El mediador de Honduras
La entrevista que Oscar Arias concedió a Gladys Rodríguez de Globovisión confirmó que el golpe de estado en Honduras ha traído consigo cambios fundamentales en el pensamiento político predominante en la comunidad internacional en cuanto se refiere al concepto de soberanía cuyas implicaciones a mediano y largo plazo pueden tener consecuencias muy importantes para el orden internacional en general o al menos, de nuestro hemisferio. Oscar Arias debe ser reconocido en el contexto del caso de Honduras, como el portavoz tanto de los Estados Unidos como del resto de países que de manera sostenida y sorpresivamente casi unánime, han venido presionando al nuevo gobierno de Honduras con motivo de la remoción de Manuel Zelaya de la presidencia de ese país para que acepte la “mediación” de Arias. Esta se concreta en el conjunto de proposiciones bautizado como el “Acuerdo de San José».
Oscar Arias le dijo a Rodríguez que “a petición de ambas partes” accedió a mediar en el conflicto interno de Honduras y que después de oír a ambas partes en numerosas reuniones, se había atrevido a poner sobre la mesa el texto del Acuerdo, “solo para tener algo sobre lo cual discutir y negociar”. Sin embargo, aseguró que el texto propuesto recoge los puntos de vista de «todas» las partes. Es decir, no solo de las dos partes hondureñas sino de las «otras partes» que me imagino son los gobiernos extranjeros que decidieron inmiscuirse en el conflicto directamente o a través de la OEA y la CE. A la pregunta de Rodríguez sobre la proposición de designar un tercero para presidente diferente a Zelaya y a Micheletti como solución intermedia, Arias respondió que eso no era aceptable «ni para Zelaya ni para ningún otro país» tal como si eso fuera asunto que necesitase de consenso externo a Honduras. Arias dijo frases inesperadas de un mediador. Por ejemplo, dijo que el gobierno de facto ha propuesto cambios al Acuerdo que no son aceptables para él. Es decir, declaró ser un mediador con poder de veto.
Siendo un personaje con radiante aureola de demócrata, premio Nobel de la paz, negociador político internacional insigne y exitoso, jefe de estado elegido y profesor universitario de teoría política, resultó impresionante escucharlo desprestigiar las elecciones como forma válida y legítima de consulta de la voluntad de los pueblos en general, al argumentar que en el caso de que las que están previstas en Honduras se lleven a cabo sin que Zelaya este en el poder no serán reconocidas por la comunidad internacional. Para él, a excepción de las de Costa Rica, las elecciones en América Latina son sospechosas de ser fraudulentas y amañadas. Si Zelaya estuviese en el poder, la sospecha se eliminaría porque en ese caso se enviarían observadores de la OEA que en última instancia son los que validan las elecciones.
Con el recuento anterior de partes de la entrevista no intento tomar posición respecto a los temas sustanciales mencionados. No estoy interesado ni en desvirtuar a Arias ni en polemizar con él. Realmente, mi intención es destacar en sus explicaciones la ausencia total de consideración, por no decir de respeto, a la soberanía de Honduras. Para Arias y, lo que es más importante, para los que él representa en este caso, Honduras debe obedecer lo que se le ordena. No puede ni siquiera proponer cambios al texto del acuerdo y que no se le ocurra hacer elecciones – es decir, consultar a su pueblo – porque sus jueces políticos las han desautorizado a priori, a menos que se cumplan condiciones externamente formuladas.
Lo que es interesante en extremo en lo que estamos presenciando es el golpe tan demoledor que está recibiendo el concepto de soberanía de los Estados. No es que yo tenga mucho apego a tal concepto, sobre todo cuando detrás de él he visto como se han escudado dictaduras, genocidios, violaciones de derechos humanos e irrespetos a las constituciones. Se trata de que aparte de sorprendente lo que está pasando puede tener consecuencias políticas muy trascendentes en el mundo.
En dos ocasiones en la entrevista, Arias dijo que “lo que queremos es por primera vez revertir un golpe de estado” para que ese proceder no se extienda “por efecto dominó” en nuestro continente y “no se vayan a envalentonar” las fuerzas armadas para deponer presidentes. Es decir, vendo el sofá de la soberanía a ver si los militares nos dejan quietos. Repito, me parece impresionante.
Pero nuestra impresión es aún mayor si consideramos que Arias dijo que eso es lo que el Presidente Obama y la Secretaria de Estado Clinton están tratando de conseguir (recuérdese que Arias es el portavoz). Argumentó que en el pasado los Estados Unidos intervenían indebidamente y hasta promovieron golpes de estado “lo cual es lo que Obama y Clinton quieren cambiar”. En otras palabras, antes se intervenía para apoyar golpes de estado y ahora intervienen para revertirlos. Hay pues intervenciones buenas e intervenciones malas y para decidir cuál es cual, el interventor tiene plena libertad. Impresionante.
En esta nueva posición, Arias dice que los pueblos tienen que ser pacientes y esperar las elecciones. Me imagino que se refiere a las que logren tener observadores extranjeros. Si el gobierno de turno viola los derechos humanos e irrespeta la constitución, Arias, sin que se le arrugara el ojo, dijo que los pueblos deben esperar “estoicamente” hasta las nuevas elecciones. Eso es lo que yo llamo una visión “normativa” de la historia. Forma parte de una subyacente ideología moralista en el sentido que Fernando Mires nos presentara en su brillante ensayo del pasado 3 de agosto.
He tratado siempre de evitar el uso de criterios morales para estudiar la política y la historia pero no lo he logrado. Los criterios morales tienen el problema de ser hipócritamente normativos por lo que reducen el poder de interpretación realista de los acontecimientos y procesos sociales. Sin embargo, el peligro del relativismo me ha hecho mantenerme firme en cierto núcleo de principios morales. Por ejemplo, lo mínimo que se puede pedir es la honestidad intelectual necesaria para eliminar el uso del doble estándar, la mentira y el cinismo en la política. Por lo tanto, creo que debo exigir que o se deja a los Hondureños arreglar su problema o se interviene cada vez que haya un golpe de estado o “desde el estado”, como dice Mires, en países como muchos que conocemos.
El concepto de soberanía de los estados apareció en la historia (siglo XVII) como un consenso para detener la guerra permanente entre soberanos. En su expresión más elemental un estado es soberano cuando está fundado en un territorio claramente delimitado y habitado por una nación con rasgos culturales compatibles y que de facto (legítima o ilegítimamente) es controlada por un soberano o régimen de poder estable. Esta idea es la que subyace a los principios de la Carta de las Naciones Unidas y a los estatutos que sustentan innumerables agrupaciones regionales de países como la OEA o la CE. De ahí que en el Articulo 2 de la Carta se estipule que, “La Organización está basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus Miembros” y que “Los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas.”
Pero sobre todo es la idea que explica que en el Pacto (Covenant) Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1976 se haya incluido en el Articulo 1 el derecho a la auto determinación de los pueblos, así: “Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural” y no se haya dicho nada de observadores extranjeros que validen sus elecciones.
Ante todo esto, no se puede aceptar el abandono total del principio de no intervención en el caso de Honduras. Es por lo menos extraño que Europa y Estados Unidos debiliten su credibilidad y su imagen como defensores de los derechos humanos y en especial del derecho a la autodeterminación simplemente por pretender que con revertir el golpe y reinstaurar a Zelaya por unas semanas más se establezca un precedente durable que realmente haga desaparecer los golpes militares. Eso es ingenuo, por decir poco y en otras latitudes, estratégicamente peligroso. Si en el futuro inmediato la soberanía se pondrá de lado para intervenir en cualquier país cuando la comunidad internacional lo considere necesario entonces tendremos que prepararnos para presenciar el derrumbe del orden mundial vigente y el nacimiento de uno nuevo que parecería retroceder hacia condiciones análogas a las prevalecientes en Europa antes de Westphalia en 1648. Esto es muy preocupante aunque se este creyendo que las intervenciones se legitiman cuando son colectivas. Estos argumentos lo que intentan es invitar al lector a reflexionar sobre las implicaciones latentes de todo lo que está ocurriendo en Honduras que no parecen ser sencillas.
No podemos pensar que Arias desvaría o mal interpreta la posición de los Estados Unidos, Europa y América Latina y si así fuese, habría habido desmentidos. A Honduras habría que ayudarlo a encontrar una solución negociada pero con las posiciones moralistas, normativas y prepotentes que Oscar Arias articuló a nombre de los países dominantes no se va a avanzar mucho y se corre el peligro de que el proceso derive hacia situaciones inmanejables.