Uribe se le ocurriera tirar sobre la mesa de discusión las pruebas de la flagrante alianza de las narcoguerrillas con el gobierno de Caracas. Pruebas que reposan en las bóvedas del palacio Nariño desde el bombardeo al campamento de Raúl Reyes. Y del que están en perfecto conocimiento todas las cancillerías y los servicios de inteligencia de los distintos gobiernos de la región, incluido, desde luego el de los Estados Unidos.

El fiscal de Nueva York Robert Morgenthau ha llevado las cosas a un peligroso punto de no retorno respecto de las pruebas sobre la alianza estratégica entre Chávez y Ahmanidejad y la penetración de Hamás y de Hezbollah en nuestra región a través del libre corredor venezolano. Ni Lula ni Obama han mostrado el menor interés en el asunto. No se hable de Insulza. Tienen las narices y las manos metidas en Tegucigalpa, como si de títeres de Hugo Chávez, de Fidel Castro y ahora del mismísimo Lula se tratara. Todos ellos tienen las manos sucias de tanto revolver en esta burda y peligrosa maniobra de ingerencia. Si la sangre llega al río la culpa será de quienes tienen nombres y apellidos. En este caso particular, en primer lugar el presidente de Brasil y sus asesores de seguridad, defensa y política exterior.

¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde pretenden llegar las izquierdas gobernantes en América Latina? Es hora de intentar responder a estas graves interrogantes.

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Al caso de Honduras, que conmueve por la imperial arbitrariedad de que hace gala la comunidad de naciones, de manera torva, estúpida y abusiva, contra un pequeño y desarmado país que combate en solitario por la defensa de su integridad y dignidad nacionales, se une el desparpajo con que el presidente de Venezuela puede asumir el papel de anfitrión de los más impresentables déspotas y genocidas africanos. No es precisamente edificante violentar nuestra tradicional política exterior con alianzas tan siniestras como las que se tejen con el régimen de los Ayatolaes, con Bielorrusia, con los grupos terroristas islámicos, con las más inmundas dictaduras africanas. Choca contra las más profundas determinaciones de nuestra política exterior – centrada en el respeto a la autodeterminación y al entendimiento entre las naciones, no importa su signo ideológico ni su universo de creencias – apostar al fortalecimiento de una nación como Irán que declara abiertamente su propósito de borrar de la faz del planeta al pueblo de Israel, para lo cual intenta construir un poderío nuclear asistido por nuestro país.

Violenta cuarenta años de impecable y prestigiosa política exterior, no alinearse por la paz y el entendimiento entre los pueblos respetando la tradición de situar nuestro país a la cabeza de las naciones pacíficas y solidarias del mundo, sino convertir el enfrentamiento contra los Estados Unidos en el alfa y el omega de nuestras relaciones internacionales. Está escrito negro sobre blanco en las directrices de nuestra política exterior: hacer todos los esfuerzos posibles en enfrentar al “imperio”, no importa la naturaleza ideológica, política y moral de aquellos con quienes nos identifiquemos para llevar adelante ese propósito. Absolutamente ajeno, por cierto, a nuestros intereses reales, a nuestra tradición y a nuestras creencias.

De allí la alianza estratégica con naciones dotadas de dictaduras vergonzantes, el esfuerzo por integrar bloques de Poder absolutamente contrarios a nuestros verdaderos intereses geoestratégicos, económicos, políticos y culturales. ¿Cómo explicar la enemistad cercana al casus belli con Colombia, con quien nos unen lazos geográficos, históricos, culturales, sanguíneos y económicos de primera magnitud y la súbita y contraproducente amistad con Irán, país con el que, para nuestra fortuna, nada nos une? ¿Por qué ese apego enfermizo con Rusia y Bielorrusia y este permanente socavamiento de nuestros lazos de interdependencia con los Estados Unidos? ¿Qué tiene que ver Venezuela con Irán y con Bielorrusia, que no sea buscar aliados para una siniestra ambición de liderazgo de quien no parece sentir un ápice de afecto por nuestras más profundas y ricas tradiciones? ¿Terminarán nuestros hijos y nietos estudiando bielorruso en lugar de español y persa en lugar de inglés?

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Lo grave de esta situación es que revela un profundo daño político y moral, agazapado tras farisaicos formalismos normativos: la izquierda mundial no parece desencantada ante la idea de usar el garrote del subimperialismo brasileño para aplastar al pequeño pueblo hondureño, que lucha denodadamente por mantener su institucionalidad democrática, respaldando a cambio la flagrante neodictadura venezolana, causante del problema, con la mejor de las sonrisas. Nadie, ni Zapatero ni muchísimo menos Lula – ni siquiera Obama, lo que ya es el más absoluto de los contrasentidos – se han detenido a analizar las causas que obligaron a la destitución de Manuel Zelaya. No se está ante una reivindicación de jurisprudencia pública, sino ante una burda, imperial y prepotente acción emprendida por quienes tienen un solo propósito: dominar la región para instaurar regímenes totalitarios y debilitar a los Estados Unidos como garante de la paz y la estabilidad en la región.

El segundo factor a destacar es la cayapa en que incurren nuevos y viejos izquierdismos para avanzar en el acorralamiento de las democracias latinoamericanas. Hasta ahora, Lula parecía feliz de asumir el papel del good cop, reservándole a su socio, el teniente coronel Hugo Chávez las tropelías del bad cop. Honduras viene a desenmascarar los roles: Lula, el policía bueno, también sabe golpear. Cuestión de matices y de oportunidades. La prueba yace en la embajada de Itamaraty en Tegucigalpa.

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